M. CEBRIÁN
Enlace Judío México | La escritora Julia Navarro cuenta los entresijos de su novela «Dispara, yo ya estoy muerto», donde aparece Toledo
Las ciudades son una entidad con personalidad propia en la última novela de Julia Navarro, «Dispara, yo ya estoy muerto». Toledo es una de ellas y, precisamente, esta semana la escritora y periodista, autora de otros títulos como «Dime quién soy» o «La Biblia de barro», entre otros, concedió una entrevista a ABC, aprovechando el encuentro que tuvo con sus lectores en la Biblioteca del Alcázar de la capital toledana.
—«Dispara, yo ya estoy muerto» es un título inusual para una novela. ¿Qué se va a encontrar el lector en ella?
—Es una novela de personajes y una reflexión de la lucha del hombre contra sus propias circunstancias. Ninguno elegimos lo que nos toca en suerte. No elegimos el momento ni el lugar geográfico en el que nacemos, la familia ni la religión, y a veces todos estos elementos se convierten en una especie de losa con la que tenemos que luchar para desprendernos de ella.
—En su novela recoge uno de los argumentos que esgrimen los judíos a la hora de exigir sus derechos sobre Palestina. Éstos alegan que se trata de la tierra de sus antepasados. Toledo también fue, en cierto modo, una ciudad ligada a ellos hasta su expulsión. ¿Qué significado cree que tiene Sefarad para ellos?
—Para el mundo judío Sefarad es una emoción y un sentimiento de añoranza. Yo he conocido a muchas familias de origen sefardí y, en cuanto dices que eres española, inmediatamente te hablan en ladino, la lengua antigua de sus antepasados, y conservan muchas de sus costumbres, como recetas de cocina y canciones. Los judíos fueron expulsados de la Península Ibérica y muchos murieron en las hogueras del fanatismo y de la intolerancia de la Inquisición. Sin embargo, llama la atención que a lo largo de los siglos sus descendientes tengan un sentimiento de añoranza pero no de rencor.
—Hablando de este asunto, ¿qué opina del anteproyecto de ley del Gobierno de España para otorgar la nacionalidad española a los descendientes de los judíos sefardíes?
—Me parece que es algo interesante y un gesto positivo, ya que una gente que ha conservado durante siglos su cultura y su lengua merecen que se les dé la nacionalidad española.
¿Mito o realidad?
—En la novela refleja la dificultad de la convivencia entre diferentes comunidades y culturas. ¿Usted cree que en Toledo fueron capaces de convivir judíos, cristianos y musulmanes, o cree que el mito de las Tres Culturas es irreal?
—Creo que la convivencia en Toledo se dio pero con problemas, como pasa en cualquier comunidad de vecinos. En el caso de Oriente Medio, a veces creemos que el conflicto entre israelíes y palestinos es religioso, pero no lo es. Es más, cuando los judíos son expulsados de España los lugares a los que emigraron huyendo de la Inquisición fueron fundamentalmente países musulmanes, como Siria, Irak, Egipto o Turquía, entre otros, donde hay comunidades judías muy potentes que pudieron vivir de forma razonable, con la única salvedad de tener que pagar un impuesto por su religión. Todo ello demuestra que el conflicto árabe-israelí no es religioso, sino político y de fronteras territoriales.
—Uno de los personajes del libro defiende que el conflicto árabe-israelí no se va a resolver con más muertes, mientras que otro asevera que en realidad no son los muertos, sino los intereses de ambos bandos, los que impiden alcanzar la paz. ¿Cree que realmente es así?
—Para entender lo que pasa en Oriente Medio tenemos que ir hasta la I Guerra Mundial. Estos días en los que se está recordando lo que representó la Gran Guerra, hay que saber que ahí está el origen de muchos de los conflictos de la actualidad. El fin del Imperio Otomano significó que Palestina, una provincia suya durante 500 años, quedara de repente en tierra de nadie y pasara a mandato británico. En definitiva, lo que está pasando allí es un problema territorial, debido a la disputa entre comunidades que defienden los derechos que tienen sobre ese territorio.
—También se dice en el libro que en la Historia de la Humanidad los vencedores siempre imponen sus leyes y costumbres a los vencidos. Para usted, en el conflicto árabe-israelí, ¿quiénes son los vencedores y quiénes los vencidos?
—Yo creo que son todos perdedores. Israel es un hecho irreversible pero Palestina también lo tiene que ser, es decir, a uno no le puede ir bien si a su vecino le va mal. Por muy bien que te vaya, si tienes al lado a gente que está desplazada, que sufre y lo ha perdido todo, no puede ser bueno desde el punto de vista ético y moral. Por eso, el Estado israelí tiene que destinar mucho dinero al presupuesto militar y viven siempre con el temor del atentado terrorista y de la guerra, por lo que tampoco pueden considerarse vencedores. En conclusión, hasta que todo el mundo no tenga un lugar en Oriente Medio las cosas no le van a ir bien a nadie; así que es necesario que se entiendan.
—¿Cree que este discurso es extrapolable a otros conflictos, como el que España vivió tras la Guerra Civil?
—Cada conflicto es diferente. En el caso de España, lo que hizo el bando vencedor es aplastar, con un comportamiento absolutamente terrible, a los perdedores, a los que persiguieron, fusilaron, encarcelaron y torturaron una vez acabada la guerra.
—Las dos familias cuyas vidas se cruzan en la novela son capaces de anteponer la amistad a la religión. ¿Tiene constancia de que haya muchos casos semejantes a este en la realidad?
—Lo que yo cuento es que los musulmanes y judíos que vivían en Palestina eran vecinos, compartían cosas y no tenían ningún problema. El conflicto viene a partir del mandato británico, ya que hasta 1948 la convivencia era normal. Sin embargo, aún hoy muchos palestinos trabajan en territorio israelí y todos los días tienen que cruzar la frontera, manteniendo en muchos casos relaciones comerciales y personales. De hecho, en Israel hay muchos movimientos pacifistas, como el encabezado por el escritor David Grossman, en contra de la política de sus gobiernos y a favor de que se cree un Estado palestino.
Fuente:abc.es
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