Enlace Judío México | Un coche blanco acercándose a él por una estrecha callejuela de Quneitra en su Siria natal es lo último que Mohamed, de 24 años, recuerda de los momentos previos a la explosión que le dejó en coma y le amputó dos piernas y parte de la pelvis. Días después despertó en la cama de un impoluto hospital, con unas frondosas colinas tras la ventana y un joven soldado de uniforme verde caqui apostado ante su habitación. “Cuando me dijeron que estaba en Israel sentí miedo y nerviosismo. Al final lo asumí: Israel me ha salvado la vida”, dice hoy, con cierta incredulidad.
Que hasta hoy más de 800 sirios hayan recibido tratamiento en hospitales de Israel hubiera sido impensable hace sólo tres años, antes del levantamiento popular contra el régimen de Bachar el Asad en el cual han perdido la vida más de 140.000 personas. El Gobierno de Israel ha mantenido silencio sobre el conflicto sirio, reacio a involucrarse directamente en una guerra que ha acabado enfrentando a un régimen enemigo declarado suyo y a una amalgama de milicias entre las que hay numerosos grupos yihadistas que simpatizan con Al Qaeda.
Hace un año, sin embargo, el Ejecutivo de Benjamín Netanyahu decidió permitir que civiles sirios entraran en Israel a través de la zona desmilitarizada que supervisa Naciones Unidas entre las fronteras de ambos países. Para Israel acabaría siendo imposible discernir cuáles de los heridos que llegaban eran combatientes y cuáles no, lo que ha llevado a sus hospitales a un buen número de milicianos, en su mayoría del Ejército Libre Sirio, un conjunto de brigadas seculares afiliadas a la oposición prodemocrática a la que las potencias occidentales reconocen como legítima aspirante al control del país.
“Yo luché con el Ejército Libre, era subcomandante de mi brigada en Quneitra”, admite con orgullo Mohamed, a quien el Ejército israelí le impide dar su apellido, para evitar represalias cuando regrese a Siria. Según los médicos que le han tratado en el centro hospitalario de Ziv, a sólo 20 kilómetros de Siria, le alcanzó fuego de artillería cuando conducía una moto en la oscuridad. Es extremadamente difícil que pueda volver a andar, porque le amputaron parte de la pelvis y según el doctor Alexander Lerner “no dispone de una base para prótesis”.
“Cuando uno ve a un paciente y tiene ante sí una herida abierta, no piensa en procedencias o enemigos, piensa en tratarle”, asegura Lerner, que nació en Rusia y emigró a Israel en 1990. Cirujano ortopédico, es uno de los expertos más reputados del mundo en traumatismos en conflictos armados y ha escrito dos libros al respecto. En una pared de su despacho cuelgan dos dibujos de flores firmados por Aya, una niña siria de ocho años que llegó en condición grave y con serias heridas en las piernas y a la que él ayudó a volver a caminar.
Admite el profesor Lerner que una mayoría de los 250 pacientes que han pasado por este hospital ha reaccionado con inquietud y a veces miedo al descubrir que se hallaban en Israel. “Reciben el mismo tratamiento que un israelí, y muchos de ellos se marchan con unas prótesis muy avanzadas, normalmente muy caras”, dice. “Eso ha hecho que en Siria se corra la voz de que aquí reciben buen tratamiento, y cada vez reaccionan de forma más calmada”, añade. “Ahora llegan algunos que cuando abren los ojos saben inmediatamente que están en Israel”.
Por lo general los pacientes pasan una semana en suelo israelí y luego son enviados a recuperarse en Siria. Pocos vuelven para segundos tratamientos. “Hacemos un esfuerzo por quitar de las ropas que les damos las etiquetas en hebreo, y cualquier rastro que indique que han pasado por Israel”, asegura Fares Issa, trabajador social de 36 años que ayuda a estos sirios en el postoperatorio. Árabe israelí, Issa se presentó voluntario a esta labor, porque sabía que, hablándoles en árabe, calmaría a los pacientes, a los que define como “hermanos”.
“Vienen aterrorizados por tres motivos”, dice. “Primero porque salen de una guerra. Segundo porque están gravemente heridos. Y tercero porque están en Israel, un país con el que han estado en guerra y que ha ocupado parte de su territorio desde hace décadas”. Aparte de las amputaciones, Issa asegura que la dolencia más común entre esos sirios es la ansiedad por estrés postraumático.
El hospital de Ziv es público. Un 20% de los pacientes sirios que han sido tratados en él son niños. El menor de ellos tenía tres años. Algunos han llegado solos, pues han perdido a ambos padres en el conflicto. En el centro ha habido tres alumbramientos de mujeres heridas que llegaron en avanzado estado de gestación.
Aunque en un principio evitó pronunciarse sobre la presencia de sirios en Israel, el primer ministro Netanyahu decidió visitar hace un mes otro hospital, militar, que efectúa la misma labor en los Altos del Golán. Allí dijo que muchos “niños han resultado heridos, y otros muertos, por culpa de que Irán haya decidido armar, financiar y entrenar al régimen de El Asad en las masacres que está perpetrando”.
El año pasado Israel atacó en al menos cinco ocasiones objetivos militares dentro de Siria que según la inteligencia occidental eran envíos de armas de Irán a la milicia libanesa Hezbolá. La agencia iraní Fars, cercana a la Guardia Revolucionaria iraní, ha llegado a acusar a Israel de haber propiciado la crisis en Siria y hasta de “trabajar estrechamente con Al Qaeda”, algo de lo que no existe indicio alguno.
Aún así, el Ejército de Israel sigue insistiendo en que de ningún modo toma partido en el conflicto interno en el país vecino. Según Roni Kaplan, uno de sus portavoces, “el ingreso y tratamiento de heridos sirios en hospitales israelíes se lleva a cabo por cuestiones humanitarias” y el número de pacientes atendidos —unos 800— “es meramente testimonial si uno tiene en cuenta la enorme cantidad de muertes que se ha cobrado esa guerra civil”.
Mohamed, por su parte, dice que volverá a Siria, donde le gustaría abrir su negocio “cuando El Asad caiga”. Tiene esperanza de que el doctor Lerner le ayude en un futuro a obtener “dos piernas de plástico para poder andar”.
Fuente:elpais.com
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