El veto en Manresa a un músico que participó en un homenaje a Israel ilustra el rechazo que sufre el país.
¿Les suena la música de la Amusic Skazz Band? Se definen como una banda de ska-jazz (mezcla de música negra americana, ritmos caribeños y jazz) y han ganado un poquito de popularidad más allá de Cataluña a raíz del veto que sufrieron en la última Festa Major Alternativa (FMA) de Manresa, que no organiza el Ayuntamiento de la localidad catalana sino una plataforma «popular, reivindicativa e independiente», tal como se apunta en la página web.
Los responsables de la programación de la FMA les dieron con la puerta en las narices en cuanto supieron que el trombonista de la banda, Eric Herrera, había participado el pasado mes de junio en una concentración en favor del Estado de Israel con motivo del 65º aniversario de su fundación. No querían, alegaron, «a un amigo de los judíos» que no responde al ideario «antifascista y anticapitalista» que ellos defienden desde 1992, cuando los fastos de las Olimpiadas de Barcelona les impulsaron a hacer realidad sus sueños festivos, libertarios y políticos. Ya no son los veinteañeros de entonces pero mantienen viva la llama revolucionaria con el apoyo de colectivos antimilitaristas, independentistas, feministas y ecologistas.
«Lo mío ha sido un linchamiento público», se quejaba Herrera cuando la polémica todavía le escocía. Algo de razón tenía. No hay más que echar un vistazo a la campaña orquestada en Internet por afines a la causa de la FMA: la foto del músico, captada en la plaza de Catalunya de Barcelona durante la manifestación que conmemoraba el nacimiento de Israel, se propagó por un sinfín de redes sociales y hasta llegó a empapelar las paredes del casco viejo de Manresa. Un hostigamiento que -por si quedaba alguna duda- iba acompañado por un lema contundente como un puñetazo en la boca: ‘Fuera sionistas y racistas de nuestras fiestas’. «No entiendo nada, yo soy un hombre dialogante», alcanzó a farfullar el trombonista en las únicas declaraciones que hizo tras la cancelación del concierto.
El acoso a Zubin Mehta
Se nota que Herrera no está acostumbrado a que le lluevan los palos. Nada que ver con el maestro de origen indio Zubin Mehta, titular de la Orquesta Filarmónica de Israel, que en el último concierto que ofreció en Cachemira tragó carros y carretas. En esta región, un polvorín que reivindican tanto India como Pakistán, las facciones musulmanas no se limitan a promover boicots; lisa y llanamente rechazan y combaten la existencia de Israel en la medida que lo permite su potencial paramilitar.
A la hora de descalificar y hasta acusar de «terrorista» al director de orquesta, se olvidan de las palabras que lanzó al máximo dirigente del Estado judío, Simon Peres, cuando le concedieron la medalla de más alto rango que otorga el Gobierno hebreo: «¿Por qué no salís todos juntos a la calle para exigir la paz? ¿Qué hacéis tan parados?». No es de extrañar que el presidente de Israel se quedara con la sonrisa congelada ante la reprimenda de Mehta, el mismo que reprocha al Ejecutivo de Tel Aviv «su inflexibilidad» en la política de control de Gaza y Cisjordania y se ha empeñado en incorporar músicos árabes a las filas de la Filarmónica de Israel, feudo de músicos judíos y cristianos.
«Algún día se conseguirá, y además tocaremos en tierras palestinas», anticipa derrochando un optimismo irreductible que comparte con su buen amigo el director judío Daniel Barenboim, que a su vez promueve el intercambio cultural con la orquesta West-East Divan, un híbrido árabe-israelí empeñado en recordar que unos y otros descienden de pueblos semitas, son algo así como primos hermanos y ya es hora de superar viejos rencores y prejuicios. Dentro de doce meses, Mehta sucederá en el atril a Barenboim como director del celebérrimo Concierto de Año Nuevo, en Viena, y seguro que hace votos públicamente desde la tarima para que se supere la espiral de odio. ¿Un imposible a estas alturas? Lo cierto es que se han redoblado las presiones contra el Estado judío para que deponga su actitud en los territorios ocupados.
Ya hay un movimiento de carácter internacional conocido como BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) que pretende hacer de Israel un paria a todos los niveles. Máxime en el intelectual, académico y tecnológico, donde la tradición judía siempre ha presumido de tener primeros espadas. ¿Qué estrategia siguen? Pues la misma que adoptaron, allá por los años 80, muchas organizaciones defensoras de los derechos humanos que promovían el bloqueo contra el Gobierno racista de Sudáfrica. Ahora se aplica la misma táctica de acoso y derribo contra el Ejecutivo de Tel Aviv.
Es una corriente muy combativa, que cuenta con el apoyo de más de 170 entidades no gubernamentales palestinas, así como de pensadores judíos de la talla del lingüista estadounidense Noam Chomsky. El autor de ‘Gaza en crisis’ (ed. Taurus) llegó a persuadir el pasado mes de junio al mismísimo Stephen Hawking de que rechazara la invitación de la Universidad Ben Gurion de Israel «en nombre de los derechos humanos». El rector del centro, con sede en la histórica ciudad de Beerseba, a poco más de 100 kilómetros de Tel-Aviv, protestó amargamente ante lo que consideraba «un ataque intolerable a la libre circulación de investigadores». Otros intelectuales de origen hebreo, como Amos Oz y David Grossman, apoyan la campaña de boicot «pero solo circunscrita a los territorios ocupados». Es decir, se muestran más moderados y en ese sentido apoyan la política de la Unión Europea que -a partir de esta misma semana- tiene previsto negar subvenciones, becas y ayuda financiera a las instituciones israelíes radicadas en Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán.
Militar israelí y ferviente culé
También los hay que abogan por la concordia, «sin cortapisas y más allá de los estereotipos», como el novelista Antonio Muñoz Molina, que recibió el Premio Jerusalén 2013 «en honor a su labor en favor del entendimiento». Muy bonito pero, al final, tampoco se libró de las críticas. Y todo porque, una vez en Israel, el autor de ‘Sefarad’ se descolgó con unas declaraciones que indignaron a los radicales de ambos bandos: «Las críticas más lúcidas contra Tel Aviv provienen de los propios ciudadanos israelíes».
Imposible satisfacer a todo el mundo. Que se lo pregunten al joven militar (y culé) Gilad Shalit, secuestrado entre 2006 y 2011 por Hamás en la Franja de Gaza. El año pasado, el Barça le invitó al Camp Nou para que disfrutara ‘in situ’ de un partido contra el Real Madrid. El resultado fue 2-2, con Messi y Cristiano repartiéndose los goles y desatando la locura de los aficionados. Pero Shalit celebró los tantos con la boca pequeña al saber que grupos pro-Palestina habían elevado una queja formal al club barcelonés. «Aposté por la discreción», explicó nada más finalizar el encuentro. Eso sí, a los pocos días protagonizó un programa en la televisión de Israel sobre el partido que los espectadores árabes no vieron con buenos ojos. En última instancia, la mayoría apostó por el boicot. Apagaron el aparato.
Fuente: AJN
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