IGNACIO CEMBRERO
Enlace Judío México | “Ahora entre en esa sucursal bancaria y averigüe el nombre de su director”. “Mejor aún, tráiganos su tarjeta de visita”. “Su siguiente misión va a ser abordar a ese transeúnte y trate de que le diga quién es, a qué se dedica etcétera”. Said Sahnoune iba recibiendo estas órdenes de un agente israelí con el que caminaba por Tel Aviv en 1998. Eran algunas de las pruebas a la que les sometía el servicio secreto interesado en contratar a este periodista argelino que entonces tenía 35 años.
Los exámenes más exhaustos Sahnoune los había, sin embargo, pasado en su habitación del Hotel Metropolitan de esa ciudad. “Allí me sometieron a largos interrogatorios con detector de mentiras incluido sobre mi vida, mis motivaciones…”, recuerda. “¿Te ha enviado un servicio extranjero?”, fue una de las preguntas más reiteradas.
Pasó todas las pruebas y fue reclutado por un servicio secreto israelí cuyo nombre sus interlocutores nunca pronunciaron, pero que solo puede ser el célebre Mosad, el único que posee una amplia red exterior. Más tarde, también fue contratado por las fuerzas de seguridad españolas.
Tres lustros después de aquel paseo por Tel Aviv, Sahnoune, ya con 50 años, desembarcó el 22 de noviembre al aeropuerto madrileño de Barajas procedente de un país africano y acompañado por su hijo Kamel, de 20 años. Aprovechó una escala en Madrid para solicitar asilo político. No se lo concedieron, pero gracias a los abogados del Comité Español de Ayuda al Refugiado le dejaron franquear la frontera española 17 días después.
Sahnoune, el exagente que se hospedó en hoteles de lujo, vive ahora en un albergue para refugiados que gestiona la Cruz Roja en un barrio de Madrid. Accede a contar su vida, pero deja claro que es “aun pronto” de para narrar algunos episodios “delicados”. De las largas horas pasadas con él mano a mano este corresponsal saca la impresión que da una versión algo edulcorada de sus andanzas por África y Oriente Próximo.
Tras dos semanas de pruebas en Tel Aviv, un jefe del Mosad, que se identificó como Sami, le invitó a cenar para confirmarle que su perfil les interesaba. “Y usted, ¿está interesado?”, le preguntó. El argelino contestó “sí”, pero puso un par de condiciones: “No quiero trabajar contra mi país; no quiero matar ni poner a tiro a nadie que ustedes vayan a matar”. Las aceptaron, según él.
Sahnoune había llegado a Tel Aviv después de emigrar primero, a principios de los noventa, a África Occidental. En Benín fundó un diario Le Matin. En Costa de Marfil colaboró con otro, La Paix. La publicación de un suplemento sobre el asesinato del primer ministro israelí, Isaac Rabin, en 1995, propició un primer contacto con la Embajada de Israel en ese país que le felicitó.
El embajador le invitó primero a asistir, en 1996, a un seminario de la sección árabe del Histadrut (sindicato israelí) y más tarde le ofreció un “trabajo como periodista de investigación” que empezaba con un viaje a Bangkok. Allí, en la Embajada israelí, le propusieron volar a Tel Aviv donde de verdad comenzó el reclutamiento y después los cursillos de formación.
Con su encubrimiento de periodista, el argelino, originario de la región Cabilia, espió para el Mosad en Abiyán —“seguían de cerca a la colonia libanesa chií en África Occidental”, subraya-, en Túnez y, sobre todo, Líbano a partir de la retirada israelí del sur de ese país que ocupó hasta 2000. “Les interesaban un libanés que trabajaba para la Organización para la Liberación de Palestina; también un exembajador libanés, un militar y un par chiíes en el sur del país”, recuerda. “Entre sus objetivos había muchos cristianos libaneses”.
“Debía tomar contacto con ellos, averiguar si iban a viajar a Europa o dejar caer que podrían ser invitados a algún evento en Europa”, rememora. “Creo que querían reclutarles, pero no en Líbano”, añade. “A veces, cuando yo había recabado ya bastante información sobre el blanco, me decían que me olvidara de él, que otro equipo tomaría el testigo”.
A Sahnoune le pagaban en mano en Chipre donde solía transmitir la información obtenida a sus interlocutores israelíes. El sueldo, 1.500 dólares mensuales, según el argelino, era modesto aunque también le abonaban los gastos de cada misión, tenía un presupuesto para invitar a almorzar y le daban incluso un bonus si lograba algunos objetivos. “Una vez me dieron hasta 6.000 dólares de golpe”, señala.
Fue también en Chipre donde el Mosad rompió con Sahnoune después de someterle a una enésima sesión del detector de mentiras. “Les dije que no había mantenido ninguna relación con otros servicios extranjeros y el dichoso aparato me delató”, recuerda. “En realidad había informado al DRS [servicio secreto militar argelino] de mi labor” con los israelíes, precisa, durante una visita a Argel para celebrar fiesta del Aid el Kebir con la familia. El Mosad “me despidió, pero antes me pagó”.
A principios de 2002 Sahnoune regresó a su Cabilia natal y sobrevivió haciendo chapuzas hasta que, de manera un tanto confusa, tuvo una entrevista de trabajo en la Embajada de España. Allí no fue necesario pasar la prueba del detector de mentiras. “Bastó con que les relatara mi vida profesional para que me contrataran” a principios de 2004 con un sueldo mensual de 900 euros más gastos y bonus.
Con los españoles Sahnoune tampoco supo exactamente para quién trabajaba. Recuerda que sus interlocutores se llamaban Miguel, Lorenzo y, sobre todo, Carlos al que un día vio en “televisión asistiendo a una ceremonia con un uniforme que era el de la Guardia Civil”. Al instituto armado le interesaba en Argelia el terrorismo, la inmigración clandestina y, en alguna ocasión, el programa nuclear argelino. Y a eso se dedicaba su confidente argelino.
“Los servicios españoles solicitaban información sobre individuos sospechosos de terrorismo a sus contrapartes argelinas, pero estas tardaban mucho en contestar”, cuenta Sahnoune. “Entonces los españoles me pedían que yo tratara de obtener por mi cuenta los datos que ellos buscaban”, añade. “De vez en cuando también elaboraba una revista de prensa sobre terrorismo”. “El DRS argelino conocía mi labor y no puso reparos mientras no espiase”, afirma.
No fue el DRS sino los agentes de su equivalente marroquí los que le echaron el guante, en diciembre de 2005, cuando seguía el rastro de los inmigrantes subsaharianos que, tras atravesar Argelia, cruzan a Marruecos y tratan de entrar en Ceuta y Melilla o de dar el salto a la Península. El otoño de 2005 había sido caliente con los masivos asaltos a ambas ciudades autónomas. Pese a que su frontera común está cerrada desde 1994, Sahnoune entró a pie ilegalmente en Marruecos desde Argelia.
“¡Haceros cargo de vuestro perro!”, le espetaron los agentes marroquíes a sus colegas argelinos al entregarles a Sahnoune tan solo un par de horas después de que le hubiesen capturado. De vuelta a Argelia el confidente de la Guardia Civil no fue liberado. De Maghnia, en el oeste del país, le trasladaron primero a Orán y después, en un avión militar, a Antar, la cárcel secreta del DRS en Argel. “Estaba repleta de islamistas”, recuerda.
Él pidió hablar allí con aquel coronel del DRS que le había autorizado verbalmente a colaborar con los españoles, pero la respuesta fue que le enviarían a la prisión castrense de Blida, a unos 50 kilómetros al suroeste de Argel. Allí sería juzgado por un tribunal militar. “Date cuenta de que si te soltásemos ahora los marroquíes se pensarían que eras uno de los nuestros”, le explicó un brigada argelino del DRS. “Solo cabe una explicación a mi caída en desgracia: un ajuste de cuentas en la cúpula del DRS que desbancó a los que me dieron su acuerdo”, asegura.
El tribunal militar se declaró incompetente, en abril de 2006, y trasladó el caso a una corte civil de Tizi Ouzou (Cabilia) que tardó 15 meses en juzgarle a puerta cerrada. El fiscal pidió 20 años por divulgación de secretos de la defensa nacional a dos potencias extranjeras, pero al final solo le cayeron 10. También se sentó entonces en el banquillo Ali Touir, un agente de la policía judicial acusado de complicidad con Sahnoune. Fue absuelto.
“Tenemos un buen sistema de reeducación en las cárceles que permite reducir la condena si se aprenden oficios y se aprueban exámenes”, subraya desde Argel, al teléfono, Saada Messous, el abogado de Sahnoune. “Mi cliente le sacó buen partido”, asegura el letrado. Fue excarcelado el 5 de julio de 2012 en Constantina.
“Estuve entonces seis meses pensando qué hacer hasta que tomé la decisión de marcharme de Argelia”, explica el exespía en una cafetería del madrileño barrio de San Blas. “A causa de mi pasado en mi país estaba bloqueado, no podía emprender nada profesionalmente”, sostiene.
Sahnoune rehúsa dar detalles sobre cómo consiguió la documentación para cruzar fronteras y llegar a España. “Me llevé a mi hijo conmigo porque le tocaba ya hacer la mili y, por culpa del pasado de su padre, en el Ejército se las podían hacer pasar canutas”, comenta. “Estaba convencido de que me resultaría fácil entrar en el país para el que había trabajado, corrido algunos riesgos”. “¡No ha sido así!”, constata. En Tizi Ouzou dejó a su esposa, profesora, y a sus dos hijas. “La mayor se casará pronto y no podré asistir a su boda”, se lamenta.
Fuente:elpais.com
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