Enlace Judío México | Moishe trabaja en una gran empresa multinacional. Sube a la oficina del jefe y pide que lo reciba. Licenciado Sánchez, está llegando la fiesta de Pesaj, usted sabe, la Pascua de los judíos. Mi esposa me pidió que hablara con usted y le pidiera que me de 2 días de licencia para que me quede en casa ayudándola con la limpieza, el cambio de cubiertos, la pintura de la cocina, la limpieza del horno, de la despensa, etc. Jefe, ¿usted me autoriza a faltar? Discúlpeme Sr. Moishe, es que tenemos 2 empleados que están en convalecencia y como es quincena, no tengo cómo autorizarle que pueda faltar. Jefe, ¡gracias, muchísimas gracias, yo sabía que podía contar con usted!
Siempre que llega esta época la actitud de Moishe representa la de la abrumadora mayoría de los maridos, salvando honrosas excepciones entre las que no me encuentro. Por ello quiero en primer lugar desear un Pesaj Sameaj a las esposas que crean el ambiente para que nuestro iomtef sea una verdadera simjá.
El tiempo pasa volando y ya estamos a pocos días del primer seder. Para muchos adultos seguramente es motivo de melancolía, para otros de reencuentro familiar, o del festival gastronómico anual. Para los más jóvenes tiempo de volver a ver a primos y a parientes que a veces ya no reconocemos, y para los niños, la emoción de poder participar y recibir sus regalos. Para todos, creo no equivocarme, Pesaj es una fábrica de memorias y recuerdos.
Para nosotros, los de la generación “te ves muy bien”, ¿cómo olvidar las largas mesas, nuestras travesuras mientras los “adultos” rezaban y nosotros comíamos a escondidas? Las casas eran más pequeñas, pero siempre había lugar para alguien más. ¿Comprar la comida hecha? Una ofensa al regimiento de cocineras compitiendo con sus recetas secretas. Se reían y abrazaban, se besaban y también lloraban al recordar a los que Dios había llamado a Su lado.
Y cantaban el Hatikva y “Leshaná habá B’Yerushalaim” y en sus ojos se reflejaba la imagen de cada uno imaginándose subiendo al barco camino a Eretz Israel… Y así, cada año recreaban la historia y nos hacían sentir parte de ella. Bejol Dor VaDor, “en cada generación” debemos celebrar como si fuera nuestra.
Y desde entonces, cada vez que repetimos la historia, nos metemos en las páginas de la Hagadá y sufrimos la esclavitud, y recordamos las plagas, y nuestro viaje camino a una promesa de un Dios del que nos hablaba Moshé. Y tú, y yo, todos estuvimos allí, y al contarlo nos volvemos actores y autores del futuro del pueblo judío.
Y esta cena familiar nos reencuentra, entre otros muchos símbolos, con la matzá, que comemos porque somos “matzoquistas”; la keará, platón que contiene el maror, la hierba amarga, que nos recuerda la esclavitud y el jaroset, los ladrillos que fabricaban, el agua con sal, las lágrimas de dolor.
Y provocamos la curiosidad y la imaginación de nuestros pequeños hasta que pregunten: “Ma nishtana Halaila Hazé”, “porqué esta noche es diferente de todas las noches” y entonces les enseñamos a nuestros hijos la historia de nuestro pueblo. Y los invitamos para que entren a las páginas de la Hagadá junto con todas las generaciones del pueblo de Israel.
Hace algunas semanas el rabino Nilton Bonder, amigo carioca, publico una extenso texto titulado: “Carta a los judíos” basada en sus interpretaciones de la Torá. En esencia, dice que “ser judío hoy es más que ser hijo de una madre judía”. Es pertenecer a Klal Israel, a la comunidad, es identificarse y vivir el judaísmo. Solamente el consenso y la conciencia de pertenencia tejerán un futuro judío.
El gran maestro jasídico, Rabí Heschel de Apt, escribe que Pesaj es el momento cuando nuestro enfoque en nuestro ego, en apenas nuestras propias necesidades del día a día, pueden dar paso a una visión del mundo más amplia que se expande para incluir el cuidado a los demás y una conciencia más allá del yo que a menudo confundimos con Dios.
El mensaje de libertad, esperanza y fe de Pésaj sigue siendo actual. Al alimentar a los que tienen hambre, nos recordamos a nosotros mismos que somos bendecidos. Al asegurarnos de que todos tengan un lugar en el Seder, nos recordamos a nosotros mismos que somos los receptores de un amor todavía más grande. Al recordar que fuimos esclavos y extranjeros, nos comprometemos a no ser indiferentes a las formas modernas de esclavitud de mujeres y niños, de los migrantes sin derechos. Cuando creamos la memoria, cuando nos metemos en las páginas de la Hagadá con nuestros hijos y nietos, entonces y solo entonces les estaremos enseñando el mensaje, de ser parte del pueblo judío, imaginar un mundo mejor, tener identidad, pertenencia, fe e ideales.
No es suficiente probar el vino, la matzá y el maror para caer de nuevo en la complacencia … el judaísmo exige de nosotros mucho más que eso.
Queridos todos, les deseo que este Pésaj esté lleno de bendición, de amor, de esperanza. Y especialmente les deseo que cada uno pueda hacer de Pésaj una fábrica de memorias y recuerdos que nos puedan seguir acompañando en el viaje de nuestra vida personal.
Shabat Shalom, Jag Sameaj, a zisen Iom Tov.
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