ARNOLDO KRAUS
Enlace Judío México | Una de las diferencias esenciales entre humanos y animales es la crítica. Aunque desconozco si existen o no estudios etológicos al respecto (pienso que no), estoy convencido que la crítica es una necesidad y un bien humano, un espacio donde todos crecen, quienes escuchan y quienes hablan, y que nos permite diferenciarnos de los animales y de la mayoría de los seres humanos. Por su imposibilidad para ejercer la crítica, excluiría a la mayoría de los políticos y a los fanáticos religiosos, no por carecer de humanidad, sino por su ser acrítico y su incapacidad para autocriticarse.
Criticar requiere información. Ser recipiendario de críticas implica conocer, manejar información, y crecer gracias al disenso. La interacción entre quien crítica y quien escucha deviene crecimiento, nuevas actitudes. Esa simbiosis es un bien inmenso: se benefician, primero los actores, y después la sociedad. Cuando las críticas modifican las conductas de los actores el entorno gana. Impartir, desde la enseñanza media, materias denominadas Crítica I, Crítica II, etcétera, mejoraría a la comunidad.
En medicina, y, en la sociedad, criticar es fundamental. Quien acepta críticas aprende de sus pifias. El binomio “crítica y error” es formidable: la retroalimentación entre ambos disminuye la posibilidad de repetir equivocaciones. Si bien, Errare humanum est -errar es humano-, los errores en medicina pueden ser mortales. Hacer del error escuela es virtud; lograrlo requiere, crítica y autocrítica. Platón olvidó, o no consideró necesario incluir en las Cuatro virtudes cardinales -prudencia, fortaleza, moderación o templanza y justicia- a la crítica. Atendiendo a su sabiduría, pienso que no lo olvidó; aventuro la siguiente hipótesis: en sus tiempos la crítica era esencial y virtud indispensable en el diálogo.
La crítica permite entender las razones de los yerros. Crítica y autocrítica florecen cuando individuo y comunidad trabajan arropados por sustratos éticos. Sin elementos éticos poco florece la crítica y es improbable que los errores se conviertan en escuela. Las interacciones en medicina, entre errar y confesar, o entre errar y esconder, y asumir, o no, una conducta ética, son complejas. Diría, sin exagerar, que son un verdadero reto. Los humanos tendemos a esconder nuestras equivocaciones; lo hacemos para protegernos, amén de ser esa una actitud frecuente en la sociedad.
Esconder errores es erróneo: impide crecer, impide entender. Lo contrario, exponerlos, es benéfico; aunque no se trata de premiar a quien cometa alguna pifia, estimular esa conducta debería ser norma. Criticar, y, aceptar la crítica es una virtud; aceptar y compartir errores se inscribe en ese universo. Publicitar y comentar yerros médicos, sobre todo con los médicos en formación, es una vía para disminuir la frecuencia de los mismos errores: ¿Quién fue el sabio que dijo, “sólo el ser humano se tropieza con la misma piedra”?
En la actualidad, tanto en la sociedad, como en la medicina, la crítica “profunda”, la que construye, tiende a desaparecer. Lo mismo sucede con las normas morales: se deprecian, no son escuela. Sin la ética como vigía, autoevaluarse y evaluar no es fundamental. Si bien es cierto que desde hace años las normas hospitalarias exigen que exista en cada sanatorio un Comité de Ética, su presencia e influencia suele ser mínima, sobre todo, en los hospitales privados. Es mínima porque la ética médica no se enseña ni en la escuela básica ni durante el entrenamiento hospitalario. Quien la aprende lo hace por su cercanía con médicos mayores que la ejercen.
En la medicina privada, espacio y discusiones en torno a la ética médica son entre escasos y nulos. Son nulos porque prevalecen amiguismos, recompensas económicas, popularidad -médicos que más hospitalizan son iconos- y nexos hospitalarios no siempre sanos. El médico moderno se subsume y rinde: amiguismo y sucedáneos sepultan la lealtad al enfermo. Sin crítica, autocrítica y ética, la fidelidad no existe. En hospitales públicos, dónde las recompensas económicas no son la meta -no se gana más por trabajar más o mejor-, y la crítica y la discusión de errores son más frecuentes por cuestiones académicas, es más factible interesarse en tópicos éticos.
Cuando se cavila en el valor de la crítica, y en la importancia de aprender de los errores, (fundar Escuelas de errores es una posibilidad), la idea, atribuida por algunos a Cicerón, y por otros a San Agustín, Errare humanum est, sed perseverare diabolicum -“errar es humano, pero perseverar en el error es diabólico”-, es, en medicina, enseñanza indispensable: errores pequeños dañan poco, errores grandes afectan la vida o acaban con ella. Para no reproducir esa máxima, es menester criticar, aceptar la crítica y comunicar errores. Ese ambiente favorece a médicos y enfermos. Cultivar ese ambiente sólo es posible sí existe un “esqueleto ético”.
*Médico
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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