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sábado 02 de noviembre de 2024

Crónicas Intrascendentes. Parte LXXXIII

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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Celebraciones Luctuosas

Enlace Judío México | En noviembre se cumplieron 40 años del fallecimiento de mi primera esposa, Sari. Han pasado cuatro décadas y a mí me parece que fue ayer. Mi actual esposa me acompañó al Panteón Judío de Constituyentes para visitar su tumba y otras de mis familiares fallecidos. Han transcurrido más de 50 años desde que inicié las visitas al panteón en las que guardo memoria de mis seres queridos a través de mis oraciones silenciosas y las flores que coloco en sus tumbas. La limpieza y cuidado de las mismas la realiza una señora de 80 años, es amable y afectuosa; su madre, quien falleció hace muchos años, se encargaba originalmente de esas tareas.

Las visitas al cementerio para honrar la memoria de mis seres queridos es una experiencia difícil; no obstante que yo los recuerdo en mis rezos diarios, estar frente a una fría lápida que contiene sus restos y no recibir respuesta, causa dolor y angustia; como yo les menciono a mis familiares, ir al panteón no es un “picnic”, es evocar vivencias pasadas que con la distancia las percibo gratas, empero, a la vez, pueden ser tristes. Mi esposa lloró por un largo rato frente a la tumba de Sari, a quien conoció en los setentas del siglo pasado.

El ritmo de fallecimientos de personas judías sobrepasó la capacidad del panteón de Constituyentes; de aquí que se encuentre saturado de tumbas, y en muchos casos, los accesos a las mismas están cerrados por otras tumbas, como el espacio donde están enterrados mis padres, mi hermano y mi hermana mayores; para colocar flores y rezarles es necesario subir sobre las tumbas; de alguna forma, esto es una falta de respeto para los difuntos. Pienso que las autoridades comunitarias debieron de preocuparse para que esto no sucediera. Por lo demás, al igual que en casi todos los cementerios hay tumbas semidestruidas por el tiempo al no ser cuidadas por los deudos, ya sea que estos también murieron o que por falta de interés nunca se preocuparon por restaurarlas.

Cabe destacar que las tumbas mas antiguas datan de los veintes del siglo pasado, un gran número de ellas contienen restos de gente joven; la esperanza de vida promedio en México apenas sobrepasaba los treinta años en esa época. En esta ocasión, encontré una tumba cuya inscripción estaba en ruso y otra grabada con una oz y un martillo, símbolo del comunismo; hasta en la muerte los judíos no pueden renunciar a sus raíces.

Un hecho curioso de mi pasada visita al panteón, fue que me encontraba frente a la tumba de los padres de Sari, y, en otra tumba, cerca de la de ellos, observé a una señora depositando flores, creí que lo hacía en la de quien fuera vecino de mi fábrica en los sesentas, Aarón, quien murió en 1964 en un accidente automovilístico; me acerqué a la señora para preguntarle si era pariente de Aarón; me contestó que no lo era, que ella visitaba la tumba de su hijo junto a la de Aarón, que también murió en un accidente a los 13 años, en el 2014 cumplirá 50 años de muerto. Este encuentro con la madre del niño me conmovió profundamente. La muerte es un hecho difícil de aceptar, sin embargo, cuando sucede a edad temprana, lo es aún más.

Tres días después de la visita al panteón de Constituyentes acudí al Beit Hajayim (casa de la vida: sitio “donde se guarda viva la memoria de quienes dejan este mundo”) de la comunidad Sefaradi Turca, a una nueva sección del Panteón Jardín en donde enterraron a mi sobrina Dafna que tenía 43 años, se cumplían 30 días de su fallecimiento y de acuerdo al ritual judío transcurrido ese periodo, los deudos llevan a cabo un rezo alrededor de la tumba. Fue un frío y lluvioso domingo que acentuó el dolor de los presentes, particularmente, del esposo de Dafna que cuando se agachó para depositar unas piedritas en la lápida, parecía que se quería sumergir en la misma. Víctor, el hermano de Dafna estaba desgarrado de tristeza. Este panteón mantiene un orden impecable en la distribución de las tumbas; lo cual no necesariamente mitiga el dolor de los que concurren a los entierros.

En contraposición a los hechos que relate de los panteones, en noviembre, mi hermana menor, Java, cumplió 70 años. Una conmemoración de gran alegría en virtud de que hace tres años fue sometida a una compleja operación para extraerle la laringe en donde tenía alojado un tumor canceroso. Gracias a Dios pudo sobrevivir y ahora con entereza lleva una vida normal; convive regularmente con antiguas amistades, le hecha ganas a la vida. Con ella llevo una gran hermandad, desde niños hemos tenido una buena relación

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