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viernes 22 de noviembre de 2024

Los pacientes de la guerra de Siria, tratados en hospitales del ‘enemigo’ Israel

Enlace Judío México | Pasado y presente se confunden en Safed (Tzfat, en hebreo y Ṣafad, en “árabe”), una pequeña ciudad del noreste de Israel considerada santa para el judaísmo. Conocida por ser cuna de la cábala, tras recibir la llegada de algunos judíos sefardíes ilustrados expulsados de la España de los Reyes Católicos, hoy es noticia por acoger el hospital Rebecca Sieff, el que mayor número de sirios trata en el conflicto de Oriente Próximo más sangriento del último lustro.

No es baladí que pacientes de nacionalidad siria reciban tratamiento en los hospitales de un país como Israel, considerado enemigo en el suyo y con el que Siria sigue técnicamente en guerra. “Si a través de la medicina podemos contribuir a que estos sirios un día regresen y vean de otra forma a Israel, no como los monstruos que creen que somos sino como personas que les intentan ayudar, entonces el trabajo que hemos hecho es espléndido”, afirma Óscar Embon, director del centro hospitalario y de origen argentino desde su despacho en la planta baja del centro.

Los primeros pacientes empezaron a llegar en febrero de 2013. Hoy el personal sanitario del hospital Sieff ya ha tratado a más de doscientos. De ellos, la mayoría son hombres pero también hay un 15% de niños, como Fátima, de 9 años. Su habitación se encuentra a la entrada de la primera planta del hospital. Esta incorporada sobre la cama, oculta su cara entre las rodillas mientras se balancea hacia adelante y hacia atrás en un movimiento rítmico y constante. “Ahora le duele, por eso se mueve”, explica preocupada su madre, Noor, que permanece sentada junto a su cama.

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Hace dos meses Fátima y ella se encontraba en la cocina de su casa, situada en la provincia de Deraa (al suroeste de Siria), cuando un bombardeo les cogió por sorpresa. Parte de la casa se vino abajo y varios pedazos de escombro cayeron encima de la pierna de Fátima. “Ya estuvimos aquí hace un meses para la primera operación y ella quiso volver para que terminaran el tratamiento”, comenta Noor. Ahora los médicos han conseguido salvarle la pierna y en unos meses, no sin esfuerzo, podrá volver a caminar. “Estamos contentas. Le estamos muy agradecidas a Dios y a todas las personas que trabajan aquí”, asevera.

Al fondo del pasillo, Miran, un trabajador social árabe-israelí, alto y corpulento, entra y sale de la última habitación del flanco derecho de la planta, custodiada por dos soldados israelíes. En la cama del centro yace Ahmed, de 27 años, que llegó al hospital hace tres semanas con una pierna ya amputada. “Estaba sentado en la calle cuando un avión comenzó a bombardear mi barrio. No me dio tiempo a buscar refugio y un pedazo de metal me destrozó la pierna”, le explica en árabe a Miran, quien se ha convertido en el primer interlocutor para los sirios recién llegados que a menudo están desconcertados sin saber si quiera donde se encuentran en realidad. Pocos sospechan, cuenta Miran, que puedan encontrarse en Israel. “No recuerdo nada, estaba inconsciente, pero sé que alguien me trajo hasta la frontera”, explica el sirio.

Un trabajo médico delicado

Piernas o brazos amputados, heridas profundas en músculos y tejidos son las lesiones más frecuentes con las que lidian los enfermeros en el hospital de Safed. “Las heridas requieren curas muy meticulosas y casi siempre son graves. He visto a pacientes que han llegado sin apenas músculos en la cara, incluso se les podía ver el hueso”, dice Avi con la sonrisa amable que solo un enfermero acostumbrado a ver de cerca la muerte puede esbozar.

Realizados los tratamientos médicos, a menudo costosos, Embom explica las dificultades de tipo administrativo que encaran los gestores del hospital. “El gobierno de momento no nos ha dado una solución. Estamos curando a estos enfermos con nuestro presupuesto interno”, explica. Por ahora, el centro ha invertido más de dos millones y medio de euros en curarles, “y seguiremos haciéndolo mientras podamos” -afirma rotundo este argentino- “Para nosotros no son enemigos sino enfermos”.

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Tras un estancia media de dos meses y una vez recibidos los cuidados oportunos, los sirios regresan a casa. “No hemos tenido ni un paciente sirio que quisiera quedarse en Israel. Todos quieren regresar”, dice Embom. Sin embargo, el “después” es precisamente lo que más preocupa al personal del hospital. “La mayoría necesitan un seguimiento, cambiar implantes o prótesis que a menudo son caros y tenemos la certeza de que en Siria, tal y como están las cosas, no los recibirán”, afirma serio el director. “Eso nos preocupa mucho y estamos estudiando distintas opciones con organizaciones como la Cruz Roja para ver cómo podemos cambiar esto de alguna manera”, concluye.

Un peligroso viaje desde el infierno

La mayoría de los heridos sirios que llegan hasta Israel lo hacen de noche y a través de la frontera que comparte con Siria en los Altos del Golán, zona anexionada por el Estado hebreo tras La Guerra de los Seis Días, en junio de 1967. Hasta allí los heridos son trasladados, a menudo tras varias horas de camino y un tortuoso viaje, por “guías” locales sirios, según cuentan los pacientes que conocen bien la zona montañosa de los Altos del Golán.

Una vez los enfermos llegan a la zona desmilitarizada de la frontera, controlada por las tropas de UNIFIL (la misión de paz de las Naciones Unidas desplegada tras la guerra entre Israel y Hezbolá en agosto de 2006), son recogidos ya en el lado israelí por paramédicos del Ejército que les trasladan en ambulancia militar hasta el hospital Rebecca Sieff de Safed. “No sabemos cómo llegan, a nosotros no nos cuentan nada, sólo nos dicen cuántos van a traer y nosotros les atendemos”, explica Embon. Y de la misma forma que llegan, se van. “Una vez terminamos el tratamiento, les llamamos, ellos aparecen, les montan en las ambulancias y se los llevan”, concluye.

Para él y para algunos trabajadores del hospital como Miran esa es la parte más difícil. “Estamos con ellos, a veces lloramos o reímos, nos cuentan lo que han pasado, se establece una relación muy cercana en las semanas que están aquí”, relata Miran sonriente. Pero un día se marchan y lo más probable es que ni médicos ni enfermeros vuelvan a tener contacto con ellos. “Todos ocultan que han sido tratados en Israel. Su vida correría peligro”, explica este árabe israelí. “A fin de cuentas en Siria, Israel sigue siendo un enemigo”.

Fuente:elconfidencial.com

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