SARA SEFCHOVICH
Enlace Judío México | Cuando se discutía la reforma hacendaria, Denise Maerker escribió: “Ni un peso más en impuestos si no se pone un alto al despilfarro y al abuso del dinero público del que somos testigos impotentes día con día”. Tenía razón.
Según el gobierno, cuando recibe más dinero puede hacer buenas obras, pero lo que no dice es que también desplifarra. Mucho y cada vez más, según datos de algunas ONG que han revisado el gasto en publicidad.
Los anuncios de los logros del Ejecutivo federal —tanto del Presidente como de las secretarías— están por todas partes, lo mismo que los del Congreso, pues con todo y que los legisladores son el grupo peor calificado por la sociedad mexicana, más abajo incluso que los narcos, ellos nos llenan de publicidad para decir que trabajan para nosotros.
Aun así, los gobernadores se llevan la palma: allí está Eruviel Ávila, del Estado de México, anunciando todos los días sus haceres, pero más todavía, cuando da sus informes de labores, esos que se le han prohibido al primer mandatario y que los funcionarios locales de todo nivel convierten en espectáculos carísimos para presumir acciones y anunciar planes. Allí está Ángel Aguirre, de Guerrero, adornándose con lo que dice hacer por su estado tan afectado por las inundaciones del año pasado, mientras las personas se quejan de que no entrega la ayuda prometida. Allí están Rafael Moreno Valle, de Puebla, y Miguel Ángel Mancera, del DF, haciendo lo mismo que en tiempos de Calderón hacían los de Jalisco, Nuevo León, Veracruz y de la propia Ciudad de México, que gastaban dinerales en esto. Y allí está también el campeón de todos, Manuel Velasco, de Chiapas, al que vemos hasta en la sopa: en la televisión y la prensa, en largas entrevistas evidentemente pagadas, incluso donde ni a cuento viene, como son los camiones, paraderos y espectaculares del DF, en los que aparece abrazando a viejitas o a campesinos pobres que se supone le viven agradecidos.
Por supuesto, entendemos la importancia y hasta la necesidad de la publicidad en nuestra época, pues se trata de crear y difundir una imagen positiva de un producto, servicio o persona. El problema es cuando se da el brinco al exceso. Entonces enoja. Por ejemplo en los casos mencionados, en los que buena parte de esos dineros podría tener mejor uso.
Alguna vez escuché a un prestigiado politólogo decir que ese dinero no significa nada en el total de los gastos de un gobierno. Pero no es así. Sí significa. Hay quien ha dicho que alcanzaría para hacer más libros de texto o para equipar policías comunitarias, pero incluso se podría usar para cosas menos llamativas como aumentar las bajísimas pensiones de jubilados, los apoyos a tercera edad o madres solteras, hasta para comprar focos para los faroles siempre fundidos de las calles o contratar más barrenderos para limpiar los parques.
Pero no sólo enoja por eso. También porque harta. Pues si bien es cierto que mientras más llegada tenga un producto al público, más conocido será; también es cierto, como dice un experto, que no basta con ser conocido, que lo importante es ser reconocido, pues “mientras lo conocido no ofrece ningún elemento distintivo, el producto reconocido vuelve a ser elegido por el consumidor”, cosa que evidentemente no sucede en estos casos, que logran exactamente lo contrario de lo que se proponen, ya que la popularidad que creen ganar no funciona como método para la aprobación.
Desde que tengo memoria nos están ofreciendo austeridad en los gastos de los funcionarios. Un día dicen que ya no pueden invitar amigos a comer en lujosos restoranes y otro tener auto nuevo cada año. Hoy la propuesta es una ley con la cual controlar el gasto en propaganda gubernamental, devenida en promoción personal de los funcionarios. Suena bien, pero me pregunto ¿se va a lograr esto?, ¿o será como en las ocasiones anteriores, sólo discurso?
sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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