La vergüenza como control social

ESTHER CHARABATI

Enlace Judío México | La vergüenza es un sentimiento que ha sido considerado como una virtud. Cuando desaprobamos la conducta de alguien, a menudo decimos que “no tiene vergüenza”, marcando dicha carencia como algo grave. Pareciera que esa “virtud” cuidara nuestra honra y nos protegiera de hacer el ridículo. En su Teoría de los sentimientos, Agnés Heller plantea la vergüenza como un sentimiento social por excelencia: sentimos vergüenza cuando creemos que nos hemos apartado de las prescripciones sociales. Lo que la desencadena no es el acto que hemos cometido, sino más bien saber que nos están viendo, sentir el “ojo de la comunidad” sobre nosotros.

La vergüenza aparece cuando sentimos que una parte vulnerable de nosotros mismos está peligrosamente expuesta a los demás y atañe a la persona completa a través de la autoestima, por lo que sólo queremos desaparecer. De pronto se ha vuelto visible un aspecto de nosotros mismos que juzgamos negativamente; nuestra reacción es de humillación y de culpa. La vergüenza va siempre acompañada de la angustia de ser rechazados por aquellos que amamos y se experimenta por un acto cometido por uno mismo, la familia, la comunidad o incluso por la humanidad.

Por mucha seguridad que tengamos en nosotros mismos, y aunque estemos muy convencidos de lo que hacemos, todos llegamos a sentir vergüenza: quizás en la mañana, cuando nos vestimos para ir a trabajar, ignoramos tranquilamente una huella de grasa en el saco, pero esa misma mancha nos hace sentir infames cuando nos topamos con alguien cuya opinión nos importa. A veces las situaciones de vergüenza, por ser socialmente construidas, tienen que ver con el género: un hombre no se avergüenza de salir con una mujer quince años menor que él, mientras que en el caso contrario la mujer se siente señalada; también es más fácil encontrar a una mujer que grita o abofetea en público a su compañero que lo contrario. Cada uno tiene su horizonte de vergüenza, conocerlos lleva a utilizarlos más eficazmente como controles sociales. Por ejemplo, en algunos pueblos es común poner en evidencia a los hombres golpeadores rodeándolos cuando llegan al zócalo: la exposición social los asusta. La vergüenza es siempre un instrumento de socialización que nos vuelve más dóciles, más discretos, más cuidadosos.

Lo que se espera de nosotros, seres humanos con conciencia “desarrollada”, es que seamos capaces de sentir vergüenza solos, que nadie nos tenga que mostrar nuestros errores. “Desvergonzado” es aquel que no acata las normas y costumbres de su época, el que carece de esa “voz de la conciencia” que, como un shock eléctrico, permite distinguir lo bueno de lo malo, lo adecuado de lo impropio. También es cierto que, para que las cosas cambien, a menudo son indispensables los desvergonzados.

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