La peor película porno jamás filmada (o su contrario)

Enlace Judío México | ‘Ceci n’est pas une pipe’. Por alguna extraña coincidencia, o simple provocación, el célebre cuadro de Magritte aparece en la antesala del cine de Copenhague donde tiene lugar la ‘premier’ continental (¿o era universal?) de ‘Nymphomaniac’, la última y algo más que simplemente polémica película de Lars Von Trier. La proyección se celebró el pasado 4 de diciembre.

Las críticas, comentarios o pareceres quedaron ‘embargados’ hasta hoy. Y, dado el aluvión de tráilers de escándalo, polémicas impostadas, declaraciones confusas y silencios evidentes (Lars Von Trier no habla desde que mezclara el nazismo con las témporas en Cannes pasado), uno no puede por menos que salir de la sala de proyección convencido de que, en efecto, “Esto no es una película”. O no sólo. De hecho, son dos. O más. Basta.

Y así, desde el primer fotograma, todos son desmentidos; refutaciones de la evidencia. Nada es lo que parece ser. De entrada, no es de sexo de lo que se habla. ‘Ceci n’est pas du sexe’ (no creo que haga falta traducirlo), que diría el primero. De algún modo, ‘Nymphomaniac’ es a la vez la más enigmática reflexión sobre los límites de la sexualidad, de la carne, y la peor película pornográfica jamás filmada. Y, en cualquier caso, la cinta funciona dentro de la filmografía del director como un punto límite. Otra vez.

Una posible interpretación

Si nos empeñamos en transcribir lo visto, ‘Nymphomaniac’ relata la vida de una mujer desde su descubrimiento del sexo hasta el más simple agotamiento; de ella, del propio sexo y, ya puestos, del espectador. Una mujer (Charlotte Gainsbourg) aparece en mitad de uno de esos no-lugares extraños sin más filiación que el vacío. Acaba de sufrir una paliza. Un profesor judío (Stellan Skarsgard) la recoge, la lleva a su casa y ahí comienza el puntual relato de una existencia torturada por todo lo que tortura. Atentos al cuerpo menudo y vibrante de la debutante Stacy Martin en el papel de la joven protagonista.

Dividida en ocho capítulos, es más fácil acertar a adivinar lo que ‘Nymphomaniac’ no es que lo que en puridad quiere ser. No se trata de un descuartizamiento psicoanalítico de la mente del director; tampoco es un análisis, pormenorizado o burdo, de los discursos, mentiras o subterfugios alrededor del sexo, y, por supuesto, ni por aproximación pretende ser una simple provocación. Tiene algo de todo lo anterior, pero la película es radicalmente otra cosa. Quizá una pipa. Aunque tampoco.

La mecánica del artefacto (llamémoslo así) es de sobra conocida. Lo que se verá el próximo 25 de diciembre (San Fermín) es la primera parte de una versión cortada. Esta entrega inaugural dura una hora y 50 minutos. Posteriormente se verá el resto de dos horas y 10 minutos. El total es 65 minutos más corto que la película íntegra tal y como fue concebida por el director y que sólo se alcanzara a ver en algún momento indeterminado de 2014. Obvio es decir que lo cercenado corresponde al sexo más gráfico. O no.

Von Trier adora jugar a las descontextualizaciones, a las palabras cruzadas. Probablemente, la película larga nada difiera de la corta. Porque, no nos engañemos, tanto este escamoteo de imágenes supuestamente “demasiado fuertes” como el incesante goteo de informaciones a medias o declaraciones ofendidas de la protagonista a la revista ‘Vanity Fair’ no son simples trucos de ‘marketing’ (que también), sino el escenario apropiado para cuestionarse la propia naturaleza de la película. Y aquí, ya puestos, entra la propia posibilidad de esta crítica. Se cuestiona, en definitiva, el propio valor de la imagen hoy, el mismo sentido del cine.

Von Trier, como ya hiciera en ‘Anticristo’, se ofrece él mismo y sus obsesiones a la mesa del quirófano. El campo de batalla esta vez es el porno, no el terror. Y, como corresponde al género elegido, toda la cinta se debate entre el aburrimiento ritual de los cuerpos excitados y su contrario. Nada más ajeno al trajín orgasmático que el ‘discurseo’ monótono, atribulado y profundamente cargante de una mujer incapaz de entender lo que le pasa por dentro; un parloteo que se mueve a tientas entre la poesía espontánea, la pesca de la trucha, la música de Bach y la arbitrariedad de las armas de fuego. Tal cual. Y así hasta desbaratar el propio relato, hasta convertirlo en relato puro; cine puro; puro Trier. Un puro, podría añadir alguno. En definitiva, “Esto no es una película”.

Del calor al silencio

En el primer capítulo veremos a nuestra heroína pasarse por el calor de su primera adolescencia a un tren entero de hombres adustos (atentos, cómo estar si no, a la escena de la ‘fellatio’); en el segundo, se enamorará; en el tercero tendrá que apencar con las consecuencias de su furor en la ira de una mujer casada; en el cuarto vivirá la muerte de su padre, la única figura tutelar en su vida; en el quinto (el más elaborado, divertido y reconocible en el mejor Trier) aprenderá a vivir con su ‘polifonía sexual’ y con Bach (tal cual); en el sexto llegará el dolor dulce del límite (atentos, como estar si no, a las escenas de sado); en el séptimo, el arrepentimiento imposible; y en el octavo, el silencio.

De nuevo, como en ‘Anticristo’, la idea es alcanzar el instante preciso en el que cada imagen trabaja al margen de cualquier referente. No se trata de contar una historia (aunque se haga), tampoco se pretende provocar una reacción visceral en la audiencia (a pesar de los mareos); no, la estrategia y el motivo de todo esto es tocar el momento en el que cada imagen se explica a sí misma como la transcripción más afinada del propio cine. De todo él.

Para aclararnos, la película no trata de otra cosa que de la propia posibilidad de construir una película. Y con ello, todas las palabras que la explican quedan refutadas. Ya lo hemos dicho: “Esto no es una película; es Trier”.

Cuando acaba la película (toda ella en sus dos partes) queda la profunda sensación de un dislate demasiado grande y demasiado pendiente de su propia genialidad. Misterioso, magnético por momentos y siempre al límite del error. Errática, pues. Von Trier se arriesga en un furioso viaje al fondo de sí mismo y lo hace de la mano del más forzado (y hasta triste) ejercicio de genio autoindulgente. Quizá vacío. Y otro día hablamos de las pipas.

Adelanto del primer capítulo

Adelanto del segundo capítulo

Adelanto del tercer capítulo

Adelanto del cuarto capítulo

Fuente:elmundo.es

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