Enlace Judío México | El rabino Abraham Skorka comparte con el Papa Francisco -además de una gran amistad- gestos que patentizan hasta dónde llegó la cercanía entre el judaísmo y el catolicismo en las últimas décadas después de siglos de prejuicios, discriminación y hasta persecución de la Iglesia hacia la comunidad hebrea.
Porteños de pura cepa -el primero del barrio de la Paternal y el segundo de Flores- Skorka y el entonces cardenal Jorge Bergoglio se conocieron en los Tedeum por el 25 de Mayo, intercambiaron meditaciones en sus respectivos templos -la sinagoga Benei Tikva y la catedral-, se prologaron libros -Bergoglio lo eligió para “El jesuita”, su biografía autorizada-; escribieron juntos “Sobre el Cielo y la Tierra”, un intercambio acerca de temas religiosos y sociales, y grabaron un ciclo de programas de TV sobre temas bíblicos y morales junto con el evangélico Marcelo Figueroa.
En 2012, Bergoglio le entregó un doctorado honoris causa de la UCA. Además, en setiembre, Skorka se convirtió en el primer rabino en alojarse en el Vaticano (en Santa Marta), cuando fue a saludarlo. Ahora, sueñan con ir juntos a Israel y orar frente al Muro de los Lamentos.
¿Siente que finalmente se produjo una reconciliación definitiva entre el judaísmo y el catolicismo?
Siento que estamos realizando un trabajo de diálogo muy importante porque el catolicismo, como parte del cristianismo, tiene conflictos que surgen en buena medida de haber nacido del seno del pueblo judío. Nació de modo conflictivo porque de un mismo tronco se desarrollaron dos ramas: el judaísmo rabínico y las distintas denominaciones cristianas. Pero, insisto, el tronco es el mismo. Por eso, las desavenencias pueden ser superadas a través de un análisis y un diálogo profundo. Y eso es lo que se está haciendo en este momento. No es meramente decir: bueno… nos queremos… tratemos de superar las desavenencias del pasado.
Al fin de cuentas, invocan al mismo Dios y reconocen a Abraham como el gran patriarca …
Exactamente. El piso es eliminar las discordias, las suspicacias. Pero, cada uno desde su identidad, tenemos que llegar, justamente porque tenemos una misma raíz, a hacer un aporte en la construcción de un mundo más espiritual. Sumaría en este proceso al Islam porque también tiene un tronco abrahámico, si bien es históricamente posterior y muchos cristianos nacieron del seno del judaísmo. Ahora bien: lo primero es eliminar el odio, entre los herederos espirituales de Abraham no puede haber odio. Entre los que aceptamos que Dios nos dice que podemos llegar a él a través del amor no podemos tergiversar el mensaje bíblico como ocurrió en el pasado.
El Concilio Vaticano II rechazó el deicidio (culpar al pueblo judío por la muerte de Jesús) y suprimió de la liturgia católica una referencia hiriente al judaísmo. Pero a algunos cristianos parece costarles que los judíos no acepten a Jesús como el Mesías. A su vez, algunos judíos sienten que los cristianos se adueñaron de La Torá (el Antiguo Testamento).
No nos podemos quedar en los círculos viciosos del pasado. Si queremos que lo religioso, lo judaico y lo cristiano -y, como dije, el Islam- tengan una relevancia en la formación de una realidad humana mejor, debemos reelaborar los mensajes e ir hacia adelante. Si seguimos en los mismos círculos viciosos, vamos a caer en los mismos errores. Tenemos que hacer una reelaboración ideológica como muchos teólogos católicos hacen a partir de ese enorme documento que es Nostra Aetate (la declaración del Concilio Vaticano II en los años 60 sobre la relación de la Iglesia con el judaísmo y las otras religiones), que trata de crear una nueva teología.
Y cuando habla con Francisco de esto, ¿qué le dice?
Precisamente, la última vez que lo vi en Roma le pregunté cómo sigue el diálogo y me dijo que tenemos que entrar en el campo teológico. Esto lo interpreté como la necesidad de reflexionar sobre qué significa un judío para un cristiano y un cristiano para un judío desde la cosmovisión religiosa. Y que, a partir de ello, debemos buscar mediante el diálogo las coincidencias y, en base a ellas, trabajar por un mundo mejor.
De todas formas, ¿en qué medida conceptos y actitudes del cristianismo contribuyeron al antisemitismo?
Contribuyeron, sin duda. En el prólogo de un libro sobre Nostra Aetate, el cardenal Walter Kasper, que tuvo mucho que ver con el diálogo judeo-católico, empieza afirmando que no se puede decir que el antisemitismo nazi sea una creación de siglos de teología antijudía o antisemita cristiana, porque a la postre la idea del nazismo era volverse en contra del cristianismo. Pero es indudable -agregaba Kasper- que siglos de teología antisemita cristiana pavimentaron las cosas. Por un lado, pavimentaron la senda sobre la cual el nazismo construyó su antisemitismo. Y, por el otro, la senda de la no reacción de los pueblos de Europa frente a la Shoá. Es fuerte esto, pero es una verdad histórica.
En sus conversaciones con el entonces cardenal Bergoglio para el libro que compartieron, usted es crítico respecto del papel que jugó Pío XII durante la Shoá …
Mi postura es que no puedo entender cómo Pío XII pudo callar. Hay gente que me dice que a través de ese silencio pudo salvar a muchos judíos y para fundamentarlo citan documentos donde consta que ocultó judíos en conventos y los salvó. Pero considero que con su silencio estaba condenando a otros.
Una corriente de opinión de aquella época consideraba que si Pío XII elevaba su voz aceleraría las matanzas …
Hay momentos en que no se puede callar, en que hay que gritar la verdad a los cuatro vientos. Y ése era uno. En el mismo capítulo del libro con el cardenal Bergoglio, al tratar de entender por qué Pío XII actuó así, digo que él creía en la fuerza de la diplomacia porque era un diplomático. Creía en los concordatos, en los acuerdos como los que hizo con el Tercer Reich. O en sus gestiones con Mussolini. Era un experto en eso. Pero el momento histórico le exigía actuar de otra manera.
¿Cuál fue la posición del cardenal Bergoglio?
Ante todo, quiero decir que fue un tema muy fuerte de nuestra conversación, pero es una característica de nuestra relación el decirnos todo tal como lo sentimos. Además, ante la imagen de Pío XII, el hombre de la diplomacia, nos vino después la de Juan XXIII, un hombre sencillo, que salvó a miles de judíos con certificados de bautismo falsos, por supuesto, cuando era Nuncio en Estambul. Ahora, muy bien dijo Bergoglio: hay que seguir investigando y la verdad debe saberse. Estoy repitiendo sus palabras para el libro. Ésa es una actitud loable de alguien que ocupa ahora la cabeza de una de las Iglesias más importantes de la humanidad.
¿Cuál es la situación de Argentina en materia de antisemitismo?
La Argentina, igual que otros países, tiene luces y sombras. ¿Quién puede negar que aquí hubo grupos antisemitas? La Iglesia, allá por los años 30, tuvo en sus filas nacionalistas, e incluso en órganos de difusión, a abiertamente antisemitas. Pero aun así en Buenos Aires, que era el centro del país e incluso de América Latina, había algo que unía a los inmigrantes: el dolor de la inmigración. Así, el barrio arrimaba a judíos, católicos, musulmanes. La escuela primaria los unía con los guardapolvos blancos. Las catástrofes nos hermanaban en la ayuda. En una palabra, la convivencia fue uno de los tantos vectores dentro de una realidad donde hubo muchos conflictos.
Usted estaba presente cuando un grupo protestó semanas atrás durante un acto en la catedral que evocaba la Noche de los Cristales (el comienzo de la persecución nazi) por la presencia de judíos en ese templo. ¿Fue un ataque al Papa, una expresión de antisemitismo o las dos cosas?
Una combinación de ambas. Lo primero que sentí fue mucho dolor porque se lo hacían a mi amigo. Además, porque fue en un lugar donde habíamos compartido tantas cosas. Y donde soñábamos hacer muchas más para testimoniar la hermandad judeo-católica. Es cierto que lo protagonizó un grupo minúsculo de católicos en contra de otros católicos, pero fue un golpe artero en medio de un acto organizado por instituciones judías y católicas para mantener viva la memoria del horror del nazismo.
Hoy nos parece muy natural la fluida relación entre dignatarios judíos y católicos en el país, pero hace medio siglo no era así…
Efectivamente. Entre los mojones de mi relación con el hoy papa Francisco quisiera mencionar algo que viene muy a cuento. Ocurrió el 11 de octubre de 2012 cuando, en el marco de un acto por los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II, el entonces cardenal Bergoglio, como gran canciller de la UCA, me entregó el doctorado honoris causa. Fue una ceremonia impresionante, colmada de gente. Entre ellos había sobrevivientes de la Shoá que vieron cómo los nazis enviaban gente a la muerte. Pienso concretamente en un miembro de mi comunidad de noventa y tantos años. Recuerdo que, cuando terminó el acto, alguien que conoce muy bien la UCA me dijo que 10 años atrás ese gesto -era la primera vez que una universidad católica en América Latina distinguía a un rabino- no hubiera sido posible. Y Francisco es un pionero en esto. A veces me pregunto cuál es su teología, cuál es su credo y me respondo, dicho en fácil, que se toma en serio a Jesús. Con él no hay vueltas.
¿Y cómo definiría, aunque sea por estos primeros meses, el pontificado de Francisco?
Respondo con un concepto que estudié en análisis matemático: considero que su papado es un punto de inflexión. O sea, cuando la curva cambia de sentido. Dicho de otro modo: está protagonizando un cambio real, profundo. Ahora, es indudable que todos lo tenemos que ayudar para que ese punto de inflexión sea lo más pronunciado posible. Lo cual implica caminar juntos no sólo en la cuestión del diálogo. Es cierto que el punto de inflexión primario es dentro de la Iglesia Católica, con proyección al cristianismo en general en lo que se llama el ecumenismo. Eso es importantísimo y está trabajando muchísimo en ese aspecto. Pero va más allá. Todo lo que hace tiene un denominador común: el desafío de crear un mundo distinto, mejor.
Fuente:periodistadigital.com
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