ESTHER SHABOT
Enlace Judío México | Esta vez, la reunión cumbre de la Liga Árabe se celebró en Kuwait. Durante los dos días en que los representantes de los países árabes estuvieron reunidos, se registró un cambio notable en la temática tradicional de las deliberaciones. A diferencia de tiempos pasados, cuando la cuestión palestina era el eje principal y casi único, ahora, las sangrientas confrontaciones sectarias que aquejan a buena parte del mundo árabe acapararon la atención de los asistentes. Y no es para menos. Lo que ocurre en Siria, Irak, Líbano, Egipto, Libia, Yemen, Bahréin y los países del Golfo Pérsico revela un panorama caótico y crecientemente violento donde sunnitas, chiitas, terroristas de Al-Qaeda y de sus diversas ramificaciones, aunados a mercenarios de toda laya, luchan unos contra otros en defensa de intereses oscuros y de ideologías fanatizadas.
Los muertos, heridos y encarcelados sometidos a torturas se cuentan por decenas de miles, sin que haya a la vista una vía clara para poner fin a esta vorágine de terror en la que están atrapados. En este contexto, la Liga Árabe parece ser, por desgracia, una instancia demasiado limitada y más bien meramente formal, cuya capacidad de influir eficazmente para la recuperación de una mínima estabilidad regional es cercana a cero.
Fuera del vecindario árabe, pero muy cerca de él, Turquía también está viviendo un momento crítico. El día de hoy se están celebrando ahí elecciones municipales que, en otras condiciones, no constituirían ningún gran evento que comentar. Sin embargo, en esta ocasión, sí resultan vitales en la medida en que reflejarán hasta qué grado el gobierno de Erdogan se ha deteriorado y, por ende, hacia dónde puede dirigirse y qué golpes de timón puede dar de ahora en adelante.
Y es que las turbulencias internas en Turquía se han acumulado extraordinariamente en los últimos tiempos. No sólo arrastran el primer ministro Erdogan y su partido, el AKP, los coletazos de las protestas surgidas con el caso del Parque Gezi, sino que las sucesivas denuncias y revelaciones de actos de corrupción graves en las esferas más altas del poder político han elevado la indignación popular a niveles preocupantes. Y la gota que está derramando el vaso es, sin duda, que a raíz de las citadas revelaciones, ha arreciado la campaña gubernamental para limitar aún más la libertad de expresión, ya de por sí afectada por censuras y cierres de medios que se habían registrado anteriormente. Si antes las víctimas fueron periódicos y canales televisivos, ahora ha sido el turno de las redes sociales: primero el régimen bloqueó Twitter bajo acusaciones de estar contribuyendo a la difusión de filtraciones, mentiras y difamaciones y, posteriormente, aunque este servicio se normalizó en parte, YouTube ha pasado a quedar dentro de la lista negra. El clima de cacería de brujas se está consolidando además mediante acciones persecutorias y amenazas diversas contra individuos y personalidades que han manifestado críticas al régimen.
El efecto de todas estas políticas represivas probablemente se revelará en los resultados de las elecciones de hoy a pesar de ser sólo municipales. Y si como parece, el AKP de Erdogan perderá terreno, puede aventurarse que la reacción de éste no será la de enmendar errores y aflojar en las medidas represivas, sino muy probablemente lo contrario: tratar de sofocar y silenciar aún más las posturas críticas y las prácticas democráticas, con el objetivo de mantener incólume su poder. El panorama no se vislumbra, así, alentador.
Fuente:excelsior.com.mx
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