Omar Shafik Hammami: el jihadista rapero

JULIÁN SCHVINDLERMAN

Enlace Judío México | Según un estudio del congreso norteamericano del año 2011, entre treinta y cuarenta jóvenes estadounidenses fueron reclutados por el movimiento somalí fundamentalista Al-Shabbab. El más famoso entre ellos es Omar Shafik Hammami, también conocido como Abu Mansoor al-Amriki, quién descolló en originalidad al incorporar música rap a su jihad personal.

Dos de sus canciones más famosas llevan por título “Envíame un misil crucero” y “Haz la jihad conmigo”. Su aspecto híbrido de hippie-islamista, su inclusión en la lista de los más buscados del FBI (ofreció USD 5 millones por información sobre su paradero) y la acusación de plagio que recibió de otro colega de armas, han hecho de “el americano” (al-Amriki) una cause célèbre dentro y fuera del entorno islamista internacional. Su poesía no será la de Bob Dylan ni su música la de John Lennon, pero merece todo el crédito en la categoría de creatividad perversa. “Envíame un misil crucero” contiene frases como “no es hacer o morir, es hacer o paraíso”, “nada es más dulce que el sabor de un mortero de tanque” y “yo me obsesiono, no me deprimo, por el éxito del martirio”. El estribillo reza:

Envíame un crucero como a Maa’lam Adam al Ansari
Y envíame un par de toneladas como a Zarqawi
Y envíame un avión no tripulado como a Abu Laith al Libi
Y las Fuerzas Especiales como a Saleh Ali Nabhani

Envíame los cuatro y envíame mucho más
Rezo por ello en mi camino a la puerta de los cielos
Envíame cuatro y envíame más, que lo que yo imploro
Es un martirio increíble por el que me esfuerzo y adoro

La trayectoria de vida de Hammami -de Estados Unidos a Somalia, de buen estudiante a guerrero santo- es verdaderamente extraña. Nació en 1984 en Alabama. Su madre descendía de irlandeses y era bautista, su padre era de origen sirio musulmán. Fue educado como un occidental y como un musulmán: amaba a escuchar a Kurt Cobain, leer a Shakespeare y jugar al Nintendo, pero los zapatos quedaban en la puerta de su casa, la carne de cerdo estaba prohibida y enunciados del Corán adornaban las paredes del hogar familiar. En la Universidad del Sur de Alabama presidió la Asociación de Estudiantes Musulmanes y salió con la chica más deseada. Su padre lo echó de la casa debido a disputas religiosas y Omar marchó hacia Toronto, leyó literatura islámica extremista, se vinculó con la comunidad somalí, se casó pero dejó a su mujer para unirse a la guerra santa, viajó a Egipto donde conoció a otro fanático norteamericano que se había tornado jihadista, y de allí se dirigió a combatir a los infieles en Somalia.

En 2006 se unió a Al-Shabaab -la más mortífera agrupación islamista en África Oriental, ahora conectada a Al-Qaeda- y trepó en sus filas hasta llamar la atención de las autoridades norteamericanas. El Departamento de Justicia lo acusó de proveer apoyo material a terroristas, conspirar para proveer apoyo material a una organización extranjera terrorista designada y proveer apoyo material a Al-Shabaab; el FBI lo incluyó en su lista de los enemigos más buscados. A partir de 2010 Hammami lanzó sus hits raperos en los que presentaba su visión fundamentalista anti-occidental: “Desde Somalia y Shiishaan [Chechenia], desde Iraq y Afganistán, nos encontraremos en las Tierras Santas, estableciendo la ley de Allah en la tierra”. Pero los líderes de Al-Shabaab desaprobaron la prédica de mundializar su actividad, a la que preferían restringir a Somalia. Vieron su popularidad con creciente desconfianza y lo acusaron de ser un narcisista en busca de fama. En una rara entrevista concedida a Voice of America (medio que depende del Departamento de Estado de los Estados Unidos) aseguró que sólo regresaría a su país natal dentro de una bolsa. Posteriormente emitió un twitter. “Seré un mujahid hasta el día que muera” aseguró, e insinuó cuán apartado estaba del liderazgo de sus mentores radicales, “sea que me mate Al-Shabaab o algún otro”.

El año pasado publicó sus memorias online con el título La historia de un jihadista americano: Parte 1. Según el raconto de sus 127 páginas que ha hecho Andrea Elliot para el New York Times, en su autobiografía detalla cuan desconectado quedó de su entorno al convertirse al islam y abrazar el salafismo: “comencé a sentir como si me hubieran arrojado a un océano y me pidieran que no me moje, me había hecho tan adverso a Estados Unidos que debía irme”. De su experiencia en Somalia cuenta que debía esquivar a hormigas gigantes y a leones hambrientos -“un momento Kodak” dice- y relata su entrenamiento inmerso en un paisaje que parecía sacado “de un documental de la National Geographic”. Su historia de vida parece salida de Hollywood. Sin embargo, es real.

Fuente:daia.org.ar

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