Por: Aurora Nacarino-Brabo
Enlace Judío México – No deja de sorprenderme el aluvión de artículos, posts y comentarios en redes sociales que ha suscitado la muerte de Ariel Sharon, un señor de 85 años que llevaba los últimos ocho en coma. Es difícil entender tanta alegría entre muchos de quienes se autoproclaman de izquierda: se me escapa lo que de celebrativo puede tener el fallecimiento de un octogenario con la existencia propia de un geranio. Los que la justifican aseguran que su explicación reside en determinados fundamentos morales, en la desaparición de alguien a quien se considera un criminal. Tampoco así consigo comprender su júbilo. ¿Júbilo porque un criminal ha expirado en su senectud y en su cama, rodeado de su familia? Al final, una no puede sino concluir que no se trata más que del gozo por el gozo, sin artificios ni pretensiones, ante la muerte de un enemigo.
Y reconozco que Ariel Sharon fue una figura polémica, un personaje cuyas maneras y estrategias pueden suscitar no pocas reservas en Occidente. Por eso entiendo que los periódicos recojan ciertas críticas y Twitter desborde de acusaciones y denuncias. Lo que no entiendo (o sí entiendo pero no estoy dispuesta a justificar) es la manipulación de la historia y la aplicación de dobles raseros éticos con fines ideológicos. Y esto es lo que estamos presenciando, especialmente con el episodio de Sabra y Chatila, referido estos días ad nauseam. El País recordaba en un artículo el suceso, al que se refería como “la mayor matanza de civiles palestinos de la historia”. Lamentablemente, no disponemos de datos fiables sobre la cifra real de víctimas civiles, pero el diario ignora (o quiere ignorar) que, en realidad, el mayor número de bajas palestinas tuvo lugar durante el llamado Septiembre Negro de 1970-71, en el que pudieron morir hasta 25.000 personas en los enfrentamientos entre los fedayin y la guardia del rey Hussein de Jordania.
Más allá de esta omisión de intencionalidad desconocida, es indudable que las matanzas de Sabra y Chatila son un motivo de oprobio para Israel. Ni Sharon ni el Ejecutivo al que obedecía ordenaron ni acometieron tales crímenes, como algunos tratan de establecer en medios y redes sociales. Las atrocidades fueron realizadas por un grupo libanés, falangista y cristiano, obedeciendo las órdenes de su líder, Elie Hobeika. No obstante, Israel no hizo nada para impedirlas y, por eso, 400.000 ciudadanos israelíes, avergonzados, desfilaron por las calles de Tel Aviv para exigir a su Gobierno una investigación de lo sucedido. Aquella sigue siendo, hasta el día hoy, la mayor manifestación de la historia de Israel. El primer ministro Menahem Begin, abrumado por la cólera de su pueblo, ordenó una comisión interna conocida como Comisión Kahan, que concluyó con la destitución de Sharon como ministro de Defensa y que calificaba como “negligencia grave” la conducta del jefe del Estado Mayor, el general Rafael Eytan.
Las Fuerzas de Defensa Israelíes se ven involucradas de forma indirecta en un escándalo con cientos de civiles palestinos muertos y su ciudadanía toma las calles en protesta y sus mandatarios ordenan una investigación judicial que culmina con represalias políticas que nos pueden parecer más o menos insuficientes. Mientras tanto, cada matanza de israelíes es saludada por la comunidad árabe, en cuyos pueblos son recibidos como héroes sus instigadores. No sé si se observan las diferencias en el respeto a la vida y la pulcritud legal. Pero esta es una lectura difícil de encontrar en los medios de comunicación formales e informales de nuestro país, que no en vano ostenta el dudoso honor de ser uno de los másantisemitas de Europa.
Muchos me acusarán de confundir con antisemitismo la mera denuncia de los excesos cometidos por el estado de Israel. Nada me gustaría más que poder convenir aquí. Pero cuando la manipulación de la historia se hace solo en perjuicio de un pueblo y el rasero moral diverge tanto en altura en función de los credos implicados en la disputa, todo parece indicar que existe un prejuicio evidente contra los judíos. Tiempo después de las matanzas de Sabra y Chatila, en el año 2001, fue presentada una demanda en Bélgica contra Ariel Sharon bajo la acusación de violar los derechos humanos. El más alto tribunal belga archivó la causa contra el entonces primer ministro israelí argumentando que no había base legal para el proceso. Otros tantos intentos por encausar al mandatario se han sucedido en distintos lugares del mundo.
Por su parte, Elie Hobeika, al que se considera artífice de la masacre de Sabra y Chatila, llegaría a ser ministro en Líbano en la década de los 90. Ninguna manifestación tomó las calles de Beirut para exigir una investigación contra él. Tras su fallecimiento, en un atentado con bomba, no se escuchó una sola expresión de júbilo como las que pueblan hoy las redes sociales y los diarios nacionales por la muerte de Sharon. Nadie recordó entonces a las víctimas de Sabra y Chatila. Nadie lamentó que Elie Hobeika no hubiera saldado su deuda con la justicia antes de morir, porque el mundo nunca presentó una sola denuncia contra Elie Hobeika. Ninguna.
Fuente: El Imparcial
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