SARA SEFCHOVICH
Enlace Judío México | La violencia es la forma con la que en nuestro país las personas enfrentan sus asuntos. Es una conducta profundamente impregnada en la sociedad. Hoy se la atribuímos al narco, pero ha estado en nosotros desde siempre.
En el siglo XIX los asaltos y crímenes eran frecuentes y con enorme violencia. Un caso célebre fue el asesinato del súbdito británico Egerton y de una señora que le acompañaba: “Marcándoles el alto, los acometieron tres. Uno de los agresores lo aseguró por la espalda y el otro le comenzó a tirar diversas estocadas que le quitaron la vida en el momento. Luego condujeron a la señora por la loma recién barbechada hasta unos árboles del Perú, donde la derribaron, desnudaron, hirieron y golpearon con tanta crueldad como manifestaban las señales de su cuerpo, sin que a ella se le oyesen más voces que las de Jesús, Jesús, después de las cuales quedó muerta”. ¿Y para qué maltrataron tanto a la señora?, se les preguntó en el juicio, pero eso “no lo quisieron explicar”.
El siglo XX está lleno de asesinatos que por la Revolución, que por las diferencias políticas entre caudillos, que por deudas de juego, que porque me miraste feo, porque estoy pasado de copas, porque te me cerraste en el coche, porque nos hicimos de palabras. Y hoy, en pleno siglo XXI, sabemos bien de la manera brutal con que se lastima a esposas e hijos dentro de la familia y de cómo se maltrata a los animales.
¿Por qué nos sorprende entonces la violencia del feminicidio, la costumbre de cortar cabezas y colgar personas de los puentes, de tirar desde un tren en marcha a inmigrantes ilegales, de acuchillar a una familia completa porque el padre debía 100 pesos? ¿Por qué nos sorprende que jóvenes torturen a un perro de manera salvaje como sucedió hace unos años en Nayarit o maltraten a una compañera de escuela como acaba de suceder en una secundaria en Tepito?
La verdad es que no tendría que sorprendernos, porque seguramente quienes cometieron esos actos crecieron creyendo que esa es la manera de hacer las cosas y que ellos lo pueden hacer. De no ser así, uno no se explica que ninguno de los que saben que esas prácticas suceden (padres, maestros, amigos) haya hecho nada por terminarlas o por denunciar a quienes las cometen. ¿Podemos creer que nadie sabía que durante meses a esta muchacha se le insultaba, golpeaba, orinaba encima, que le rompían sus útiles escolares y le robaban sus alimentos?
Por supuesto que no lo podemos creer. Pero no solamente todo mundo se hizo de la vista gorda, sino que —estoy segura— van a proteger a los agresores porque así sucede siempre: ‘mi hijo no fue’, dicen las madres aun si allí está el video de que lo muestra aventando una piedra; ‘nuestra compañera no fue’, dicen los de la CNTE aun si todos vieron a una profesora encajarle un objeto punzante a una policía; ‘mi esposo no’, fue dicen las señoras cuando están juzgando a los que violaron a unas jovencitas.
¿Por qué no está ya detenida la chica que orgullosamente anunció haber pateado en la cara a esa muchacha? ¿y sus amigos que la ayudaron en la agresión y subieron el video a las redes sociales?
Porque hemos aceptado vivir en la violencia. Y en este caso, además, esa aceptación se intensifica porque la agredida es india y entre nosotros, a los indios se les discrimina y desprecia de manera implacable y sin castigo. México es un país “de racismo devastador”, afirmó Carlos Monsiváis. Eso explica por qué las autoridades a las que se presentó la familia para denunciar el caso ni siquiera la escucharan y que hasta los comentarios para mostrar indignación por el ataque sean discriminatorios, como cuando le dicen a los agresores “ni que ustedes fueran blanquitos”.
El Conapred ha pedido un castigo ejemplar. Sin duda es necesario, pero sobre todo urgen medidas radicales que verdaderamente modifiquen ese modo de actuar en la vida.
sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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