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miércoles 30 de octubre de 2024

Un amor que se fue

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En este mes de febrero, Enlace Judío solicitó a sus colaboradores textos relacionados con el amor. El primero en participar fue Samuel Schmidt, con este cuento que formará parte de su próximo libro “De amores y desencuentros”. Tú también puedes participar con tu historia de amor.

SAMUEL SCHMIDT EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México | Iba en el avión, era 14 de diciembre y como cada año cumpliría mi cita con B, era el día de muchas muertes, se murieron mis ilusiones, nuestra felicidad, era el día que nos íbamos a casar y en cambio él murió, por cierto con una agonía muy breve. La enfermedad lo consumió de golpe.

Llevaba varios años felizmente divorciada, no me preguntes por qué me casé con W, tú lo conoces, era mujeriego, vividor, reventado, yo en cambio era (y soy) una mujer bella, deseada por muchos y lograda por ninguno, de éxito porque lo que emprendía lo alcanzaba, pero en las cosas del corazón hay algo que hace trampa. Creí estar enamorada de él.

Las cosas llegaron a su extremo cuando un día acepté la realidad que yo negaba. Mientras creía que W estaba perdidamente enamorado de mí, que estando conmigo dejaría atrás su comportamiento de juventud, finalmente entendí que me tomó como una presa, que se levantó con la mujer codiciada para, paso seguido, buscarse y conseguirse otra mujer codiciada; la dolorosa realidad me mostró un día que mi éxito profesional servía para financiar a su nueva amante (o tal vez sería mejor decir amantes). Me llevé a mis hijos y vivimos un divorcio llevadero.

Un buen día sentí su presencia, me tocó el hombro suavemente para anunciarse. Yo iba al gimnasio y me quedaba a la charla de los hombres, era una plática algo aburrida, se cuidaban mucho de las picardías posiblemente por mi presencia. Nunca lo había visto pero algo hubo en ese toque suave, me transmitió algo inusual, una energía desconocida. Yo era cautelosa, no quería caer en las garras de otro vividor, de un hombre que me usara, pero creo haber estado sedienta de amor, quería un brazo, que me acariciara la espalda, que me cubriera para protegerme del frío en las noches de otoño, alguien con quién beber una copa de vino, que me viera con ojos amorosos y me dijera palabras de amor al oído, antes, durante y después de hacer el amor.

Su energía me estremecía y desconcertaba y puse una enorme barrera. Un día llamó por teléfono a mi casa, le dije que no quería verlo colgándole rápido. Él insistía, lo hacía de una manera elegante, delicada, para mostrar interés sin ofender y empezó a mostrar buenos detalles. Un día habló:

– ¿Me invitas un café?
– No.
– ¿Tendrás café?
– No.
– ¿Tendrás cafetera?
– No.
– ¿Tendrás agua?
– No. Y terminé la conversación.

Al día siguiente llegó una camioneta con cafeteras, mucho café y varios garrafones de agua. En eso sonó el teléfono:

-Ya tienes café, agua y cafetera. ¿Me invitas un café?

Llegaron muestras de que quería meterse a mi vida y yo sentía que las resistencias se caían poco a poco.

Empezamos una relación de locura, me estremecía el alma, me hacía sentir una mujer amada y respetada, más que nada respetada, hasta que un día me dijo: ¡Casémonos! y yo, sin creer mis palabras, le dije: ¡Está bien! Él puso fecha: 14 de diciembre.

No tienes idea con qué ilusión pasaban mis días, la casualidad había traído a mi puerta a un hombre inteligente, generoso, ingenioso, no sé ni por donde contarte las muchas historias y detalles que mostraban su gran humanismo. Estaba separándose y yo veía cómo la pérdida de la otra era mi gran ganancia, pero no preguntaba sobre el fin de su matrimonio, ni le contaba sobre mi divorcio. El pasado se desvaneció, para los dos solamente existía un futuro de felicidad.

– ¿Por qué lloras? Atiné a decir.

Yo noté que algo en él andaba mal pero él lo atribuía a las amibas, ya ves que en este país la mitad de la población las tiene y la otra mitad no sabe, pero un día me habló y con el rostro ensombrecido me dijo: G, tengo la grande, la verdadera y de golpe. El futuro se derrumbó, le acababan de diagnosticar un cáncer incurable y le daban seis meses de vida.

Se fue a vivir fuera de la ciudad, trataba de evitar mis visitas diciéndome que quería que lo recordara como estaba en nuestros momentos felices, no quería que me llevara en la memoria su condición decrépita.
En esa época lloré mucho, su familia evitaba que lo viera, el trámite de su divorcio se había detenido, el sufría sin verme pero no quería que lo viera sufrir, aunque su sufrimiento era peor por no verme y me llamaba a escondidas para llorar juntos por teléfono.

Un buen día, la madre que tanto hizo por separarnos temiendo que yo buscara su dinero, me pidió que llevara alguna cosa médica y cuando lo vi sentimos que algo estaba por suceder. Con pocas fuerzas porque el llanto le cerraba la garganta me dijo:

– ¿Qué haces aquí?
– Vine a traer esas cosas médicas que me solicitó tu madre.
– ¿Sabes qué día es hoy?

No esperaba la pregunta, el día era bueno porque lo estaba viendo, pero no alcance a pensar en un número.

– Es 14 de diciembre.

Era el día de nuestra boda. Yo lo veía sufrir, lo veía consumirse por el dolor y el amor incumplido y desgarrándoseme el alma le dije:

-Querido, B, suelta la toalla, ya no hay nada que hacer. Eres el amor de mi vida, nunca quise a nadie como te quiero a ti, no sé por qué no te apareciste antes por mi vida, pero ya no te quiero ver sufrir. Te lo ruego, si me quieres igual que yo a ti, suelta la toalla, vete en paz.

Su madre pasó y nos vio estremecidos, nunca entendió que estaba frente a una gran muestra de amor que ella no entendía, a ese amor que pocos son afortunados en sentir, me pidió que me fuera, lo besé suavemente en los labios, salí, subí a mi auto y me volví a mi casa. Unas horas más tarde me llamaron para decir que había muerto.

Mi futuro no fue fácil, siempre he sido fiel y en contra de toda sensatez decidí cumplir con una promesa que le hice, lo que me provocó mucho sufrimiento y dolor.

Ese 14 de diciembre, iba yo en el avión para ir a visitar su tumba, hubo algo que me hizo voltear, lo hice para encontrar de frente los ojos de su hija L.

En ese momento me paré, le tomé la mano para que se levantara de la silla, la abracé interrumpiendo su relato y lloramos juntas.

#amorjudio

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