DAVID OWEN
Enlace Judío México | La conferencia sobre Siria, prevista para mañana en Suiza, convocada por el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, y el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, es la única esperanza que queda de lograr un alto el fuego. Y será muy difícil conseguirlo.
Es imprescindible que se produzca un alto el fuego auténtico y vigilado por motivos humanitarios; pero algunos quizá digan que, si somos realistas, sabemos que no habrá tregua hasta que se llegue al agotamiento o la victoria. Además, las líneas de frente que existen en el momento de acordar un alto el fuego tienden a convertirse en permanentes, y la situación desemboca con demasiada frecuencia en una partición de hecho, como ocurrió en Bosnia-Herzegovina, o a la aparición de un país nuevo, como en Kosovo.
Sin embargo, la guerra civil de Siria ha llegado a un punto en el que la única alternativa al alto el fuego es una inacabable lucha a muerte, una posibilidad con la que los fanáticos están encantados, pero los civiles, horrorizados. Con el dinero saudí que reciben todos los grupos suníes, incluidos los relacionados con Al Qaeda, y con la intervención militar de Irán, el fin está muy lejos.
Lo malo de las líneas de alto el fuego es que son tremendamente difíciles de trazar. Los principios absolutos son pocos o inexistentes. En teoría, las partes negocian diversas soluciones, con o sin intermediarios, pero, para poner en marcha el proceso, debe haber alguna persona u organización que proponga una solución sobre la que las partes puedan discutir.
La lista de participantes en las conversaciones de Suiza indica ya que va a ser una reunión regional, y así debe ser. Todavía no está claro si Israel e Irán se van a sentar a la mesa. Esperemos que se sienten los dos. No es momento para que las potencias de fuera de la región impongan un mapa, como le sucedió a Siria en la negociación de paz de 1919 en París. Noventa y cinco años después, las fronteras trazadas entonces son responsables en parte del conflicto actual. Debe ser la región la que decida cualquier mapa nuevo.
Si tenemos en cuenta toda la experiencia de los conflictos recientes, podemos aprovechar una serie de lecciones y aplicarlas en Siria.
No debemos hacer imposible una solución a largo plazo a causa de las líneas inmediatas de alto el fuego. Siete u ocho límites regionales internos tienen más flexibilidad que dos o tres provincias.
Y debemos mantener intactos, en la medida de lo posible, los límites administrativos actuales, que contribuirán a superar la destrucción y el caos a corto plazo. De esa forma, además, habrá sitio para que intervengan en el proceso de negociación más participantes con raíces locales.
En el caso de Siria parece haber tres grandes obstáculos. Existen tres patrias que es preciso reconocer, asegurar y, en definitiva, hacer inviolables.
En primer lugar, la población suní tendrá que convencerse de que va a seguir encargándose de la administración y la seguridad de la ciudad de Hama, hoy controlada por Al Qaeda. Hama quedó prácticamente arrasada por las bombas en 1982, y las fuerzas de Hafez el Asad mataron o hirieron gravemente a 15.000 suníes.
En segundo lugar, los alauíes tendrán que convencerse de que, de acuerdo con el precedente de 1925, van a seguir encargándose de la administración y la seguridad de las montañas de Jebel el Ansariye, hacia el Mediterráneo, y las ciudades de Latakia, Tartus, Talkalaj y Homs.
En tercer lugar, los kurdos tendrán que convencerse de que, apelando a los argumentos de 1919 sobre una patria kurda y las promesas incumplidas de otorgarles un Estado, serán los responsables de la administración y la seguridad de una zona del noreste que limita con Turquía e Irak.
En cuanto a Damasco y varias partes de la región de Rif Dimashq, es tentador buscar algún mecanismo de administración conjunta o independiente como el que se acordó para Sarajevo, pero la historia de estas estructuras no inspira optimismo. Dado que es muy probable que haya una fuerte oposición de las minorías religiosas al considerar que se debilita su seguridad, parece más prudente ceñirse a la situación actual, en la que algunos barrios de Damasco quedarán, al menos durante un tiempo, fuera de una administración única de la ciudad.
En Alepo, en poder de las fuerzas del Gobierno, habrá que prepararse para unas negociaciones muy duras. Si se pretende que el régimen renuncie a la ciudad, hay que saber que a cambio querrá los territorios ocupados alrededor de Damasco y hasta la frontera con Jordania.
Los países limítrofes con Siria —Turquía, Líbano, Jordania e Irak— tendrán sus opiniones sobre a qué administradores regionales prefieren tener de vecinos. No es que su voto sea decisivo, pero, dado el terrible problema de los refugiados y la necesidad constante de ayuda humanitaria y caravanas de ayuda que entran procedentes de estos países, será crucial que haya confianza y buenas relaciones de trabajo.
La ONU tiene un papel indiscutible a la hora de vigilar el alto el fuego, sobre todo si los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad acuerdan enviar equipos de observadores. La cercanía de otros equipos de la ONU ya formados y que, en general, han obtenido logros importantes, debería permitir que alguno de sus miembros se incorpore de inmediato a esta nueva misión. La experiencia demuestra que la tardanza es casi siempre muy perjudicial.
La enumeración de todos estos detalles tiene el peligro de que parezca que es una tarea fácil. En realidad, es un reto temible. Pero no existe ninguna posibilidad real de lograr un alto el fuego impuesto por fuerzas externas. La conferencia tendrá que conformarse con lo que es factible.
Podemos aspirar a un acuerdo que impida volar a aviones y helicópteros, algo que quizá sería posible imponer. Ahora bien, para detener también las balas y los proyectiles, será necesario el desarrollo de un diálogo entre los jefes militares sobre el terreno, que tendrán que intentar controlar a sus elementos más radicales, y entre los líderes políticos locales y nacionales.
En la práctica, con unos acuerdos así, la familia El Asad dejará de tener poder en más de la mitad del país, y tal vez incluso se convierta en un mero recuerdo.
Algunos dirán que todo esto es imposible. No lo es. Nos dijeron que era imposible deshacerse de las armas químicas sin efectuar bombardeos, y, sin embargo, Siria está destruyéndolas y eliminándolas gracias a la cooperación entre Rusia y Estados Unidos y al veto a los bombardeos aprobado en el Parlamento británico y el Congreso estadounidense. Irán tiene la oportunidad de hacer patente su posición tradicional de país satisfecho con sus fronteras actuales. Y ahora que la desconfianza y el antagonismo suscitados por la intervención en Libia se han relajado, el Consejo de Seguridad de la ONU, por fin, está trabajando de forma unida.
*David Owen fue ministro de Exteriores británico y es responsable de la edición de Bosnia-Herzegovina: The Vance / Owen Peace Plan, Liverpool University Press, 2013.
Fuente:elpais.com
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