SARA SEFCHOVICH
Enlace Judío México | ¿Tienen los delincuentes un perfil? Anabel Hernández en su libro Los señores del narco dice que sí y lo describe: pantalones de mezclilla, botas, joyas, camionetas enormes, armados. Sin embargo, cuando detuvieron a El Chapo iba vestido como cualquiera que va por la calle.
Desde el atentado a las torres gemelas de Nueva York, cualquiera con cara de árabe es sospechoso de terrorismo. Y cualquier muchacho joven que lleve el cabello largo es sospechoso de consumir o distribuir droga.
Y sin embargo, occidentales blancos, de nacionalidad norteamericana han sido descubiertos como parte de grupos terroristas y muchos de los narcomenudistas son personas de mediana edad, con el cabello corto. Cuando yo era adolescente, estaba sentada delante de mí en un avión una mujer muy elegante con un chongo espectacular, como era la moda de entonces. Cuál no sería mi sorpresa cuando al aterrizar en Nueva York la detuvieron y al deshacerle el peinado encontraron montones de diamantes que llevaba de contrabando.
Lo que quiero decir es que no se puede juzgar a las personas por su apariencia, por como se visten, por el color de su piel, o por su edad.
En inglés a eso se le llama profiling. Y sucede tanto que las anécdotas sobran. Ya he contado algunas: una periodista que durante años trató de entrevistar a un ex miembro del Ejército Republicano Irlandés, cuando por fin lo logró y se encontró con él, lo primero que le llamó la antención fue que “no parecía terrorista”. Pero si los terroristas se vieran de cierta manera sería más fácil atraparlos ¿no? Cuando fue la elección de Felipe Calderón, en un restorán de postín de la ciudad de México unos comensales increparon a Josefina Vázquez Mota, coordinadora de la campaña del panista, exigiéndole el voto por voto. Un periodista presente se sorprendió, porque desde su punto de vista el apoyo a Andrés Manuel López Obrador solamente podía venir de los pobres. Así lo escribió: “Caray, supuse que por tratarse de ese restorán todos eran panistas”.
Quienes estudian el funcionamiento del cerebro humano dicen que nuestra manera de aprender es por contiguidad e identidad, pues tenemos necesidad de colocar lo que vemos, escuchamos y sentimos dentro de los esquemas y paradigmas de lo que ya conocemos.
Todo esto viene a cuento porque cuando la Procuraduría General de la República decidió arraigar al accionista principal de la empresa Oceanografía, su titular dijo no tener elementos concretos de algún “delito preciso” ni determinación “con evidencias de cuáles son los ilícitos”, de modo que esa acción se hizo basada simple y sencillamente en que, según dicha autoridad, ese señor “tiene actitudes típicas de delito”.
Como ciudadana esto me preocupa mucho. ¿Cuál es una actitud típica de delito? ¿Quién la ha definido y con base en cuáles criterios? ¿Y quién está capacitado para determinar en qué circunstancias lo está siendo? Y lo más importante ¿No es esa manera de pensar un riesgo para los ciudadanos? ¿No es así como tantos inocentes han sido acusados y al revés, por no tener esas actitudes tantos culpables no lo han sido?
El argumento que se dio en esta ocasión fue que el arraigo se justificaba para “proteger valores superiores”, pero en sentido estricto, es el mismo que usa desde el policía de la esquina cuando detiene a un pobre en la puerta de un centro comercial hasta los vecinos del norte cuando le disparan a un migrante mexicano.
Se supone que ese “valor superior” consiste en proteger a la sociedad, a los ciudadanos. Es decir, es a nosotros a quienes están cuidando de los terroristas, de los delincuentes, de los que hicieron el fraude de Oceanografía. El problema es que se supone que todo esto debería hacerse en el marco de la ley, que a su vez exige pruebas de hechos y no suposiciones, sobre todo viniendo de las autoridades.
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www.sarasefchovich.com
*Escritora e investigadora en la UNAM
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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