IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO
(Había prometido un artículo sobre los Hiksos, como continuación del análisis del asunto del origen del pueblo hebreo; pero ciertas circunstancias -una visita al cine- me obligan a hacer un paréntesis para abordar otro tema en esta ocasión)
Enlace Judío México | Desde que tenía trece años -edad harto simbólica para todo varón judío-, Darren Aronofsky decidió que alguna vez tendría que hacer una película sobre Noaj (Noah, en inglés; Noé, en español), un personaje que desde el primer golpe lo dejó cautivado.
Lo interesante del asunto es que probablemente muchos de los que ya han visto la desconcertante película que se acaba de estrenar, estén pensando algo así como “¿tanto tiempo para terminar haciendo esta cosa?”. Pero no se deje ir tan fácilmente con lo fácil: esta película no es cualquier cosa.
Salta a la vista casi de inmediato que la película es una ampliación del relato bíblico. Exagerada para muchos, supongo, porque de las dos horas, tal vez el contenido estrictamente bíblico dure apenas unos 15 o 20 minutos. Todo lo demás parece ser aportación original de Aronofsky. Pero recalco: parece, sólo parece.
La realidad es que Aronofsky se ha nutrido de una gran cantidad de fuentes documentales para revestir el relato bíblico. La película es un complejo collage que tomando como partida el texto bíblico, incorpora la literatura judeo-apocalíptica clásica (conocida a veces como “libros apócrifos”), conceptos del Talmud, conceptos de Kabalá, e incluso la Teoría de la Evolución de las Especies de Darwin. Todo, a mi gusto, con bastante redondez.
El problema para muchos es que, aparentemente, todo lo anterior confluye en una abierta transgresión al texto bíblico. Pero ¿realmente es así?
Pongamos un ejemplo: Génesis dice claramente que del Arca bajaron ocho personas: Noaj, Sem, Jam, Jafet, y sus respectivas mujeres. Quienes ya vieron la película, no me podrán negar que eso es lo que sucede, aunque de seguro reclamarán que sucede de un modo nada convencional y poco apegado a las ideas del texto bíblico (no entro en detalles para que quienes no han visto la película lo descubran por sí mismos).
Pero ¿quién decide qué es “lo convencional” o “lo apegado” en el caso del texto bíblico? Cierto que Aronofsky parece tomarse demasiadas libertades, pero ¿quién decide cuál es el límite de las libertades? Génesis dice que se salvaron esas ocho personas. Punto. No da detalles. No menciona edades. No indica cuándo ni cómo se establecieron las relaciones interpersonales. En realidad, el límite que nos parece razonable ha sido impuesto por una lectura somera y tradicional del relato. Lectura que, por cierto, nunca pasa de diez o doce minutos (cosa que no le sirve a una película de cine).
Podemos continuar con el carácter de Noaj: si bien la tradición judía rabínica apela a cuestionarlo y algunos sabios antiguos lo definieron como alguien no necesariamente ejemplar, sino apenas como el mejor en una época en la que no era difícil ser el mejor, también en este aspecto la película parece ir demasiado lejos: un Noaj casi vikingo que recurre sin remordimientos a la violencia, que luego raya en la locura, y que incluso tiene su temporada entregado al vicio.
Y otra vez la pregunta: ¿en realidad existen límites para acotar la personalidad de este extraño individuo?
Eso es lo interesante a la hora de intentar narrar una historia con los elementos del texto bíblico: la realidad es que los datos son tan limitados, que a la hora de conectarlos surgen muchas posibilidades.
Pónganse en el lugar de Aronofsky: voy a contar la historia de Noaj y… ¿acaso sólo voy a poner a un señor barbón con sus tres hijos construyendo una cajota de madera? No tiene sentido. Y no me refiero a sentido cinematográfico: no tiene sentido racional. Ahora pónganse en el lugar de Noaj: me la paso construyendo un Arca para que al final se suelte el Diluvio… ¿cómo reaccionaría la gente en el momento en que se dieron cuenta que realmente se iban a ahogar? ¿Se iban a quedar pasmados diciendo: “rayos, Noaj se lo merece?; tan trabajador y buen tipo; hasta dicen que habla con D-os…”
Es obvio que no. Ya desde esa simple óptico, todo eso que parece un debraye de Aronofosky es, en realidad, bastante lógico con lo que debió ser una situación como esa (si la interpretamos literalmente). Pero hay más: no sólo se trata de la posible angustia y hasta neurosis de los que de repente se vieron afuera del Arca y murieron ahogados. Se trata también de la psicología de los que se salvaron.
Empecemos por Jam: efectivamente, la Biblia lo presenta como alguien disfuncional que al final es maldecido por su propio padre. Pero semejante crisis familiar no puede surgir de la nada: ¿cuáles fueron los antecedentes que generaron ese conflicto entre padre e hijo? El final es demasiado grave como para obviar la pregunta.
Sigamos con la casi locura de Noaj: imagínese, querido lector -y D-os no lo quiera- que usted tuviera que comunicarle a un ser querido, muy querido, que está a punto de enfrentar una fase terminal de una grave enfermedad incurable. Imagínese que, además de la terrible responsabilidad de decírselo, luego tiene que ver como esa persona se va extinguiendo, poco a poco, hasta quedar reducida a casi nada y finalmente morir. Es una situación trágica que requiere de mucho templo, porque el dolor a veces parece insoportable.
Bien: según el relato bíblico, Noaj supo que el desahucio era para toda la humanidad, y durante 120 años (en la cronología bíblica) estuvo construyendo un Arca para salvar apenas lo justo para que la naturaleza entera pudiera regenerarse, mientras veía como una humanidad decadente continuaba caminando hacia su destino fatal.
Seamos honestos: se vale volverse loco después de eso. Se vale caer en los vicios. ¿Quién tiene el suficiente tamaño humano para ver a la humanidad entera ser destruida en un cataclismo de proporciones bíblicas (literalmente)?
En realidad, lo exagerado y de mal gusto resulta imaginar a Noaj como alguien que pudo quedarse impávido ante la destrucción de todo lo que había conocido, y luego decir que Aronofsky exagera en su recreación del personaje.
Otro detalle: seguramente, muchos se quejarán de que todos estos aparentes excesos de Aronofsky surgen de querer dotarle a su película de una suerte de moraleja vegana o ecologista. De hecho, la humanidad torcida en la película de Aronofosky es una sociedad bastante parecida a la nuestra, con una industria bastante más avanzada que la que estamos acostumbrados a ver en las ilustraciones en nuestras Biblias para parvulitos. Es una sociedad bastante tecnologizada y liderada por un líder conciso y preclaro en sus ideas.
Y no: Aronofsky no se lo sacó de la manga. Efectivamente, el texto bíblico menciona a Tubal-Caín como el padre de la metalurgia y, con ello, de la industria. Entendido esto, el antagonismo propuesto entre Noaj y Tubal-Caín es razonable: se trata del líder industrial que busca el progreso contra el ominoso pregonero de una regeneración absoluta de la naturaleza. El choque ideológico entre alguien que se dedica a que el ser humano haga y transforme, contra alguien que se resigna a que la abrumadora mayoría de los seres humanos -excepto ocho- debe morir.
Y pregunto: ¿no estamos llegando a una situación bastante parecida a eso?
Ese es el encanto de un verdadero texto sagrado: los elementos de sus narraciones son pocos, los mínimos, apenas los necesarios para entender bien el relato, pero también para poder reflejarnos a nosotros mismos es ESE relato.
Sigamos con el relato de la Creación: Aronofsky nos ofrece una nueva versión de aquella maravillosa animación hecha apenas con trazos blancos en fondo oscuro que apareció en la vieja serie de Cosmos -la original de Carl Sagan-, con música clásica acompañando el proceso de evolución de las especies desde las primeras células hasta el ser humano. Aronofsky va más lejos: desde el Big Bang y pasando por cada etapa de la formación geológica de la Tierra, pasando por toda la evolución hasta llegar a Caín y Abel, prototipo de todas las guerras. Una imagen a lo Sagan, pero con un resumen del texto bíblico explicándola. Una maravilla de logro visual.
Irracional no es: la narrativa es la que está en la Biblia, y se ajusta bien a la evolución de las especies. Acaso lo único que parece forzado es que cuando Noaj va diciendo “el primer día… el segundo día…”, etcétera, se refiere a algo así como “días de D-os” que pueden durar miles de millones de años para nosotros. Pero tampoco se lo inventó: Gerald L. Schroeder -judío ortodoxo, frecuente profesor en Yeshivot ortodoxas- ha propuesta una singular lectura de los Seis Días de la Creación en la que demuestra como el relato del Génesis es bastante razonable si se toma como punto de partida el Big Bang y el concepto de un Universo en expansión.
Aronofsky fusiona esta perspectiva con ideas netamente kabalísticas, donde Adam y Java no son vistos como seres humanos literales, sino como las almas primordiales que originalmente habitaban en otro nivel de conciencia.
Paralelamente, algunos detalles muy rabínicos y/o talmúdicos, como los descendientes de Sem usando lo que a todas luces es la piel de la serpiente del Edén para ponerse algo muy, muy parecido a nuestros tefilín (me atrevo a decir que se trata de un chiste local hecho por Aronofsky para que sólo los espectadores judíos lo disfruten). O la idea de que los siete continentes estaban unidos antes del Diluvio (y no, querido, lector: no es la teoría de la Pangea, porque cualquiera que recuerde el mapa de ésta última podrá corroborar que cuando aparece ese mundo primigenio, la distribución continental que pinta Aronofsky es distinta; más bien, está retomando que el Talmud enseña que antes sólo había un continente, y que el Diluvio trastornó ese orden original).
Finalmente, los gigantes o Vigilantes. Monstruos entrañables con su propia historia, tan trágica como la de la humanidad. Ciertamente, Aronofsky los trata con mucha libertad literaria, e incluso magnanimidad, pero no se los inventó de la nada. Los personajes -incluyendo sus nombres- están tomados de El Libro de los Vigilantes, que abarca los capítulos 6 al 36 del Libro de Enok, una de las obras clásicas de la Apocalíptica Judía.
En resumen, la película Noah viene a ser una suerte de examen: si usted, querido lector, se quedó con la sensación de que Aronofsky se inventó muchas cosas y muy estrafalarias, entonces debo decirle que ha leído muy poco sobre lo que el Judaísmo y la Ciencia dicen sobre ciertos temas. Necesita empezar por leer algo del Libro de Enok (empiece por los capítulos 6 al 36), puede complementarlo con las hipótesis de Schroeder (esas siempre gustan a los que las leen; me consta), y luego vuelva a ver los DVDs de la serie Cosmos y repase sus viejas lecciones de Talmud (si no las tomó, tómelas ahora; es buen pretexto para empezar).
Y especialmente repase algo que es muy judío: los Midrashim. A fin de cuentas, Aronofsky sólo hizo exactamente lo mismo que hacen los Midrashim: redondear el relato bíblico para analizar nuestra realidad actual.
¿Exageró al hacerlo? ¿Cometió un exceso al irse tan aparentemente lejos de lo que dice la Biblia con tal de retratar nuestra cultura industriosa pero contaminante, y su conflicto con el equilibrio ecológico que tiene a su principal profeta en un ominoso jefe de familia que al final casi enloquece?
De entrada, no lo creo. Como ya señalé, lo primero que tendríamos que encontrar es a una autoridad lo suficientemente grande como para señalarnos los límites de lo que podemos imaginar o no en el texto bíblico. Y una cosa le garantizo: si el Judaísmo inventó la literatura midráshica, es porque entiende perfectamente bien que en esta materia prácticamente no hay límites. Criterios sí, pero no límites.
¿Cuál es el criterio? Cualquiera que conozca un poco de literatura midráshica sabrá que la idea nunca es limitarnos a repetir lo que dice el antiguo texto bíblico. Eso de preservar intacto lo añejo, en el mejor de los casos, está bien para anticuarios o para los cuidadores de las Momias de Guanajuato.
El texto bíblico es otra cosa. Es un Texto Sagrado, y como tal, pretende conservar su vigencia aquí y ahora.
Y de eso se tratan los Midrashim: relatos que amplían el texto bíblico -incluso, hasta llegar a la transgresión del mismo- para poder obtener UNA ENSEÑANZA PRÁCTICA. Y por “práctica” nos referimos a algo que preocupaba a los autores de los Midrashim, lógicamente en función de las circunstancias que vivieron en el momento en que las vivieron.
Por ello, no se puede acusar a Aronofsky de transgredir el texto bíblico. En todo caso, la cultura judía -la cultura de Aronofsky- ha transgredido los limites aparentemente “normales” del texto bíblico desde hace mucho, consciente de que un texto antiguo que sólo se repite no sirve para nada. Pero, en realidad, el texto bíblico es el que comienza la transgresión, porque transgrede deliciosamente nuestra lógica y nuestra razón presentándonos relatos épicos, monumentales, pero hechos a partir de trocitos de anécdota apenas suficiente para que entendamos, pero que dejan un montón de espacios vacíos, lagunas narrativas, huecos que rellenar.
Y esa es la genialidad: ¿con qué los rellenamos? Con lo que nosotros mismos traemos en nuestro propio interior.
Cuando una reflexiona correctamente en la humanidad que fue destruida en el Diluvio, de inmediato debe confrontarse con la humanidad actual y sus riesgos de autodestrucción. Si la reflexión no lleva a eso, si su lectura de la Torá no lo somete a ese auto cuestionamiento y esa autocrítica, entonces -querido lector- debo decirle que usted tiene vocación de cuidador de Momias de Guanajuato, no de estudioso de la Biblia.
Aronofsky ha sido profundamente honesto en ese sentido, al reflejar lo que le rodea en el texto bíblico. E insisto: si no es para eso, no veo para qué nos pueda servir un texto como la Biblia. Y, por demencial que pueda parecerla a la mayoría de los espectadores el contenido de la película, lo cierto es que ha recurrido a una gran cantidad de fuentes de información. No se inventó las cosas de la nada.
Entonces, si por un lado se preservan los pocos datos concretos que nos da el texto bíblico -releídos de un modo desconcertante, pero válido-, por otro lado se incorporan ideas, tradiciones, creencias y hasta teorías científicas. Todo ello es finalmente aderezado con las proyecciones que un cineasta de la actualidad plasma en las añejas historias bíblicas. Proyecciones de lo que vive en su día a día, aquí y ahora.
Un Midrash, en resumidas cuentas. Sólo que uno postmoderno, y presentado no en el formato de la literatura religiosa tradicional, sino de una megaproducción hollywoodense.
Recomiendo ampliamente la película. Si no la ha visto, váyala a ver. Seguro que puede ser una experiencia desconcertante, pero insisto: si además de esto se anima a leer algunos de los textos clásicos del Judaísmo, la perspectiva se puede ampliar y el asunto se puede disfrutar mejor.
Personalmente, ya estoy preparándome para verla una o dos veces más. Igual y hasta debería organizar excursiones guiadas.
(Hecho el paréntesis, ahora sí: la próxima semana seguimos con el tema de los Hiksos)
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