JOSCHKA FISCHER
Enlace Judío México | Los viajes abren la mente, dice el viejo dicho. Esto es especialmente válido en el caso de Oriente Próximo. Pero viajar allí hoy en día puede resultar extremadamente desconcertante; de hecho, se han producido acontecimientos imposibles de imaginar hace apenas unos meses y que hoy se vuelven una realidad.
La revuelta juvenil que comenzó en Túnez y El Cairo en 2010-2011 ha terminado (al menos por el momento), aunque, gracias a ella, la región ha cambiado radicalmente. La victoria de la contrarrevolución y la política del poder, como en Egipto, solo pareció restaurar el antiguo orden; los cimientos políticos del régimen actual son, lisa y llanamente, demasiado frágiles.
Igualmente destacable ha sido el giro permanente del eje estratégico-político de la región. Irán, con sus ambiciones nucleares y hegemónicas, es el centro actual, mientras que el antiguo centro —el conflicto palestino-israelí— ha quedado marginado, dando lugar a alianzas de intereses completamente nuevas. Arabia Saudí e Israel (que no tienen relaciones diplomáticas formales) están unidos contra Irán —y contra una tregua entre Estados Unidos e Irán—.
En términos ideológicos, el conflicto central entre Irán y sus vecinos se basa en el conflicto sectario entre el islam sunita y el islam chiita. La devastadora guerra civil siria ya se está librando según estas líneas. Y, en vista de las señales de un impasse militar y político, esas líneas podrían convertirse en el origen de una división permanente del país, como en Bosnia.
Si esto sucede, Irak, el Líbano y Jordania no saldrían ilesos. El Oriente Próximo anglo-francés, diseñado por el Acuerdo Sykes-Picot en mayo de 1916, habría desaparecido definitivamente. Es más, ha resurgido la cuestión kurda —y podría influir indirectamente en la cuestión palestina y volver a radicalizarla—. Desafortunadamente, no hay mucha evidencia de que un acuerdo palestino-israelí basado en una solución de dos Estados vaya a evitar que esto suceda.
Luego está la cuestión de las consecuencias a largo plazo del renacimiento de Al Qaeda en Siria, Yemen y el norte y este de África. Las monarquías del Golfo están intentando tomar las riendas contra Irán. ¿Pero qué sucederá cuando, un día, descubran que están ejerciendo el papel del aprendiz de brujo? ¿Acaso este viento de fanatismo volverá a soplar en la península árabe? ¿Y las instituciones domésticas de estas sociedades podrían tolerar semejante ataque?
En todo Oriente Próximo, la mayor parte de la élite política sigue atrapada dentro de una visión del mundo definida por la política de poder y las nociones de soberanía del siglo XIX. Sus consignas estratégicas son rivalidad nacional, equilibrio y hegemonía —conceptos que no ofrecen ninguna solución para el futuro de las naciones y los Estados de la región—. La cooperación económica intrarregional, esencial para alcanzar un crecimiento sostenido y desarrollo social —mucho menos un marco de seguridad regional para asegurar la paz y la estabilidad—, sigue siendo una idea extraña.
En esencia, Oriente Próximo está experimentando una crisis de modernización. La juventud rebelde que lideró las demandas populares de cambio está quieta (o ha sido acorralada); pero, dada la parálisis intelectual de los gobernantes de la región podemos esperar una erupción aún más violenta. Como en el pasado, Egipto desempeñará un papel influyente para toda la región (lo desee o no).
A la crisis de modernización de la región se suma el retiro parcial de una fuerza exhausta para establecer el orden, Estados Unidos. Esto alimenta una enorme ansiedad en la región y ha contribuido al derrocamiento de alianzas existentes y a la búsqueda de otras nuevas. El presidente Barack Obama ha puesto fin a las guerras ruinosas de Estados Unidos en Irak y Afganistán. Sobre todo, la guerra en Irak —y en consecuencia el expresidente George W. Bush y sus asesores neoconservadores— fue la que llevó a Irán a su posición actual de fuerza estratégica. Sin embargo, es Obama a quien hoy se considera débil en Oriente Próximo.
Obama es muy criticado por no haber intervenido militarmente en Siria, a pesar de que su amenaza de hacerlo obligó al Gobierno del presidente Bachar el Asad a entregar sus armas químicas. De la misma manera, lejos de fortalecer aún más a Irán, Obama arrinconó a la república islámica al liderar la presión global para implementar sanciones económicas estrictas.
Muchos aspectos de la política de Obama en la región son dignos de crítica —sobre todo, la actitud defensiva con la que la presenta su Gobierno—. Pero, más que una debilidad, lo que más temen los aliados tradicionales de Estados Unidos en Oriente Próximo es el cambio de amplio alcance en el statu quo.
Y la política de Obama efectivamente parece apuntar precisamente a eso: una tregua nuclear con Irán, el fin de la guerra civil de Siria por medio de una arquitectura de seguridad regional y una solución de dos Estados para el conflicto palestino-israelí. Es una política que suena casi utópica, en vista de la enorme fuerza inercial de los problemas de la región. Pero si, contra todos los pronósticos, Obama tiene éxito, su logro será histórico. ¿Y si fracasa? Oriente Próximo continuará su caída en el caos —coincidiendo, de manera perversa, con el inminente centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial—.
*Joschka Fischer, ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005, fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.
Fuente:elpais.com
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