Enlace Judío México- “Todos los días de la vida son bonitos”, cuenta Alice Herz-Sommer, reconocida pianista y una de las supervivientes más longevas del Holocausto, en la película La señora del número 6. La música salvó mi vida, basada en su experiencia vital. La cinta se llevó el domingo el Oscar al mejor corto documental.
Pero Herz-Sommer murió unos días antes de poder disfrutar de las mieles del éxito del filme, rodado por el director canadiense Malcolm Clarke. A los 110 años de vida, y a una semana exacta de la ceremonia, Alice se fue “en paz” y rodeada de su familia.
Alice había asegurado hace unos meses que la nominación era “una muestra más de que la vida siempre te recompensa”. Malcom Clarke, por su parte, le dedicó el Oscar con estas palabras: “Por su extraordinaria capacidad para la alegría y el perdón”.
Ni Clarke ni su equipo cobraron un euro por su trabajo. “No podíamos esperar (a conseguir financiación), tenía que ser rápido, mientras Alice tuviera salud y su mente estuviera lúcida”, explicaba el realizador en una entrevista publicada en la web de la Asociación Internacional de Documentales.
Alice Herz-Sommer, judía, nació en 1904, en Praga, entonces parte del Imperio Austrohúngaro y hoy capital de la República Checa. Tenía cinco años cuando comenzó a dar clases de piano con uno de los alumnos del compositor y virtuoso del piano Franz Liszt. Creció en un ambiente cultural exquisito. La música no sólo se convirtió en su profesión, sino también en una herramienta para superar los golpes de la vida.
El arte, en todas sus formas, se disfrutaba desde siempre en la casa familiar, visitada semanalmente por Gustav Mahler, uno de los mejores directores de orquesta de la época, y por otro judío universal, Franz Kafka. “Franz era retraído, pero siempre que podía nos acompañaba a dar largos paseos”, explicaba Alice con naturalidad.
Los años de la Gran Guerra los pasó en Praga. En 1931, cuando tenía 24 años, conoció a Leopold Sommer, con quien se casó dos semanas después. El matrimonio tuvo un único hijo, Rafael.
Años después llegaría la invasión alemana y la posterior caza de judíos residentes en la ciudad. Durante un tiempo, Alice continuó dando clases de piano, hasta que se prohibió a los judíos impartir clase a niños no judíos.
En 1943, Alice y su familia fueron capturados y enviados a un campo de concentración cercano, el de Theresienstadt (hoy conocido como Terezín), a unos 60 kilómetros al norte de Praga. Durante la ocupación nazi perecieron allí cerca de 35.000 personas.
Alice permaneció allí dos años, pero su marido fue trasladado, como otros 70.000 judíos de Terezin, al campo de concentración de Auschwitz. Nunca más volvió a verle.
Ofreció más de 150 conciertos en el campo de concentración
Sin su familia y sola en Terezín, Alice se refugió en la música. Ingresó en una de las dos orquestas que había en el campo de concentración. Dio más de 150 conciertos. Cuando tocaba los primeros acordes, ella ya estaba muy lejos, “en una isla de belleza y amor”, explicaba Herz-Sommer en el documental. “Gracias a la música no era todo tan terrible”, añadía.
“Muchos supervivientes de la Shoah son tan mayores que si les preguntas qué comieron ayer no te saben responder, pero si recuerdan con claridad donde estaban o como vivían en 1943”, cuenta Naama Galil, historiadora del Museo del Holocausto de Jerusalén.
Mientras nos hacían tocar, no nos metían en la cámara de gas. Así funcionaban los alemanes
“El violoncelo me salvó la vida”, cuenta en el corto Zdenja, amiga de Alice y superviviente del Holocausto. “Puedo decirlo sin dudarlo, porque mientras nos hacían tocar, no nos metían en la cámara de gas. Así funcionaban los alemanes”, razona con sarcasmo.
Naama Galil destaca otro de los efectos beneficiosos de la música para las decenas de miles de judíos atrapados en los campos de concentración: “En las orquestas había músicos de extraordinaria calidad. Entretenían a los alemanes, porque era una orden, pero gracias a esos conciertos los presos recuperaban cierta sensación de normalidad, se sentían como seres humanos durante unos minutos”.
Según datos del Fondo para el Bienestar de los Supervivientes del Holocausto, cada mes mueren 1.000 de ellos solo en Israel, de los aproximadamente 193.000 que quedan vivos. “Los que siguen con nosotros ya son muy mayores. Cuando pasaron por los campos de concentración eran niños o jóvenes y poco a poco se van marchando”, comenta Galil.
Los historiadores del Museo del Holocausto son conscientes de que en 10 ó 20 años ya no quedará ninguno. “Ese será nuestro en el futuro, mantener viva su memoria y lo que ocurrió, aunque ellos ya no estén para contárnoslo”, añade Galil.
Por eso el caso de Alice es excepcional. No sólo era de las supervivientes más longevas, sino que, según los que la conocieron, también fue una de las pocas víctimas de la Shoah que logró pasar página tras lo ocurrido gracias a su tendencia a ver el lado positivo de las cosas.
Fuente: elconfidencial.com
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