ARNOLDO KRAUS
Enlace Judío México | Las maravillas de la tecnología médica, la presencia de abogados entre médicos y pacientes con el fin de zanjar disputas, la arrogancia de los seguros médicos, la información, muchas veces desinformación, ofrecida en “Internet médico” y el peso de las compañías farmacéuticas son, hoy en día, factores omnipresentes y omniscientes en la medicina. La suma de esos factores ha degradado la figura del médico, el quehacer íntimo de la medicina -la relación médico paciente- y ha reducido a la clínica a su mínima expresión. El detrimento en el ejercicio clínico proviene de los elementos antes mencionados, y del cada vez más escaso apego e interés por parte de profesores y programas académicos a favor de la clínica.
La tecnología médica es glamorosa y muy redituable desde la perspectiva financiera; los abogados buscan jugosas ganancias económicas para los enfermos; los seguros médicos atan las manos de los doctores, y asfixian y engañan a los enfermos; “internet médico” confunde, atemoriza y siembra desconfianza y las farmacéuticas seducen a algunos médicos, y, debido a que gastan mucho en propaganda encarecen los fármacos, además de ofrecer productos no siempre tan buenos como afirman. Poco puede hacer la clínica frente a ese duro y complejo entramado.
La palabra clínica proviene del griego kline, lecho o cama. Los viejos profesores enseñaban medicina al pie de la cama. Esos maestros repetían hasta el cansancio, “los mejores maestros son los enfermos”. Los enfermos son guías irremplazables. Escucharlos, palparlos y preguntar lo necesario suele ser suficiente para ubicar el diagnóstico. Al lado del enfermo se ejerce la buena medicina; al lado de la cama se conoce lo que le sucede a la persona. La práctica de la clínica, escuchar, tocar, mirar, tiende a desaparecer precisamente porque las prioridades médicas han cambiado. La intromisión de los factores señalados en el primer párrafo ha reemplazado la indispensable relación médico-paciente por los cada vez más indispensables estudios de laboratorio y gabinete, cada vez más deslumbrantes y exactos.
Han pasado treinta o más años desde que Franz Ingelfinger, editor del “New England Journal of Medicine”, una de las más prestigiadas publicaciones médicas, advertía que si los abogados se interponían entre médicos y pacientes, la medicina, y sobre todo la relación entre enfermos y doctores, sufriría graves consecuencias. Poco tiempo después, Thomas Szasz, profesor emérito de la Universidad de Syracuse, y uno de los promotores del término “medicalización de la vida”, criticó la influencia de la medicina moderna en la sociedad. Szasz, iconoclasta admirable, fue contundente; su postura es rotunda: “Teocracia es la regla de Dios, democracia es la regla de las mayorías y farmacracia la regla de doctores y de la medicina”. Tanto Ingelfinger como Szasz dieron en el blanco. La farmacracia, la tecnocracia médica, y la abogacracia -el lenguaje tiene límites-, son factores que atentan contra el ejercicio clínico. El problema es inmenso y es poco probable que esa tendencia se revierta.
Tecnología médica, abogados, “Internet médico”, seguros médicos y compañías farmacéuticas, conforman un frente imposible de vencer. Cada uno de ellos, por separado, es suficiente para horadar la clínica; su suma es mortal.
Esas lacras, el vivo desinterés de los programas de enseñanza por la clínica, y el cada vez menor contacto entre médicos jóvenes y enfermos son el acta de defunción de la clínica.
La insatisfacción creciente de los enfermos proviene, sobre todo, por la falta de escucha del médico, es decir, por su enjuto apego por la clínica. Cuando se habla de enfermos y enfermedades, no debería haber muchas diferencias entre las maniobras de los viejos médicos, que pegaban su oreja a las espaldas de los pacientes para auscultarlos y así determinar el origen del mal, con el papel en blanco del clínico contemporáneo, cuya obligación primaria debería ser escuchar la narración que el paciente hará de su mal. Los estetoscopios modernos son mejores que el que intuyó el Teófilo Laennec (1761-1826), quien, antes de inventar el estetoscopio, pegaba su oreja al cuerpo del enfermo.
No hay por qué rendirse ante la embestida que sufre la clínica. Tampoco hay por qué engañarse: así como el tiempo viejo sigue siendo similar al tiempo nuevo, los enfermos de ayer son muy parecidos a los de hoy. Todos desean que se les escuche. Todos piensan y saben que la cura se inicia a través de las palabras, de sus palabras. De las palabras que construyen la literatura de la enfermedad y conforman las simientes de la clínica. Si los médicos no son capaces de reinventar la escucha, y regresar y trabajar al lado de la cama, la clínica, y la relación entre médicos y enfermos, continuarán degradándose.
Fuente:elsiglodetorreon.com.mx
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