Vino casero en el Irán islamista

Enlace Judío México -“¡Tomaos una copa de tequila primero, alegraos!”, dice Shahriyar a sus invitados, reunidos en su apartamento de lujo en Teherán. Su novia, Shima, dice que tienen fiestas cada fin de semana. En una videollamada desde su apartamento de lujo en la capital iraní, con música rap y luces de discoteca al fondo, añadió: “Shahriyar tiene una sola regla: ¡Traigan alcohol! Y bebemos hasta la mañana”.

Pese a la prohibición del alcohol y frecuentes redadas policiales, en Irán se bebe de manera generalizada, particularmente entre gente pudiente. Como en este Estado musulmán dominado por los chiíes no existen ni las discotecas ni los clubes nocturnos, todo sucede en domicilios privados tras puertas cerradas. Parte del alcohol entra de contrabando, pero muchos iraníes hábiles elaboran el suyo propio.

“Mis amigos y yo nos reunimos a menudo a pisar uvas en mi bañera”, dice Hesam, de 28 años, profesor de música en Teherán, que pide ser identificado sólo por su nombre propio. “Es divertido, casi como un ritual de purificación”.

Algunos de ellos se enorgullecen mucho de los resultados obtenidos, para satisfacción de sus amigos.
“Tengo un amigo que hace vino para su propio consumo pero que también me regala unas 30 botellas al año”, dice Mousa, de 36 años, desde la ciudad de Esfahán, en el centro del país.

Sólo a los miembros de religiones minoritarios (cristianos, judíos y zoroastrianos) se les permite fermentar, destilar y beber discretamente, en la privacidad de sus domicilios. Está prohibido el comercio de alcohol. Los sacerdotes católicos hacen su propio vino de misa.

Pero la enología tiene una larga tradición en Irán. Los científicos piensan que, en la Edad de Piedra, los habitantes de lo que hoy es Irán acompañaban sus aceitunas y su pan con vino ya en el año 5000 antes de Cristo.
Los poetas persas Hafez y Omar Jayam celebraron las virtudes de la uva. “¿Qué embriaguez es ésta, que me da esperanza? ¿Quién portaba la copa y de dónde era el vino?”, escribió Hafez en el siglo XIV. En el Irán moderno, la comunidad armenia es la fuente principal de alcohol casero, en particular el arak, un aguardiente extraído de pasas.


Amin, entrenador deportivo de 35 años, ha convertido su patio de 50 metros cuadrados en viñedo y construido un alambique primitivo en su sótano para hacer aguardiente. Éste cuesta muy poco, hasta 40 céntimos de euro por litro. Todo ello significa que si uno sabe o quiere hacer su propia bebida, basta una llamada telefónica para encontrar vino, cerveza y destilados.

“Ni siquiera hace falta salir de casa”, dice Reza, informático de Teherán. “Nasser, el cervecero, te lo trae a casa, con servicio VIP”.

La disponibilidad de alcohol ha provocado alarma entre los dirigentes religiosos del país, muchos de los cuales acusan a Occidente de un complot encaminado a alejar a los iraníes del cumplimiento de sus obligaciones religiosas.

El número de redadas policiales ha caído desde que el pragmático presidente Hassan Rouhani tomó posesión en agosto del año pasado, pero la prohibición del alcohol y los severos castigos por producirlo y consumirlo siguen en pie, por razones tanto de salud como religiosas. (En octubre, un tribunal iraní sentenció a cuatro cristianos a recibir 80 latigazos cada uno por beber vino durante un servicio religioso con comunión). Y, de hecho, el abuso del alcohol y los envenenamientos por alcohol en malas condiciones se están convirtiendo en problemas verdaderos.

Hay en Irán hasta 200.000 alcohólicos, según las informaciones de medios del país, y algunos piensan que son más numerosos. En septiembre se emitió discretamente un permiso de apertura para el primer centro de rehabilitación de alcohólicos en Teherán.

“El centro se instaló en Teherán para ayudar a nuestros ciudadanos. No se puede resolver el problema ignorándolo”, ha declarado a Reuters un responsable gubernamental de salud. No quiso dar detalles del número de pertsonas que han sido tratadas, ni siquiera precisar la dirección del centro.

El alcohol casero puede provocar ceguera o incluso la muerte. Los medios iraníes publican frecuentemente noticias de muertes causadas por el alcohol, o ‘mashrud’. El año pasado, representantes de la sanidad advirtieron al Gobierno del número creciente de “víctimas del alcohol casero”, pidiendo que se tomasen medidas. El alcohol industrial se vende en los supermercados, supuestamente para su uso en la industria, pero es ampliamente consumido.

“El alcohol industrial Ettehadiye (de 70º) se vende en supermercados por sólo 80.000 riales iraníes (2,31 euros) con sabor a naranja, a piña y a manzana”, dice Hojjat, de 25 años, estudiante en Teherán.

El otro gran negocio del alcohol es el contrabando. Los tribunales iraníes han acusado a los aduaneros de complicidad en el comercio ilegal. La Guardia de la Revolución, cuerpo de elite formado tras la revolución islámica de 1979, encargada de vigilar las fronteras, monopoliza esa actividad, según se cree, y obtiene de ella unos beneficios anuales de 9.000 millones de euros según los sitios en internet de la oposición iraní.

“La Guardia es como una empresa de inversiones con un complejo de imperios empresariales y de compañías de comercio. Está implicada en ello”, dice Mohsen Sazegara, ex viceprimer ministro de Irán y fundador de la Guardia de la Revolución que hoy es un activista y reside en Estados Unidos.

La Guardia no ha querido comentar esa acusación. Las marcas conocidas que entran desde Turquía o desde el Kurdistán iraquí se venden hasta por más de 50 euros por botella. Una lata de cerveza se vende por 6 euros, y es fácil encontrar tequila y coñac francés en el mercado negro por 75 euros.

El vodka de Rusia y de Georgia llega a la República Islámica da través del abrupto Cáucaso, de los desiertos de Asia Central y del Mar Caspio. Las incautaciones de remesas por la policía provocan subidas temporales de precios en la calle, pero los envíos y los precios se normalizan pronto.


En Teherán, en el piso propiedad de su padre, rico hombre de negocios, Shahriyar dice que sus fiestas alcohólicas permiten a su grupo soslayar las restricciones sociales impuestas por el ‘establishment’ islamista.

“Al beber nos olvidamos de nuestros problemas”, dice. “De otra forma nos volveríamos locos con todas las limitaciones impuestas a los jóvenes en Irán”.

Fuente: El Mundo

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