ESTHER SHABOT
Enlace Judío México | Al cumplirse el tercer aniversario del inicio del levantamiento popular sirio para derrocar al gobierno de Bashar al-Assad, no sólo es macabramente sombría la cifra de muertos, desplazados y refugiados, sino también la noticia de que las fuerzas del régimen consiguieron reconquistar la localidad de Yabroud. Ésta había estado en manos de la oposición por mucho tiempo y al ser un punto estratégico en la ruta que conecta con Líbano, sirvió para asegurar el abasto de artículos y mercancías de primera necesidad, a la vez que funcionó como muro de contención para prevenir ataques de las fuerzas del gobierno contra diversos pueblos y suburbios controlados por los rebeldes.
Así, pues, la toma de Yabroud bien puede significar que al haberse afianzado militarmente Al-Assad de tal manera, a la oposición sumida en una desventaja abrumadora, no le reste más que tratar de negociar con su enemigo aún desde una posición de debilidad, a fin de salvar algo de lo que se pretendió cambiar cuando estalló el movimiento rebelde. Sin embargo, este escenario se topa al mismo tiempo con el mayúsculo inconveniente de que las fuerzas antiAssad padecen de una aguda fragmentación endémica que les impide forjar un frente común a fin de encauzar ese proceso en beneficio de un nuevo orden. Y si ello es así, el pueblo sirio habrá de enfrentar un futuro amargo y trágico: todo quedará más o menos igual que en el pasado, pero con una cauda de destrucción, muerte y sufrimiento a cuestas que lo afectará sin duda por generaciones.
En la toma de Yabroud aparece también un dato revelador. Según los observadores, la intervención de las fuerzas del Hezbolá libanés que se introdujeron en Siria desde hace casi dos años, fue fundamental. Sin ese refuerzo —se dice— la recaptura de Yabroud hubiera sido imposible. En ese sentido, no sólo Rusia e Irán han sido vitales para la sobrevivencia de
Al-Assad, sino que Hezbolá ha sido quizá más importante aún en el terreno concreto de los combates. Esta organización chiita libanesa ha luchado a brazo partido para impedir la caída del régimen de Al-Assad, su gran aliado, y al parecer efectivamente está logrando su objetivo.
Y, sin embargo, aparece aquí una gran paradoja. La intervención de Hezbolá en el escenario sirio, exitosa hasta el momento, constituye simultáneamente el factor promotor de su decadencia dentro de su hábitat local —Líbano—, lo mismo que de su desprestigio profundo entre los múltiples actores dentro del mundo árabe y musulmán que aspiran a la desaparición de Al-Assad. Hezbolá está siendo blanco constante de ataques mortíferos en suelo libanés por parte de grupos árabes anti-Assad, con lo cual ha pasado a estar a la defensiva luego de años de imponer su poderío en buena parte del territorio libanés.
Además, su popularidad en el mundo árabe está actualmente por los suelos. Una encuesta realizada por el Pew Research Center reveló que en Palestina, Líbano, Jordania, Egipto y Túnez una abrumadora mayoría desaprobaba profundamente el comportamiento de Hezbolá al considerarlo el causante de la muerte y el sufrimiento de millones de hermanos árabes. Algo muy similar se opina en Turquía y Arabia Saudita porque ahora, cuando Hezbolá está siendo responsabilizado de masacres realizadas por ejemplo, contra los palestinos refugiados en el campamento sirio de Yarmouk, ya no le queda a Hezbolá vanagloriarse de ser el “campeón” en la defensa de la causa palestina.
Fuente:excelsior.com.mx
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