El nazi que amaba a sus hijos

Enlace Judío México | El 23 de mayo de 1945, entre los prisioneros de guerra alemanes trasladados al campo civil de interrogatorios cercano a Lüneburg, se encontraba un hombre que respondía al nombre de Heinrich Hitzinger y que vestía un uniforme con los galones de sargento. El capitán Selvester, que cumplía las funciones de oficial de guardia, se percató, sin embargo, de que el suboficial era, en realidad, Heinrich Himmler, el Reichsführer de las SS. Confrontado con la realidad, Himmler, el hombre del que habían dependido, entre otras ramas de la Administración nacional-socialista, los campos de exterminio, reconoció cuál era su verdadera identidad. Inmediatamente, se dispuso su traslado al cuartel general del segundo ejército británico en Lüneburg.

Himmler había intentado llegar a una paz por separado con Estados Unidos y Gran Bretaña a través del conde Bernadotte y se quedó sorprendido del trato que se le dispensaba. Lejos de tratársele con una deferencia especial, lo vistieron con un uniforme británico y se dispusieron a interrogarlo. Ni siquiera se le evitó el examen médico que debía llevar a cabo el doctor Wells y que tenía por objetivo, entre otras razones, el evitar que los jerarcas nazis se suicidaran mordiendo una cápsula de cianuro que llevaban oculta en la dentadura. Himmler se negó a abrir la boca y apartó la cabeza para evitar que lo obligaran a hacerlo. Lo que sucedió entonces nunca sabremos si se debió a un accidente o a una decisión deliberada de un Himmler aterrado ante la perspectiva de un futuro menos halagüeño de lo que había pensado. Fuera como fuese, mordió la cápsula y quince minutos después estaba muerto.

Devoto antisemita

Se llevaba consigo no pocos secretos relacionados con el III Reich y, especialmente, con el mecanismo del genocidio y con los intentos de separar a los aliados occidentales de la Unión Soviética. Una parte de la compleja personalidad de Himmler puede verse iluminada por la publicación la próxima semana de una colección de documentos suyos custodiados hasta la fecha en Tel Aviv y autentificados por el propio Estado alemán.

Ciertamente, Himmler presenta una trayectoria personal muy peculiar a la vez que reveladora. Nacido en Múnich, el 7 de octubre de 1900, en el seno de una familia católica de clase media –su madre, Anna Maria, era especialmente devota– durante los primeros años de su vida no pasó de ser un muchacho religioso y conservador. De salud débil –siempre tuvo problemas estomacales–, comenzó a entrenarse con pesas para fortalecer su organismo. Educado para ser una persona decente, las apariencias externas indican que se mantenía meticulosamente en ese camino. Por ejemplo, Himmler tuvo la posibilidad de evitar el frente y, sin embargo, prefirió combatir. En diciembre de 1917, fue alistado en el 11 regimiento bávaro, pero, a diferencia de su hermano Gebhard, que combatió, ascendió a oficial y recibió la cruz de hierro, Himmler todavía se encontraba recibiendo entrenamiento militar cuando concluyó la guerra. Desde 1919 a 1922, Himmler estudió en la Universidad Técnica de Múnich para ser ingeniero agrónomo. Por aquella época, era todavía un católico que iba a misa con regularidad y cumplía con rigor sus obligaciones religiosas. Aunque ya denotaba un notable antisemitismo, sin embargo abundan los testimonios en el sentido de que mantuvo siempre una conducta educada hacia los judíos. De hecho, la asociación de estudiantes a la que pertenecía –la Liga de Apolo– tenía por presidente a un judío y Himmler jamás protagonizó el menor incidente. La situación cambió quizá al conocer a Ernst Röhm, un veterano de guerra, conocido homosexual y fundador de las SA. Fascinado como tantos otros por un Röhm que combinaba el socialismo con el nacionalismo, Himmler se unió a la Reichskriegsflagge, una organización nacionalista y antisemita. En 1922, Himmler había situado la denominada «cuestión judía» en el centro de sus preocupaciones. La lista de sus lecturas, recogida en su diario, se componía, sobre todo, de panfletos antisemitas, textos ocultistas y mitos arios. Himmler acabaría siendo un lector diario de la «Baghavad Gita», un convencido creyente en la reencarnación y un practicante de ritos esotéricos. Sin embargo, no se mantuvo solo en la especulación ocultista.

Con una Alemania inmersa en una crisis económica marcada por una inflación galopante y con pésimas perspectivas laborales a pesar de su título universitario, en agosto de 1923, Himmler se afilió al partido nacionalsocialista recibiendo el número 14.303. El camino seguido desde entonces queda notablemente iluminado por una colección de cartas, fotografías y notas diarias debidas a Himmler y descubiertas en Israel. El conjunto de documentos se encuentra custodiado en la bóveda de un banco de Tel Aviv y ha recibido la autentificación de distintos expertos así como del archivo federal alemán y, más concretamente, de su último director, Josef Henke.

La primera entrega de los documentos se publica hoy domingo en el «Welt am Sonntag», empezando con las cartas dirigidas por Himmler a su esposa, Margarete. El contenido resulta, como mínimo, sobrecogedor. El jefe máximo de las SS podía mostrarse tierno y cariñoso con su cónyuge a la vez que dejaba de manifiesto un antisemitismo rabioso. En diciembre de 1927, por ejemplo, escribía a Margarete: «Odio y siempre odiaré el sistema de Berlín, que nunca encajará con una mujer como tú, virtuosa y pura». El 16 de abril de 1928, tras arremeter contra la República de Weimar, se quejaba: «Pobre cariño, tener que luchar con esos judíos inicuos por cuestiones de dinero». Por supuesto, siguiendo una línea muy habitual en el antisemitismo, Himmler procuraba despegarse del interés por el dinero que, supuestamente, sólo contaminaba a los judíos. Así, a finales del citado año, nuevamente con las cuestiones materiales situadas en el centro de una de las cartas conyugales, Himmler se quejaba: «Berlín está contaminado. De lo único que hablan todos es de dinero, Marga». Ni que decir tiene que los problemas materiales dejaron de existir para Himmler con el triunfo de Hitler. De hecho, no tardó en contar con varias casas en propiedad e incluso con una amante, su secretaria, de la que tendría dos hijos.

Una década después, con Hitler ya asentado en el poder, el matrimonio sentía que sus sueños se realizaban. De manera bien reveladora, después de que los judíos alemanes sufrieran la terrible tragedia que es conocida convencionalmente como la «Noche de los cristales rotos», Margarete Himmler en su diario ahora recuperado protestaba: «¿Cuándo harán las maletas todos estos negocios judíos de manera que podamos disfrutar de la vida?». De manera bien significativa –pero coherente con el pensamiento totalitario–, las víctimas eran convertidas en culpables y los judíos, cuya vida no había dejado de empeorar desde 1933, eran descritos como la pesadilla de sus perseguidores. Poco puede sorprender que, paulatinamente, la tesis de la expulsión de los judíos manejada por las SS antes del estallido de la guerra fuera desplazada por la vía del exterminio ya preconizada por Hitler en fecha tan temprana como 1919. Los documentos de Himmler, que comienzan a publicarse este domingo, fueron encontrados en mayo de 1945 por soldados norteamericanos en una de las viviendas que poseía en Gmund, cerca del lago de Tegernsee en los Alpes bávaros. Parte de la documentación pasó a la Inteligencia americana que, a la sazón, reunía pruebas para el juicio de los grandes criminales de guerra que, en 1946, se celebró en Nüremberg.

Un documental

Sin embargo, como en tantos otros casos, una parte de la documentación acabó en manos privadas. En este caso, era conocida desde inicios de los años ochenta. Sin embargo, en aquel entonces no se quiso incidir en el tema dado que en 1983 se había producido el caso de los falsos diarios de Hitler que fueron publicados por «Stern», el «Sunday Times» o, en España, por la revista «Tiempo». En esa fecha, los documentos fueron comprados por el padre de la directora de cine israelí Vanessa Lapa.

De hecho, un documental de Lapa sobre Himmler, titulado «Der Anständige» (El decente), será estrenado en febrero en el festival de cine de Berlín. El título difícilmente podía ser más apropiado. Himmler fue educado para ser un hombre decente. Sin embargo, llegado el caso, no dudó en acabar con la vida de millones de inocentes.

«Me diirijo a Auschwitz. Besos, tu Heini»

Heinrich Himmler fue una pieza esencial en la realización del genocidio no sólo porque de él dependían las deportaciones de judíos que vivían en los países ocupados y aliados sino también porque las SS gestionaban los campos de concentración. Si bien algunos de ellos eran una mera copia del Gulag –como lo fueron los fusilamientos en masa–, en otros, los nazis introdujeron una variante específica del horror como fue la utilización de cámaras de gas para perpetrar asesinatos en masa. Comenzando por los campos de exterminio de la denominada Operación Reindhardt y llegando a Auchswitz, Himmler se preocupó personalmente de que el mecanismo criminal estuviera magníficamente engrasado. En una de las cartas dirigida a Margarete, podía referirse a la cuestión con absoluta tranquilidad. Casi de pasada, como cuando escribió: «Me dirijo a Auschwitz. Besos, tu Heini». Himmler iba a contemplar no sólo la gestión económica del campo sino también la flagelación de reclusos y el asesinato en las cámaras de gas.

 

Fuente:larazon.es

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