JACOBO ZABLUDOVSKY
“En la Ciudad de México, DF, siendo las 12:00 horas del día 19 de junio de 1967…”.
Enlace Judío México | Tengo la foto con su pie de grabado: “El regente del Distrito Federal, Alfonso Corona del Rosal, da inicio a las obras del Metro de la Ciudad de México en la esquina de las avenidas Chapultepec y Bucareli”. Aparezco micrófono en mano entre olvidados y desconocidos, junto al funcionario que perfora el pavimento con pico neumático y divide la historia de los transportes urbanos en nuestro país.
Cumple 47 años la iniciación de la obra, inaugurada el 4 de septiembre de 1969, realizada por técnicos mexicanos a cargo de la construcción y operación de una maquinaria inmensa crecida al ritmo de la población capitalina. Un solo accidente notable: el 25 de octubre de 1975 chocaron dos trenes en la estación Viaducto, causando la muerte de 39 personas y lesiones a 119. Transportar seres humanos resulta labor tan peligrosa que esta misma semana, cuando el metro es noticia, un avión de pasajeros con 240 personas a bordo se pierde en pleno vuelo sobre el Pacífico sin dejar la menor huella. La razón de este Bucareli es precisamente esa: nuestro metro es noticia, pero no por un hecho catastrófico sino precisamente por lo contrario: por haber sido detectadas a tiempo deficiencias que podrían haber causado una de las mayores tragedias imaginables.
“Fallaba la Línea 12 antes de estrenarla”, pone EL UNIVERSAL en su encabezado y agrega: “Cierre de 11 estaciones afectará a 430 mil usuarios”. Recojo de la hemeroteca mi columna Clepsidra, publicada cuando calles y avenidas fueron despanzurradas para tender vías, colocar escaleras, abrir entradas y salidas. Algunas reflexiones de entonces pueden parecer ingenuas; prefiero dejarlas tal cual, sin olvidar que se escribieron casi dos años antes de puesto en marcha el primer tren subterráneo en esta ciudad.
“Las obras del Metro han comenzado a darnos molestias. Los que viven en la avenida Chapultepec y en la calzada Ignacio Zaragoza son los más afectados. Pero no son los únicos. En distinta medida nos vemos afectados todos los capitalinos. Las calles paralelas a las que han sido cerradas reciben ahora mayor número de vehículos. Muchos autobuses de pasajeros y tranvías han sido desviados de su ruta habitual. Hay ruido y polvo. Algunos comercios sufren perjuicios económicos.
“Todo esto e inevitable. Cualquier obra pública, por pequeña que sea, causa una molestia proporcional a su magnitud. La colocación de un farol, una línea telefónica, nuevo drenaje, pintura de una raya blanca en el pavimento, todo causa alguna molestia; no hay remedio. Como dijo el licenciado Corona del Rosal: hasta cuando pintamos nuestra propia casa sufrimos molestias. A cambio de esas dificultades, que son transitorias, tendremos en el Metro un beneficio incalculable. No se trata, según creo, de la solución a un problema de transportación masiva. Es algo más, mucho más que eso. Es la iniciación de una nueva forma de vivir en la capital. Es un nuevo estado de ánimo. El tiempo que hoy millones de personas pierden en autobuses lentos e incómodos, será aprovechado para la vida familiar, para el estudio, para el trabajo o para la diversión. Se aliviará la congestión del tránsito en el primer cuadro cuando muchos automovilistas dejen su coche en la periferia y lleguen a su destino en el metro. Los transportes de superficie disminuirán también el número de usuarios hasta niveles normales y adecuados. Todo sufrirá cierto cambio favorable, positivo, satisfactorio.
“Las molestias, por lo tanto, serán retribuidas con todo lo bueno que nos traerá el ferrocarril subterráneo. Lejos de quejarnos por los contratiempos debemos sentirnos satisfechos de que se emprenda una obra tan ambiciosa e inaplazable. Soportemos con inteligencia y sensatez estos meses de trabajos callejeros y luego celebremos la iniciación de los servicios de un sistema que no solo gozaremos nosotros, sino nuestros hijos y nietos”. (Clepsidra, columna diaria en la página editorial del periódico Novedades, subtitulada “Molestias y beneficios”, 20 de junio de 1967).
El actual jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, no había nacido cuando su antecesor iniciaba las obras de un metro con tantas líneas como Medusa cabellos convertidos en serpientes, tan peligrosas que a veces, como hoy, imploramos el regreso de Perseo para que otra vez le corte la cabeza.
Pero, antes, todos tienen que responder por sus hechos, asunto ajeno a la mitología y razón de ser de la justicia humana que castiga las culpas. Que no haya habido muertos no significa que no se hayan cometido delitos. No pueden quedar impunes.
Fuente:alianzatex.com
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