LEÓN KRAUZE
Enlace Judío México |A mediados de diciembre, una joven colega estadunidense me escribió para compartirme sus planes de visitar la Ciudad de México para las fiestas. Quería saber mi opinión: “¿Te parece una buena idea? Perdona si te suena estúpido, pero… ¿es seguro?” No es la primera vez que, como mexicano viviendo fuera, tengo que responder esa pregunta. No hay conversación sobre México que no comience con el tema de la inseguridad.
La gente quiere saber si la capital es segura para caminar, cuáles son las zonas donde se corre mayor peligro, si hay que evitar el Metro, si es mejor cuidarse de los taxis. La lista es larga. La idea que se tiene de México —en este caso del Distrito Federal— es la de un lugar auténticamente peligroso. Es, a mi parecer, una percepción equivocada. Respondí con un enfático “perfectamente seguro”, para luego proceder a enviarle una lista de posibles actividades, desde caminatas céntricas hasta paseos vespertinos. Gracias a los binoculares virtuales que son las redes sociales pude seguir buena parte de su viaje. Subió varias fotos a Instagram: en el Zócalo, en la Roma, en esta calle, en aquella otra. La suya fue, hay que decirlo, una experiencia casi exclusivamente turística. Prácticamente no se aventuró más allá de las rutas que siguen los turistas en la capital. Pero tampoco contrató choferes ni ridiculeces por el estilo. Usó el Metro sin chistar y caminó lo más posible. Ayer por la mañana finalmente me escribió para decirme que la ciudad le había encantado. “¿Te sentiste segura?”, le pregunté. “Muy segura, incluso en el Metro”, me respondió. Aceptó, sin embargo, haberse sentido inquieta cuando bajó en la estación errónea queriendo visitar la Condesa. “Cuando nos equivocamos rumbo a Condesa me sentí en un lugar más…real. No me asustó el tamaño de la ciudad, pero sí me sentí fuera de lugar”. “¿Pero te sentiste amenazada? ¿Hubo algún momento peligroso?”, quise saber. “Nunca”, me dijo. ¿Su única queja? Ninguno de los restaurantes que le recomendé para la cena más importante de su viaje estaba abierto. Problemas de primer mundo, pensé (aunque sí es muy extraño que los restaurantes de más alto perfil de una ciudad que se precie de ser destino turístico estén cerrados en época, caray, de mucho turismo).
Esta dinámica se repite una y otra vez cuando se trata de hablar de México como destino turístico en tiempos de la guerra contra el narco. Los miedos comprensibles de los potenciales visitantes resultan, en casi todos los casos, infundados: lo que comienza como una experiencia cautelosa se convierte en un viaje lleno de gozo. Aun así, muchos mexicanos tienen por costumbre pintar un paisaje apocalíptico para quienes planean visitar nuestro país. Muchas veces he escuchado a amigos acá describir México como lo que objetivamente no es: un lugar completamente salvaje e impredecible donde la violencia está tan extendida que puede sorprender a cualquiera en cualquier circunstancia en prácticamente todos los rincones del país. La realidad es muy distinta.
Algunos podrían decir que la historia de mi amiga (y su prometido, que la acompañaba) es solo eso: la historia de un par de turistas. Pero son esas experiencias las que crean reputaciones, sobre todo cuando se trata del turismo, quizá la industria que depende más del buen nombre del destino en cuestión. Pero más allá de las anécdotas personalísimas de quienes se acercan con temor a la Ciudad México para descubrir, en cambio, una ciudad vibrante, intensa y mayormente segura, están las estadísticas. Hay algunos números que dan para preocuparse, claro está. Por ejemplo, en la última década más estadunidenses perdieron la vida en México (país) que en cualquier otro lugar, a excepción de aquellos en guerra. Aun así, el consenso de los expertos se parece al que correspondería a casi cualquier otro destino en el planeta: la seguridad del turista en México varía inmensamente y está relacionada directamente con la precaución y el sentido común del viajero. Después de todo, 6 millones de turistas estadunidenses viajaron en 2012 a México sin problema alguno. La tasa de homicidios del Distrito Federal es menor que la de muchas, muchas ciudades en Estados Unidos (una tercera parte que la de Washington D.C., para empezar). Eso no quiere decir que el turista temerario no vaya a encontrar problemas. Seguramente que sí, sobre todo si pasa de la aventura a la estupidez e ignora el hecho incontrovertible de que hay zonas de México donde la violencia y la impunidad complican hasta la vida cotidiana. La pregunta es: ¿en qué sentido difiere eso de las posibles malas experiencias que uno puede encontrar en casi cualquier parte del mundo? Los Ángeles misma, la segunda ciudad más grande de Estados Unidos, tiene zonas auténticamente peligrosas que es mejor evitar, como turista y como residente. Sobra decir que la pregunta inicial de quien pretende visitar Los Ángeles nunca es si la ciudad “es segura”.
Por eso, la respuesta responsable cuando alguien pregunta si México es seguro es la siguiente: “como cualquier otro lugar, depende de adonde vayas y qué hagas”. Y si se trata de la Ciudad de México —caótica, intensa, desordenada y fascinante—, la respuesta, insisto, tiene que ser la misma que le di a mi colega.
Por cierto y solo como apunte: al final de nuestra conversación, mi amiga me compartió lo único que de verdad le sorprendió de la gran capital mexicana: “Muy poca gente habla inglés”. Que México, país vecino de Estados Unidos y aspirante a mejores tiempos, siga recibiendo al turista con cara de what, eso sí que me parece digno de alarma… y motivo para otra columna más adelante.
¡Feliz 2014, queridos lectores!
Fuente:milenio.com
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