Enlace Judío México | Arquitecto y ejecutor de la Solución Final, Heinrich Himmler era un ingeniero agrónomo que militó desde muy temprano en partidos extremistas y ultranacionalistas tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial. Mano derecha de Hitler, fue jefe de las SS (que pasaron de tener apenas mil efectivos en 1930 a 52.000 en 1932), máximo responsable de la policía alemana, ministro del Interior del tercer Reich, comandante en la reserva de la Wehrmacht y, sobre todo, el mayor asesino de masas del siglo XX, como ejecutor de la política racista del nazismo alemán. “Himmler era el nazismo”, asevera el historiador Bradley F. Smith: “Nunca hubiera existido un Himmler adulto separado del partido y de su ideología”.
Después del propio Hitler, en ningún otro jerarca se acumulan tantas responsabilidades por la matanza que supuso la Segunda Guerra Mundial y la eliminación sistemática en la retaguardia de judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados y opositores políticos. Era un asesino en serie que comprobaba personalmente la eficacia de los métodos para matar. Ahora, su diabólico perfil psicológico se revela en toda su extensión tras la reciente aparición de su correspondencia privada con, Marga -su mujer- y su hija. Conocemos a través de estas cartas a un ser mediocre, vulgar y casi cursi, como ya adelantó David Solar en La Aventura de la Historia (nº 146, septiembre de 2010) cuando trazó su retrato público.
Con ocasión del juicio a Eichmann en Jerusalén, la intelectual Hannah Arendt acuñó el concepto, la “banalidad del mal”, que pasa por ser hoy fundamental para tratar de comprender qué pasa por la cabeza de un ejecutor sistemático. ¿Cómo seres humanos en apariencia normales puede convivir con la eliminación física de miles de personas basándose en el mero afán de “cumplir órdenes”? ¿Cómo puede un ser humano escribir semejante cosa?: “Querida Marga, estaré en Auschwitz hasta el martes” para “probar un nuevo e interesante método de ejecución”.
Las cartas privadas de Himmler desnudan por completo al monstruo. Los documentos, de los que La Aventura de la Historia de este mes (Nº 185) hace un amplio extracto, han sido hallados en Tel Aviv tras un rocambolesco periplo. Allí, en Israel, Eugenio García Gascón se ha entrevistado con el director del Museo del Holocausto, que custodiará finalmente los papeles, y con estudiosos del nazismo y supervivientes de Auschwitz para conocer la peripecia de esta valiosa correspondencia y las reacciones de la prensa y la opinión pública israelíes. En Berlín, Rosalía Sánchez ha conversado con historiadores -algunos de los cuales pertenecen al reducido grupo que ha tenido acceso a los archivos- y psicólogos para evaluar el alcance del contenido de las misivas, que aparecerán en breve publicadas en Francia y Alemania en forma de libro.
Todas las opiniones recabadas por La Aventura de la Historia coinciden en subrayar el tono kitsch, pequeño burgués y vacío de las cartas de Himmler a los suyos. Su mujer le deja “caviar en la nevera” para cuando regrese de los “campos de la muerte”. Insensibilidad, falta de empatía y e impostada ternura se mezclan en estas cartas que hacen oídos sordos y ojos ciegos al dolor.
El 7 de julio de 1941, cuando el 6º ejército alemán en el frente del Este acaba de romper la línea soviética de defensa a la altura de Zhitomir, Himmler, que viaja en su tren personal, encuentra espacio para el romanticismo y escribe a su esposa: “me ha dolido mucho haber dejado pasar por primera vez nuestro aniversario de boda”. Cuatro días después de esa fecha señalada para él y para Marga, lamenta, a modo de justificación, que “están pasando muchas cosas estos días… La lucha es ahora mismo también muy dura para las SS”.
En otras cartas informa de sus viajes a esos campos de la muerte, su odio a los judíos o su satisfacción por el buen funcionamiento de los centros de internamiento a opositores como el de Dachau, junto a Múnich. Todo ello entreverado con comentarios triviales sobre picardías domésticas e intimidades familiares.
Himmler tiene un sentido dramático, ciertamente trágico, tanto de su pasión política como de su pasión amorosa, que a veces confunde. En Navidad de 1928, una etapa inicial de su relación con Marga, le adelanta las calamidades que él mismo espera vivir en uno y otro ámbito: “Nosotros, los mercenarios de la lucha por la libertad, se supone que debemos permanecer solos y marginados”… “Pero yo no me quedo atrás y se ahora que, como puedo imaginar el futuro cruel que nos espera, yo, el amado, sufriré dolor y ansiedad por todo lo que tengo aquí en la tierra”.
En alguna ocasión, la relación amorosa resulta una vía de escape para el hombre de élite del Tercer Reich, que el 26 de diciembre de 1927 reconoce a Marga que su amor pesa más en su corazón que su patria: “Berlín hoy me agrada porque tú vives ahí, igual que me agradaría el más pobre y pequeño pueblo si fuese ese tu hogar. Al sistema Berlín, que no está a tu altura, mujer buena y pura, yo lo odio, y siempre lo odiaré”.
Desde finales de 1938, Himmler tiene una amante, su secretaria privada Hedwig Potthast. Marga estuvo al tanto de esta relación y, aunque la correspondencia entre ambos sigue siendo frecuente, el encabezado cariñoso de anteriores misivas se convierte ahora en un somero “Querida mami” y los temas de conversación pasar a referirse fundamentalmente al suministro y mantenimiento de Marga y de su hija, de las que seguía preocupándose allí donde estuviese y a las que enviaba constantes regalos: “desde Holanda, mucha fruta y 150 tulipanes rayados, moteados, de dos colores, de unos (…) todos los que se pueden encontrar aquí”.
Por último, casi al final de la guerra, el 17 de abril de 1945, cuando la ofensiva rusa resuena ya en las calles de la capital alemana y hace semanas que el servicio de correos no funciona adecuadamente, Himmler entrega su última carta a Marga a su hombre de confianza, Paul Baumert: “Los tiempos que vivimos son tremendamente difíciles para todos nosotros. Y sin embargo, conservo la firme creencia de que todo va a salir bien, pero es muy difícil”.
Así conocemos, de su puño y letra, el día a día del exterminador…
Fuente:elmundo.es
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