¿Dónde esta Dios?

GUIDO MAISULS

Enlace Judío México | Sabemos que los ateos son los poseedores de la creencia en la inexistencia de dioses o deidades en cambio los agnósticos son aquellos que no se reconocen como ateos pues consideran inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de aquello que trasciende la experiencia pero ¿que significa realmente ser un creyente?

En Septiembre de 1944 el sobreviviente Jack Fuchs tuvo una experiencia muy significativa: “Fue en Dachau. En una barraca, la mía, había casi cien judíos. La mayoría éramos de Lodz, Salónica, Hungría. Habíamos llegado desde Auschwitz pocas semanas antes….. un día hubo un Kol Nidre… Alguien había logrado introducir un pequeño sidur. Lo sacó y, en voz baja, comenzó a recitar. El simple hecho de tener un libro de rezos podía costarte la vida. El llanto que nos invadió a todos estaba lleno de desesperación. Aún hoy sigo preguntándome quién tiene necesidad de seguir con el judaísmo después de aquello, el infierno que padecimos por el mero hecho de ser judíos…Aquello fue una plegaria…; simplemente, una plegaria que no llegó a lugar alguno…”

Luego del pretendido “descubrimiento de América” en el año 1492 de la era común, los conquistadores europeos se lanzaron a “civilizar” el nuevo continente utilizando métodos decididamente no muy civilizados, como el saqueo desenfrenado de sus riquezas y la esclavitud y el genocidio de su población aborigen. De los setenta millones de habitantes que vivían en tierras americanas en el comienzo de la conquista, en tan solo 150 años fueron reducidos a unos tres millones y medio de aborígenes.

Y los europeos se consideraban creyentes.

En los 1600 de la era común, vivían entre 8 y 10 millones de aborígenes en lo que es hoy los Estados Unidos, doscientos años después fueron reducidos a alrededor de 900.000, casi un noventa por ciento menos. Esto se produjo porque el conquistador europeo trajo consigo sus ambiciones desmedidas, sus nuevas enfermedades, sus deportaciones, sus robos y pillaje, su desprecio por otras culturas y el genocidio desembozado.

Y los europeos se consideraban creyentes.

Algo muy similar ocurrió cuando los ingleses introdujeron sus ex presidiarios rufianes y criminales como nuevos colonos en lo que es hoy Australia, en tan solo 120 años redujeron la población aborigen originaria de entre 300.000 y 750.000 a tan solo 30.000 sobrevivientes.

Y los ingleses se consideraban creyentes.

Entre los años 132 al 135 de la era común, los judíos se rebelaron masivamente contra la opresión del Imperio Romano y del emperador Adriano. Esta dramática historia concluyo trágicamente con la destrucción de la ciudad de Jerusalem y su sagrado Templo, el genocidio de entre 500.000 y 1.000.000 de judíos y gran parte de la población fue esclavizada y exiliada.

Y los romanos se consideraban creyentes.

El historiador Eric Hobsbawm cita la cifra de esclavos africanos transportados a América de un millón en el siglo XVI, tres millones en el XVII y en el siglo XVIII de unos 7 millones. El investigador Enrique Peregalli, opina que habría que agregar un 25% de muertos durante las capturas y otro 25% durante la travesía del Atlántico. Además el 10% de los esclavos que trabajaban en plantaciones, minas y otros oficios morían cada año por las malas condiciones de vida y los abusos laborales.
Fueron traídos desde África de 10 a 15 millones de personas entre 1650 y 1860 hacia otros continentes y llegando con vida unos cuatro millones y medio al Caribe, cinco millones a Brasil, 300 mil a Europa, 200 mil a México y medio millón a las colonias británicas y a la Sudamérica española.

Y los europeos se consideraban creyentes.

En los años 1648/49, el levantamiento de Bogdan Jmelnitzky, líder de los cosacos masacró y casi destruyó a los judíos de Ucrania, posteriormente una nueva invasión aniquiló a los judíos de las ciudades de Bielorrusia y Lituania. El número exacto de muertes no se conoce, pero el descenso de la población judía durante este periodo fue entre 200.000 y 300.000 personas incluyendo a la emigración, a las muertes por enfermedades y a los judíos que fueron capturados por los cosacos y vendidos como esclavos.

Y los cosacos se decían creyentes.

Entre 1915 y 1923 se produjo el genocidio armenio que consistió en la deportación forzosa y exterminio de aproximadamente un millón y medio y dos millones de personas por el gobierno de los Jóvenes Turcos por en el Imperio Otomano.

Y los Jóvenes Turcos se decían creyentes.

El tremendo genocidio cometido por Rusia ha exterminado alrededor de 100.000 chechenios, uno de cada diez civiles, ante la permisividad y apatía del mundo occidental que se dicen defensores de la paz y de los derechos humanos, no tienen ningún reproche hacia los herederos del KGB, hacia los Vladimir Putin y sucesores, que ejecutaron en Chechenia uno de los mayores genocidios de los últimos tiempos, mirando hacia otro lugar y recibiéndolos con gran pompa en las cumbres internacionales.

En la región de Darfur, al oeste de Sudán, el presidente Omar al Bashir y sus secuaces han perpetrado un espantoso genocidio, ante la indiferencia generalizada de la opinión pública y los lideres de Occidente y la habitual y previsible impotencia de la ONU. En el último dato oficial del 2007 se considera que el número de muertes por el conflicto se aproxima a las 750.000 fallecidos por el hambre y la masacre. Las víctimas del genocidio (negros y pobres) han pasado simplemente al anónimo y silencioso rincón universal del olvido.

Y en la comunidad internacional se consideran todos creyentes.

Nos dice don Atahualpa Yupanqui en “Coplas Del Payador Perseguido”:
Tal vez otro habrá roda’o
tanto como he roda’o yo,
y le juro, creamelo
que he visto tanta pobreza,
que yo pensé con tristeza:
Dios por aquí no pasó.

Y los sectores dominantes argentinos de todas las épocas se consideraban creyentes.

Elie Wiesel nos describe la dramática ejecución de un joven en la horca “Los de la SS juntaron a los prisioneros enfrente de la horca. Mientras el muchacho moría lentamente, un prisionero gritó: ¿Dónde está Dios ahora? Dice Wiesel: Y oí una voz dentro de mí contestarle: ¿Dónde está? Aquí está… colgado de esta horca.”
El mismo Elie Wiesel se pregunta: “¿Cómo puede explicarse que la Iglesia jamás excomulgara ni a Hitler ni a Himmler, que Pío XII nunca viera necesario —por no decir indispensable— condenar Auschwitz y Treblinka, que una gran proporción de los miembros de las S.S. fuesen creyentes y permaneciesen fieles a sus lazos cristianos hasta el fin, que hubiese asesinos que practicasen [el sacramento de] la confesión entre una masacre y otra y que todos ellos procediesen de familias cristianas y hubiesen recibido una educación cristiana?”.

Y los alemanes se consideraban creyentes.

“¿Dónde estaba Dios en esos días?”, se preguntó el Papa Benedicto XVI mientras visitaba Auschwitz. “¿Por qué permaneció en silencio? ¿Cómo pudo permitir esta masacre, este triunfo del mal?”
El Silencio de Dios en Auschwitz, una gran fábrica de la muerte en la que los nazis torturaron, hambrearon, fusilaron y mataron con gas a un millón y medio de seres humanos inocentes: “En un lugar como este, las palabras no alcanzan, Al final, sólo puede haber un espantoso silencio, un silencio que es en sí mismo un llanto a Dios de todo corazón: ¿Por qué, Dios, permaneciste en silencio?”.

“En el fondo, estos despiadados criminales, al eliminar a este pueblo, querían matar al Dios que llamó a Abraham, al Dios que habló en Sinai y estableció principios para que fueran una guía para la humanidad, principios que son eternamente válidos. Si este pueblo, a través de su intrínseca existencia, era testigo de que Dios le habló a la humanidad y nos acercó a Él, entonces aquel Dios debía morir y el poder tenía que quedar sólo en manos de los hombres -de los hombres que pensaban que a través de la fuerza podían apropiarse del mundo”. ¿En dónde estaba Dios en esos días?”

Y los alemanes se consideraban creyentes.

¿Dónde estaba Dios frente al millón y medio de niños judíos asesinados? (1939-1945)

¿Dónde estaba Dios frente a los seis millones de judíos, 800.000 gitanos, cuatro millones de prisioneros de guerra soviéticos o víctimas de la ocupación, y unos millones más entre polacos, presos políticos, homosexuales, discapacitados físicos o psíquicos y delincuentes comunes? (1939-1945)

¿Dónde estaba Dios frente a los 50 millones de seres humanos exterminados? (1939-1945)

¿Dónde estaba Dios durante ese Holocausto?

¿En dónde estaba Dios en los Gulags soviéticos?

¿En dónde estaba Dios cuando el Khmer Rouge mató a 1,7 millones de camboyanos?

¿En dónde estaba Dios durante la desaparición forzosa de 30.000 argentinos por la dictadura militar en los setenta?

¿En dónde estaba Dios en el genocidio de Ruanda?

¿En dónde estaba Dios en el atentado contra las torres gemelas del 11/9?

¿En dónde esta Dios en el genocidio producido por el dictador Bashar Al Assad en Siria, que ya cumple tres años con 146.000 muertos, 9 millones de refugiados y un millón de niños sin ayuda humanitaria.

¿En dónde está Dios hoy, cuando un ser humano inocente está siendo asesinado, torturado, violado y explotado?

En Varsovia, 28 de Abril de 1943, Iosl Rakover de Tarnopol, un jasid de Gur, escribió estas líneas mientras el ghetto de Varsovia estaba en llamas: …. “Sé ahora que tú eres mi Di-s. Tú no puedes posiblemente ser su Di-s porque sus espantosos actos son la expresión de una viciosa ausencia de Divinidad. Pero si tu no te apareces a mi como mi Di-s, entonces ¿de quien eres Di-s? ¿De los asesinos? Si aquellos que me odian son tan oscuros y perversos, entonces, yo debo ser el que constantemente porta algo de tu luz y bondad…”

Como pensaba Albert Einstein: “La cosa más bella que podemos experimentar es lo misterioso. Es la fuente de toda verdad y ciencia. Aquel para quien esa emoción es ajena, aquel que ya no puede maravillarse y extasiarse ante el miedo, vale tanto como un muerto: sus ojos están cerrados… Saber que lo impenetrable para nosotros existe realmente, manifestándose como la prudencia máxima y la belleza más radiante que nuestras torpes capacidades pueden comprender tan sólo en sus formas más primitivas… Este conocimiento, este sentimiento, se encuentran en el centro de la verdad religiosa. En ese sentido, y sólo en ese sentido, pertenezco a las filas de los hombres religiosos devotos”.

No fue Dios quien falla cuando los seres humanos cometen hechos espantosos y repudiables pues ese mismo Dios es quien nos dice “No matarás” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” pero no está en silencio, solo los seres humanos nos negamos a pensarlo, a verlo y a escucharlo.

Caín terminaba de asesinar a su hermano Abel y oyó la voz de Di-s que le decía: “Aie Jebel ajija: ¿Dónde está tu hermano Abel?”. Y Caín, con la conciencia y la angustia de su crimen, responde: “Lo iadati, hashomer aji anoji- no lo sé, ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” Caín sabía dónde estaba Abel. También Dios lo sabía.

El hombre tiene la inmensa fortuna y la tremenda responsabilidad de poseer el libre albedrío. No se puede reclamar a Dios por todas las iniquidades humanas pues el único responsable es el mismo hombre.

¿Porque los seres humanos cometemos actos crueles y atroces? Y aquí les señalo la punta del ovillo: “Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Qué agua nos limpiará? ¿Qué rito expiatorio, qué juegos sagrados deberíamos inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? ¿Debemos aparecer dignos de ella?”. De Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, sección 125

He aquí uno de los mas sólidos fundamentos del porque los seres humanos cometemos actos crueles y atroces: Hemos querido matar a Dios y lo hemos identificado en nuestro semejante, esto esta extraordinariamente descripto en el aforismo nietzscheano de “El frenético” o “El hombre loco:”¿No oísteis hablar de aquel loco que en la mañana radiante encendió una linterna, se fue al mercado y no cesaba de gritar: «¡Busco a Dios ! ¡Busco a Dios !»? Y como allí se juntaban muchos que no creían en Dios, él provocó grandes carcajadas. ¿Se habrá perdido?, decía uno. ¿Se ha escapado como un niño?, decía otro. ¿O estará escondido? ¿Le hacemos miedo? ¿Se embarcó?, ¿emigró?, gritaban mezclando sus risas. El loco saltó en medio de ellos y los atravesó con la mirada. «A dónde fue Dios? -exclamó-, voy a decíroslo. Nosotros lo hemos matado -¡vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos!”

Este es el momento histórico adecuado, preciso y oportuno para reconocer nuestras culpas humanas y volver a escuchar a Dios cuando nos dice “No matarás” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

Y a preguntarnos: ¿Dónde esta el hombre?

Fuente:cartasdesdeisrael.blogspot.mx

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