Para los melómanos, el director israelí Eliahu Inbal evoca el recuerdo de memorables conciertos
Enlace Judío México – Para los melómanos que peinan canas, el nombre del director israelí Eliahu Inbal (Jerusalén, 1936) evoca el recuerdo de memorables conciertos. Hace treinta años, los abonados de la entonces llamada Orquestra Ciutat de Barcelona (OCB) vivían con emoción las visitas de Inbal, que ya era un consumado intérprete de las obras de Gustav Mahler cuando la música del compositor bohemio aún no estaba de moda. La sintonía con los músicos era tan intensa que, durante años, los responsables de la orquesta intentaron, sin éxito, fichar a Inbal como director titular. Tras dieciséis años de ausencia –dirigió por última vez a la OBC en noviembre de 1997- el veterano maestro ha vuelto a ponerse al frente de la formación barcelonesa para dirigir la más compleja y enigmática de las sinfonías mahlerianas, la Séptima. Y el éxito ha sido apoteósico.
Muchas cosas han cambiado en este tiempo, desde la lógica renovación de la plantilla de la OBC al público, que sigue sus temporadas y ya está plenamente familiarizado con la música de Mahler, compositor especialmente mimado en las últimas temporadas. A sus 77 años, Inbal es ahora un intérprete más sabio, lúcido y flexible con los músicos, con una experiencia y un control del sonido orquestal que hizo posible disfrutar maravillosos matices de una partitura de desbordante expresividad.
La Séptima es la sinfonia más experimental del ciclo mahleriano en el planteamiento armónico y sigue los pasos de la Quinta en su arquitectura: cinco movimientos en una simétrica construcción que tiene su eje en el asombroso Scherzo, de punzantes disonancias, flanqueado por dosNocturnos de atmósfera poética. Y en los extremos, dos movimientos de descarnada expresividad, en especial el sorprendente Rondó que cierra la obra. Inbal nunca pierde de vista el demoledor sarcasmo, ni el valor sentimental de las danzas vienesas y las citas wagnerianas que Mahler maneja en el triunfal final.
Nada escapa a su vigilante batuta, a sus gestos, a su irreprimible necesidad de cantar las frases mientras dirige subrayando los detalles instrumentales sin perder el pulso narrativo: en el segundo Nocturno, la combinación de guitarra, mandolina y arpas deparó instantes mágicos. Bajo su inspirada dirección, la respuesta de la OBC fue, a pesar de algunos desajustes, muy buena, excepcional en algunas intervenciones solistas.
A destacar el éxito de público: tras los llenos absolutos de la semana pasada en los dos conciertos dedicados a musicales de Broadway, la sala ha registrado notables cifras de asistencia tanto en la audición del sábado como en la matinal del domingo. ¡Que siga la racha!
Fuente: El País
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