El Museo de Hitler: La verdadera historia de los Monuments Men

Enlace Judío México | El descomunal saqueo de obras de arte perpetrado por la Alemania Nazi en toda Europa sigue siendo un caso sin resolver casi 70 años después de su derrota en 1945. Sólo así se explica que el pasado mes de noviembre la Fiscalía de Múnich anunciara la aparición en un apartamento de la ciudad de más de 1.400 obras de arte, entre ellas, de Picasso, Matisse, Chagall… provenientes en una gran parte del expolio del Tercer Reich. Habían permanecido escondidas en manos de Cornelius Gurlitt, hijo de Hilldebrant, uno de los marchantes de arte a las órdenes del ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels.

No se prestó tanto atención al no menos increíble informe que publicó la Asociación de Museos Holandeses tan sólo una semana antes, en el que reconocía que unas 136 obras de las colecciones de sus propios museos podían provenir del saqueo de los nazis. En medio de la tormenta sobre el renovado interés por el expolio de la Segunda Guerra Mundial, que ha tenido su continuación la semana pasada, con el hallazgo de otras 60 obras en otra casa de Cornelius Gurlitt en Salzburgo (Austria), se estrena la nueva película del actor y director George Clooney sobre la fantástica historia de los Monuments Men, que retrata, precisamente, la operación del ejército aliado para proteger y recuperar el arte expoliado.

A simple vista parece un contrasentido: si los aliados recuperaron las piezas en 1945 ¿Por qué siguen apareciendo obras aún hoy tanto escondidas como a la vista en museos y subastas?

La historia de los “hombres de los monumentos”, que George Clooney ha adaptado del libro del mismo título del historiador Robert M. Edsel, no es sino el apodo que recibieron los integrantes de una diminuta sección del ejército aliado conocida como MFAA -Monuments and Fine Art and Archives-, encargada de la protección del patrimonio artístico durante el avance aliado en Europa y la recuperación y restitución de las piezas robadas por los nazis. Una tarea enorme para un grupo tan reducido.

Los personajes de este comando especial que Clooney retrata no están vagamente inspirados en la realidad, ya que, aunque hay pequeñas diferencias, realmente se trató de grupo muy reducido que integraron soldados muy particulares: un conservador de un Museo de Boston, George Stout, -en el que se basa el personaje interpretado por el propio Clooney- un comisario de arte del Metropolitan, James Rorimer -Matt Damon-, un escultor, Walter Hancock, -John Goodman-, un arqueólogo Richard Balfour -Hugh Bonnenville- un arquitecto, Robert Posey -Bill Murray- y un coreógrafo Lincoln Kirstein -Bob Balaban-.

Los dos últimos fueron los que se adentraron en la oscuridad de las minas de Altaussee, Austria, una explotación de sal en la que descubrirían la mayor guarida del arte expoliado. Aunque habían llegado hasta allí tras recoger diferentes testimonios mientras penetraban con el ejército de Patton en Alemania, no podían imaginar, sin embargo, la enormidad de aquella cueva del tesoro.

El lugar más preciado del saqueo del Tercer Reich

Casi a semejanza del relato de Las mil y una noches, el complejo subterráneo de 138 túneles custodiaba un impresionante almacén, escondido bajo tierra, repleto de piezas de arte robadas de más de media Europa y de incalculable valor, entre ellas la escultura de La Virgen de Brujas de Miguel Ángel, los paneles del Retablo de Gante de Jan Van Eyck o El astrónomo de Vermeer. Lo que ambos contemplaban apilados en diversas cámaras era el museo de Hitler, el frustrado Fuhrermuseum del expolio.

Después de dos años arrastrándose con el ejército desde el Desembarco de Normandía, evaluando daños, proponiendo reparaciones, evitando, cuando era posible, el bombardeo propio de lugares artísticos, e intentando localizar obras desaparecidas, los Monuments Men habían descubierto el lugar más preciado del saqueo sistemático del Tercer Reich, junto a otros tantos, como las minas de Merkers y Bertenrode o el castillo de Neuschwanstein.

Junto a los cientos de almacenes hallados por los Monuments Men, eran sin embargo sólo una parte, aunque importante, del puzzle en el que el martillo nazi había fracturado las colecciones privadas y nacionales, tanto de los ciudadanos judíos como de los países conquistados de casi toda Europa.

¿Por qué resultó entonces una misión cuyo objetivo se cumplió sólo a medias?

El impulso del extraordinario plan de los Monuments Men surgió de la élite museística y académica de EEUU, con el Museo Metropolitan de Nueva York y la Universidad de Harvard a la cabeza, representados por Paul Sachs y George Stout, director y diligente experto y conservador respectivamente del museo Fogg de Harvard, Boston, a mediados de 1942, poco después de que EEUU entrara en guerra.

Un año antes, el gobierno británico había alertado ya al resto de la comunidad artística del saqueo por parte de los nazis en los territorios ocupados y las eventuales ventas de obras en países neutrales, pero, solos ante la maquinaria bélica nazi, pospusieron cualquier iniciativa que no fuera sobrevivir.

Nada tomó forma hasta bien entrada la guerra, en 1943, cuando británicos y estadounidenses desalojaron a Erwin Rommel del Norte de África, y tras el posterior desembarco en Sicilia en agosto de ese año. En Leptis Magna, -Libia-, y Sicilia, y después en Nápoles, la magnificencia de las antiquísimas ruinas, expuestas a la destrucción de la guerra, atrajeron por fin la atención de los Aliados tras los informes del arqueólogo inglés Lord Woolley.

Mucho antes, durante los meses anteriores a la contienda y especialmente a partir de la Noche de los Cristales Rotos (1938), fue cuando comenzó el despojo de obras de arte de todo tipo a las familias judías, ya fuera por medio de las ventas coaccionadas -por debajo de su valor-, cuando no directamente mediante confiscación y robo. Para entonces, ya habían proclamado su concepción de Arte Degenerado -básicamente el arte de vanguardias- y habían despojado los museos de Alemania de las obras así calificadas para una exhibición de este “arte degenerado” en Múnich para mofa y escarnio de la población.

Joseph Goebbels escenificó la destrucción y quema pública de algunas de ellas -aunque en el imaginario popular sólo han quedado los libros- para organizar a continuación la Comisión para la Explotación del Arte Degenerado.

Arte convertido en dinero

El objetivo era vender las obras como medio para obtener fondos. Un éxito teniendo en cuenta la avidez del resto de coleccionistas del mundo que se apresuraron a “salvar” las obras de la destrucción aprovechando la confusión. Precisamente, de este organismo sería de donde provendría la formidable colección de Hilldebrandt Gurlitt hallada en Múnich el pasado noviembre, ya que el propio marchante de arte formaba parte de la comisión. Después le seguirían los museos nacionales de los territorios conquistados: Checoslovaquia, Polonia, Holanda…

Roosevelt había aceptado el 26 de junio de 1943 la propuesta de los directores de museos de EEUU creando la Comisión para la protección y recuperación de obras de arte en zonas de guerra, llamada Comisión Roberts, un buró consultivo que se completó con la creación, en diciembre de 1943, de la Monuments Fine Arts and Archives, una sección conjunta angloamericana del ejército que trabajara en el mismo campo de batalla.

A diferencia de la película de Clooney, la condición que se impuso fue que lo integrara personal del ejército. George Stout, pionero junto a Paul Sachs del plan de salvamento, alistado en la marina, fue la primera elección. Junto a él otros siete hombres formaron la primera sección del MFAA destinada en Europa, sin contar con el frente de Italia, cuyos MFAA estaban bajo otra división.

Apenas armados con una orden escrita por el mismísimo Eisenhower, que especificaba “que no se destruyera ningún monumento del legado artístico, a menos que fuera imprescindible para salvar vidas” y la lista de monumentos los expertos de la Comisión Roberts y el Comité Macmillan, -organismo similar creado por los británicos- se unieron al ejército desde las playas de Normandía hasta Berlín para salvar y proteger lo que quedara de la barbarie.

Sólo la orden de Eisenhower y la buena disposición de los diferentes mandos militares eran su salvaguarda. Según se fueron abriendo camino por Bélgica, Holanda y finalmente Alemania, entre 1944 y 1945, la protección pasó a un segundo plano y la recuperación de las obras de arte y su restitución se convirtió en la prioridad. Los hombres de la MFAA empezaron a recopilar las diferentes historias sobre el arte robado en París -por la ERR de Alfred Rosenberg- y otros lugares. Con el avance iban atando cabos en las poblaciones conquistadas y cada vez descubrían más almacenes donde los nazis escondían los tesoros artísticos: 670 almacenes en la primavera de 1945.

Recuperaron una parte esencial del expolio, pero la realidad es que mientras los Monuments Men se creaban en los despachos de Washington y Londres en 1943, muchas de las obras estaban volando precisamente a diversas galerías de Nueva York y otros lugares, donde fueron absorbidas por coleccionistas privados y desaparecidas del mapa durante años.

Hacia 1950, la actividad sobre la restitución cesó. En Alemania, Austria y Holanda han aparecido ahora algunas de ellas, otras lo harán en los próximos años, y aun así quedarán más sin ser reclamadas. A pesar del esfuerzo y dedicación de los Monuments Men que salvaron miles de obras, el puzzle del mayor robo de la historia sigue aún incompleto.

Fuente:elmundo.es

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