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domingo 22 de diciembre de 2024

Crónicas Intrascendentes LXXXIX

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LEÓN OPALIN PARA ENLACE JUDÍO

El Recuerdo de los Difuntos

El pasado domingo 19 de enero se cumplieron 52 años del fallecimiento de la señora Regina, la madre de mi primera esposa, Sary. Como todos los años, prendí una veladora en su memoria, creo firmemente en la filosofía de honrar a los muertos. Me pregunto ¿quién más de los parientes directos de la señora Regina prende una veladora para santificar su memoria? Lo comenté en una Crónica anterior, ella fue una persona bondadosa, carismática, que con su sonrisa iluminó la existencia de todos los que la tratamos: que descanse en paz.

El 24 de febrero próximo el esposo de la señora Regina, también cumple 52 años de muerto, le sobrevive el señor Natán un hermano que tiene 100 años, Jacobo, quien por su avanzada edad está prácticamente desconectado de la realidad. Jacobo tiene una hija y dos hijos de la tercera edad y estos a su vez tienen su prole, ellos viven en EUA, ignoro si encienden veladoras en el aniversario de la muerte del señor Natán; tengo entendido que cuando eventualmente vienen a México, algunos de ellos visitan su tumba. El señor Natán noble de corazón, fue quien me apoyó en mis inicios de pequeño empresario; fue un hombre bueno y afectuoso, lo recuerdo con cariño.

El señor Natán, la señora Regina y mis familiares fallecidos siempre están presentes en mi corazón y en mi mente. El judaísmo considera que la muerte “no es el final de la vida en este mundo, el ser humano se transforma en algo más y migra a otro mundo, quizá al más allá”; el individuo no sabe qué sucede en el más allá, por ello le tiene temor a la muerte.

Para el judaísmo la muerte es el final de la vida de lo físico, no de lo espiritual; lo espiritual representa el valor de las acciones del hombre durante su vida y trascienden más allá de ésta; “el cuerpo es solo la vestimenta del alma; el cuerpo del fallecido es sagrado y no debe cremarse, porque es una forma de lastimarlo”. La incineración de los judíos en los campos de concentración nazis no solo tenía el propósito de eliminarlos, también de lastimarlos más allá de la muerte.

Cuando voy al panteón sigo la costumbre de los judíos Askenasim (europeos) de colocar pequeñas piedras en las tumbas de los difuntos, lo que significa continuidad; una expresión de “no te hemos olvidado”.

En otro tema de reflexión, destaco que procuro hacer un esfuerzo por reconstruir la memoria de mi vida. En este sentido, recuerdo cuando ingrese a una organización juvenil judía allá por el año 1955. A las pocas semanas de mi pertenencia a esa organización, un domingo fui con mis adolescentes javerim (compañeros y compañeras) al cine. Las salas de “primera” se concentraban en el Paseo de la Reforma y la Avenida Juárez, en el centro de la ciudad. Al salir de la función fuimos a un restaurant, semiloncheria, de la calle de Bucareli esquina con Abraham González. Algunos de los javerim fueron al baño del establecimiento, mientras yo veía la carta, básicamente compuesta por tacos, tortas y antojitos mexicanos. Cuando regresaron los javerim a la mesa yo fui al baño, volví después de un rato y con sorpresa advertí que nadie de los javerim estaban sentados alrededor de ella; de repente y de manera sigilosa, Shulamit, una javera (amiga) se acercó a mí y me murmuro: deja el menú y sal sigilosamente, los precios del restaurant son muy elevados. Este hecho reflejaba una concepción de vida heredada de los lugares de residencia de nuestros padres en Europa ligada a la austeridad. Creo que casi todos los padres de los javerim no eran ricos, empero, vivían de manera holgada; no obstante, cuidaban sus recursos; a los hijos nos daban nuestro “domingo”, que era una cantidad limitada; fueron mis primeras clases de economía, manejar eficientemente los pocos recursos que disponía. Hoy día los jóvenes adolescentes de clase media y alta poseen tarjetas de crédito, autos y frecuentemente salen a comer con sus amigos a restaurants de “Fast Food” o de primera categoría. Ni pensar que viajen en camión o en metro y se den “un baño de pueblo”. Los padres frecuentemente confunden el bienestar que les desean proporcionar a sus hijos con el consumismo; esto último refleja una tendencia compulsiva de la gente a adquirir cosas, lo que finalmente puede provocar un vacío en la vida.

Estoy claro que la austeridad excesiva, representa una actitud de “codesa” o mezquindad que llega a amargar la existencia de la gente. El disfrute de bienes materiales no contradice la espiritualidad de los individuos, sin embargo, el consumismo “per se” puede crear adicciones insanas y derivar en situaciones de egocentrismo.

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