El origen del Pueblo de Israel

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México | “Y Teraj tomó a Abram, su hijo, y a Lot ben Harán, hijo de su hijo, y a Saraí su nuera, esposa de Abram su hijo, y salió con ellos de Ur de los Kashdim…” (Génesis 11:31)

“Y hablarás y dirás delante del Señor tu D-os: un arameo errante fue mi padre, y bajó a Egipto y habitó allí, pocos en número, y allí se hizo una nación grande, fuerte y populosa” (Deuteronomio 26:5)

“Y dijo: así dice el Señor D-os a Jerusalén: tu origen y tu nacimiento es en la tierra de los cananeos; tu padre fue amorreo y tu madre hitita” (Ezequiel 16:3)

Es curioso: el origen de los problemas para descifrar el origen de los antiguos hebreos no proviene de descubrimientos arqueológicos, sino de la misma Biblia. En los tres versículos que hemos citado, se mencionan cuatro diferentes orígenes relacionados, de uno u otro modo, con el antiguo Israel: Abram -padre de la nación- era originario de la tierra de los Kashdim (suele traducirse como Caldeos), aunque Deuteronomio dice que fue un arameo (técnicamente, un sirio), y Ezequiel refiere que Jerusalén es hija de amorreos e hititas.

Ciertamente, se pueden hacer diversas reflexiones teológicas al respecto. Pero recuérdese que aquí estamos revisando el tema arqueológico, y las consideraciones que surgen cuando se compara esta información bíblica con lo que la arqueología ha ido recuperando es bastante interesante.

En la nota de la semana pasada mencionamos que los especialistas consideran dos opciones respecto a la identificación de los “antiguos hebreos”: los Aviru (o Apiru) y los Hiksos.

En ambos casos, se sabe que el origen es mixto, debido a que ninguno de los dos términos se refiere a un pueblo en concreto, sino a cierto tipo de personas. En el caso de los Aviru, a su condición de grupo marginal y mercenario, y en el de los Hiksos a la simple condición de “extranjero” (desde la perspectiva egipcia).

Lo interesante es que en ambos casos se trata de grupos mixtos integrados, básicamente, por semitas y cananeos. El único dato bíblico que parecería estar fuera de lugar sería la mención de que “la madre de Jerusalén” fue hitita. Los hititas poblaron el territorio de la actual Turquía, y para cuando aconteció el Éxodo ya habían colapsado como reino y estaban en pleno proceso de desaparición.

Resulta un dato muy atractivo, porque entonces el versículo de Ezequiel estaría remontándose un milenio hacia atrás (tomando en cuenta que este profeta escribe hacia el siglo VI AEC). De cualquier modo, la opción no es inverosímil: los hititas extendieron sus dominios hasta territorio actualmente libanés, y durante su última etapa histórica mantuvieron muy buenas relaciones con los egipcios, que controlaban la parte sur de la antigua Fenicia y todo Canaán. Por ello, es altamente factible que grupos de hititas se hayan establecido finalmente en lo que hoy es Israel, al punto de que uno de los personajes más célebres en la saga del rey David es identificado como descendiente de este pueblo: Urías, el primer esposo de Betsabé.

El dato va más allá: la referencia a Urías podría ser el vestigio de que dentro de la sociedad israelita del siglo X AEC todavía había familias claramente identificadas por su ascendencia hitita, y eso le da una lógica total a lo dicho por Ezequiel.

Lo que tenemos es esto: la arqueología asume que los antiguos hebreos fueron o bien los Aviru o bien los Hiksos, ambos grupos integrados por semitas y cananeos. En el otro extremo, la narrativa bíblica presenta como origen del pueblo de Israel a una sola persona -Abraham, originario de Ur pero también identificado como “un arameo”-, pero también se refiere clara y directamente a un origen mixto que incluye caldeos, sirios, amorreos e hititas.

Ahora bien: el asunto no tiene por qué ser tan enredado. Hagamos un par de precisiones. En primer lugar, estaría el caso de Abraham: ¿caldeo o arameo? En realidad, el texto no dice que Teraj y Abraham fuesen caldeos. Sólo dice que vivían en Ur de los Kashdim, y que de allí salieron hacia la tierra de Canaán. Entonces, el origen más razonable de Abram sería que fue un arameo (eso sí es explícito en el Deuteronomio) cuyo padre (o tal vez otro ancestro) se había establecido en Ur.

¿Dónde queda, entonces, la información según la cual el origen de Israel también incluye amorreos e hititas? La segunda consideración que hay que hacer es que una cosa es hablar del origen de los Israelitas, y otra del origen de los Hebreos.

¿Por qué? Porque el texto bíblico refiere a ABRAHAM EL HEBREO como el que gestó al pueblo de Israel, pero NUNCA dice que haya sido el que gestó AL PUEBLO HEBREO. De hecho, hablar de “Abraham el Hebreo” permite la suposición de que el grupo hebreo ya existe, y que Abraham sólo es uno de ellos.

Otro detalle: en la narrativa bíblica no se vuelve a mencionar a ningún hebreo ajeno a la descendencia de Abraham. La implicación directa de esto sería que de haber existido un grupo identificado como “los hebreos”, éstos desaparecieron totalmente salvo por la descendencia de Abraham.

Justo lo que sabemos de los Aviru y de los Hiksos: las referencias a ellos DESAPARECEN justo en las épocas en las que se empieza a hablar de Israel.

Otra pregunta: ¿su desaparición fue total?

Si nos atenemos a cierta información que podemos extraer del texto bíblico, la respuesta sería que no. Por ejemplo, Abraham envía a su siervo Eliezer para conseguir esposa para Itzjak, misma que encuentra con su parentela de Harán, y luego Yaacov regresa con esa misma parentela y allí es que conoce a sus dos esposas -Rajel y Lea-. Entonces, sigue existiendo una conciencia de grupo que va más allá del entorno inmediato a Abraham.

La idea que podemos derivar de esto es que los otros grupos de hebreos poco a poco pudieron aglutinarse en torno al grupo que podríamos definir como “abrahámico”. Claro, esto en términos obtenidos de la narrativa bíblica.

En términos arqueológicos, habría que replantearlo de otra manera: los antiguos hebreos (Aviru o Hiksos) fueron un grupo amplio y de origen mixto (semita-cananeo) que terminaron por asimilarse a su entorno. Sólo una línea sobrevivió y preservó una memoria histórica integrada después al relato bíblico, y si hubo otros grupos de hebreos que sobrevivieron, fue porque se anexaron a esta línea principal y se plegaron a su memoria histórica.

Es una idea coherente con la evidencia arqueológica y con la evidencia bíblica.

Respecto a la evidencia arqueológica, nos permite entender por qué no hay una continuidad clara entre los antiguos hebreos (Aviru o Hiksos) con los posteriores israelitas: no todos los israelitas fueron la continuidad de todos los hebreos. Sólo un grupo de estos (el de Abraham, si retomamos el relato bíblico) construyó una identidad colectiva lo suficientemente fuerte como para sobrevivir, y por ello la memoria histórica de los demás simplemente se perdió.

Respecto a la evidencia bíblica, nos permite una imagen más clara de por qué en diferentes momentos se habla de diferentes orígenes: arameo, amorreo e hitita (por lo menos). Efectivamente, los israelitas de la época previa a la destrucción del Primer Templo (587 AEC) habrían conservado con bastante precisión la memoria de su origen múltiple, y aunque se consideraban plenamente israelitas, sabían que había bloques de origen cananeo e hitita. Dichos bloques debieron ser minoritarios, porque en términos finales se plegaron a la memoria histórica hebrea, lo cual nos hace suponer que ésta fue la originada en el grupo mayoritario.

Es una posibilidad fascinante: nos permite imaginarnos una sociedad israelita más compleja de lo que tradicionalmente creemos, estructurada en “quince tribus”: las doce tradicionalmente conocidas (diez en el norte, dos en el sur), la de Levi (repartida en todo el territorio), el grupo cananeo y el grupo hitita (también repartidos en todo el territorio; marco la diferencia entre uno y otro por el origen totalmente disímil de cananeos e hititas).

Y aclaro: no se trata de una situación donde estos últimos dos grupos se sintieran extranjeros. Las referencias bíblicas hacen pensar en que estaban plenamente integrados a la sociedad y eran vistos sin ningún problema como verdaderos israelitas.

¿Por qué cambió esta perspectiva? Por la misma razón que cambiaron muchas cosas en el siglo VI AEC: la destrucción provocada por la invasión babilónica alteró todas las dinámicas sociales del Judaísmo. En el tema que estamos tratando, hay que tomar en cuenta que después del regreso del exilio (539 AEC en adelante), el Reino de Judea fue restaurado con SOBREVIVIENTES.

El sentido de identidad cambió radicalmente: en primer lugar, el grupo empezó a autonombrarse de otra manera. Ya no fueron “israelitas”, sino “judíos”. En segundo, aunque se preservaron muchas tradiciones concernientes a las “doce tribus”, la identificación de los linajes fue reduciéndose poco a poco a los tres que manejamos hasta la fecha: Kohanim, Leviim e Israelim. Finalmente, los vínculos con cananeos e hititas desaparecieron por completo (y la razón también es fácil de explicar: la era de las invasiones asirias y babilónicas aniquilaron los restos de las antiguas naciones cananeas; los hititas, dicho sea de paso, hacía mucho que habían desaparecido del mapa internacional).

Por eso nos resulta extraño enfrentarnos a esta información: toda nuestra estructura de ideas referentes a nuestra identidad histórica proviene de la época de la restauración posterior al exilio en Babilonia. Eso, en definitiva, hace que nuestra percepción sobre cómo pudo haber sido la identidad israelita hasta finales del siglo VII AEC sea limitada.

Retomemos ahora lo que habíamos analizado sobre la memoria histórica en la nota de la semana pasada: una idea fundamental es que la arqueología trabaja no sólo con lo que la memoria preserva, sino también con lo que olvida.

En relación con lo que venimos analizando en esta nota, entonces podemos decir que el relato bíblico preservó en la memoria que el sentido de identidad de Israel se generó en los antiguos hebreos en general, y en una familia patriarcal en particular. Pero, a la par de eso, OLVIDÓ las características completas del grupo identificable como “hebreo”, así como el hecho de que a lo largo de su desarrollo, muchos grupos periféricos -especialmente cananeos y sobrevivientes del antiguo Imperio Hitita- se anexaron al grupo hebreo del cual surgió Israel.

Una cosa es definitiva: hasta este punto, la narrativa bíblica no se contradice con los descubrimientos arqueológicos. Como una suerte de ejercicio un tanto arbitrario, podríamos integrar toda la información de este modo: hacia el siglo XX AEC, toda la zona que va desde los límites de Persia con Mesopotamia hasta los territorios dominados por Egipto -pasando por los antiguos reinos de Aram, Asiria y Hatti, en el norte-, registran la existencia de grupos mixtos integrados por semitas y cananeos que se dedicaban a la rapiña o se contrataban como mercenarios, y que se mantenían al margen de las emergentes sociedades sedentarias. Los sumerios fueron los primeros en llamarlos con un nombre preciso cuya pronunciación no se conoce, pero que en egipcio se pronuncia “aviru” (plural de “avir”). Nómadas por vocación, su suerte fue irregular y poco a poco fueron desapareciendo del panorama general del Medio Oriente. Las últimas referencias a ellos provienen de textos egipcios de la época del Imperio Nuevo, hacia el siglo XIV AEC.

Hacia el siglo XVII AEC, un grupo con varias similitudes con los Aviru tuvo su momento de gloria: identificado como los Hiksos (contracción de las palabras egipcias para decir “reyes extranjeros”), se hicieron con el poder en la zona norte de lo que fue el Imperio Medio en Egipto.

¿Tenían alguna relación con los Aviru? Es difícil de responder eso. Los textos egipcios no son demasiado detallistas, y en última instancia se podría identificar a los Hiksos (también una mezcla de semitas y cananeos) como un grupo de Aviru que optó por la sedentarización e incluso por una cierta sofisticación en varios aspectos (por ejemplo, fueron los Hiksos quienes introdujeron en Egipto el uso del carro de combate jalado por caballos).

No hay vestigios de que los Hiksos tomaran el poder en Egipto por la fuerza. Todo parece indicar que se trató de una migración paulatina, pero que su mejor organización -especialmente en prácticas militares- les garantizó que poco a poco se hicieran con el poder. El Imperio Egipcio se fracturó, y durante un poco más de cien años -por lo menos- los Hiksos dominaron desde su capital: Avaris (cuya similitud etimológica con “aviru” no puede pasarse por alto).

En todo este marco, la historia de Abram el Hebreo y sus descendientes cuadra bastante bien. Sus capacidades militares están fuera de toda duda en el relato bíblico: según Génesis 14:1-16, Abram se confrontó directamente contra los reyes de Elam, Sinar, Elasar y Goim. Es interesante: Elam es una provincia ubicada en el actual Irán, y según el relato, los reyes de Sodoma y Gomorra (en el actual Israel) se rebelaron contra el dominio del rey Kedarlaomer, que debió atravesar un gran territorio para venir a poner orden en sus dominios occidentales.

Abram se vio involucrado porque el ataque del rey de Elam se tradujo en la captura de Lot -sobrino de Abram-, y para ponerle alto a la situación, el jefe hebreo se organizó con sus aliados Mamre, Eshkol y Aner -hermanos entre sí-, y al frente de un grupo de 318 personas derrotaron a los reyes orientales y rescataron a Lot.

En este relato llaman poderosamente la atención dos detalles: el primero es que los aliados de Abram son amorreos, y eso cuadra perfectamente con los vestigios que hemos señalado según los cuales el origen del posterior pueblo de Israel no sólo involucraría hebreos semitas, sino también “aviru” amorreos.

Pero hay algo todavía más interesante: este es el primer relato en donde Abram es llamado “el hebreo”, y es un relato donde en complicidad con un grupo amorreo atacan a los representantes de las culturas mesopotámicas sedentarias. Es decir, se comporta como un verdadero Avir (en este caso, de origen arameo si nos basamos en Deuteronomio 26.5) que, además, conocía perfectamente el ambiente oriental por haber nacido y crecido en Ur.

Nómada, guerrero, y con fuertes lazos con otros nómadas guerreros de Canaán. Así es como podemos reconstruir el perfil de Abram el hebreo a la luz de lo que sabemos de los antiguos Aviru.

Pero el texto bíblico no se limita a presentar a Abram en esa limitada dimensión. En realidad, es un visionario que desde el marginal mundo de los Aviru ha desarrollado una vocación sagrada que implica la sedentarización, y si se encuentra en Canaán es porque entiende que su descendencia podría hacer de ese lugar su propio hogar.

Dejemos la lectura mística y espiritual de la Biblia según la cual esto fue una revelación divina. ¿Acaso Abram fue uno de los pocos Aviru que se dieron cuenta que no tenían futuro en Mesopotamia y por ello optó por reforzar sus vínculos con Canaán? Esa sería una buena explicación arqueológica no religiosa: el patriarca prevé que la sociedad mesopotámica tarde o temprano va a asimilar a los Aviru, y opta por establecerse del otro lado del territorio conocido. Pero también es consciente de los vicios y defectos de las sociedades cananeas, y por ello encarga a su sirviente que busque una esposa semita para su hijo Itzjak.

Tal vez esa fue la genialidad que garantizó la sobrevivencia de este grupo de Aviru: preservar su identidad semita -más avanzada en todos los aspectos que la cananea- pero establecerse en Canaán -menos riesgoso para el grupo completo-.

La evolución de la familia de Abraham -luego convertido en Abraham, lo que implicaría una ruptura primordial de su antiguo perfil belicoso y nómada- es perfectamente lógica para los Aviru de la época: su sobrino Lot se establece en el valle de Sodoma y Gomorra, tiene un hijo con una “sierva egipcia” -Agar-, mantiene relaciones con Abimelej rey de Gerar, y después de tener a Itzjak y enviudar de Sara toma a otra mujer -Ketura- y tiene más hijos que, para no estorbarse con Itjak por ser el principal heredero, fueron enviados al oriente.

Es decir: Abraham mantiene vínculos familiares y profesionales desde Egipto hasta el Oriente, como un perfecto Avir.

Su hijo Ismael es descrito como un personaje rudo, cuyos descendientes “habitaron desde Havila hasta Shur, que está frente a Egipto viniendo a Asiria”. Un verdadero Avir, en el cual el perfil belicoso de Abraham reapareció.

En la siguiente generación sucede algo similar: Itzjak tiene dos hijos que representan la tensión histórica de los Aviru. Esav es violento e impetuoso, mientras que Yaacov es apacible y sedentario. ¿Por qué la bendición de Abraham, portada ahora por Itzjak, recae en Yaacov? A la luz de la arqueología, podemos darle una nueva perspectiva al texto bíblico: porque él fue quien se comprometió con el proyecto original de Abraham su abuelo para ponerle fin al nomadismo belicoso de los Aviru. Esav, su antagónico hermano, es la recuperación de este perfil rapaz y violento que primero se había manifestado en Ismael.

Esto nos permite especular un poco más: ¿acaso este fue el sentido original de estos relatos en una época donde los Israelitas todavía tenían una idea más o menos clara de nuestro pasado Aviru y nuestros vínculos con Canaán?

No deja de ser especulación, pero lo cierto es que a la luz del perfil histórico de los Aviru, los relatos de los Patriarcas Abraham, Itzjak y Yaacov toman un matiz sensiblemente distinto: no sólo es la revelación de un nuevo nivel de conciencia que genera la religión que seguimos practicando, sino también el registro histórico de la crisis de identidad que tuvo un grupo marginal y poco afecto a la política organizada, cuando se vio confrontado con la necesidad de sedentarizarse o desaparecer.

Otra vez, nos topamos con detalles que nuestra memoria histórica dejó de lado para preservar los tópicos relevantes después de la destrucción de Israel por los asirios y babilonios.

Yaacov, el tercer patriarca de este período transicional es el primero que deja de comportarse como un Avir. No le interesan la guerra ni las complicidades cananeas, y esa urgencia de dar el siguiente paso en la evolución como clan familiar pone a sus hijos ante terribles contradicciones: en principio se tienen que rendir ante Esav y su tropa de forajidos (típicos Aviru), pero luego Simeón y Levi no tienen reparos en masacrar una población de heveos (cananeos) por un problema de honor familiar.

Son relatos que tienen muchos elementos significativos: en esta óptica, el encuentro entre Yaacov y Esav no es otra cosa sino la confrontación del perfil histórico de los Aviru (Esav) con un nuevo proyecto de vida (Yaacov). En la idiosincrasia de loas Aviru, el proyecto de Yaacov debió ser visto como una expresión de debilidad, y esa atmósfera está maravillosamente preservada en el relato bíblico. Pero Yaacov se impone y triunfa, si bien las circunstancias lo van a obligar a retomar los hábitos nómadas y salir de Canaán.

La primera razón es el asunto de Simeón, Levi y los heveos. Después de la seducción y deshonra de Dina, es muy interesante lo que Shejem y los heveos proponen a Yaacov: “… emparentad con nosotros; dadnos vuestras hijas y tomad vosotros las nuestras. Y habitad con nosotros, porque la tierra estará delante de vosotros, morad y negociad en ella, y tomad en ella posesión” (Génesis 34:9-10).

Es demasiada naturalidad. Claro, son cananeos negociando con Aviru, algo perfectamente normal en la época.

Después de la violenta acción de Simeón y Levi, Yaacov opta por llevarse al grupo de allí, y se establece en Bet-El. Después de las referir las muertes de Rajel su esposa e Itzjak su padre, el relato se enfoca en Yosef su hijo, vendido en Egipto como esclavo pero encumbrado después como el hombre más poderoso después de Faraón.

¿Acaso se trata de un relato donde se sublimó la memoria histórica de los antiguos Aviru para narrar, a su modo y con sus parcialidades obligadas, el ascenso y declive de los reyes Hiksos en Egipto?

Otro tema fascinante que merece su propio espacio. Así que lo dejamos pendiente para la próxima semana.

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