*DIANA MANDÍA
Enlace Judío México | El profesor poblano, periodista y diplomático, convertido en 1939 cónsul de Francia por órdenes del entonces presidente Lázaro Cárdenas, jugó un papel trascendental en el salvamento de miles de refugiados políticos españoles, y aunque en menor medida, también de otras nacionalidades.
Quizá fueron esos seis años de infancia con estudios en su domicilio familiar y “con una mente más abierta”, asegurados por su madre, María de la Paz Saldívar, ya que no había maestro “normalista” ni instructor en Chiautla de Tapia, Puebla —donde nació—, los que determinaron su vocación pedagógica y sus convicciones políticas de la edad adulta.
Elementos que tal vez llevaron a Gilberto Bosques (1892-1995), entre muchas otras acciones a lo largo de su vida, a ingresar más tarde al Instituto Normalista de Puebla para convertirse en maestro; a conformar un movimiento estudiantil favorable a Francisco I. Madero; a tomar las armas en el ejército constituido por Venustiano Carranza; a combatir como voluntario la intervención de las fuerzas armadas estadounidenses en el puerto de Veracruz; a convertirse en diputado estatal (en Puebla) hacia 1917 o a ejercer el periodismo desde 1920 con todo su interés por las tertulias estridentistas, donde conoce a Germán List Arzubide y Leopoldo Méndez y los hermanos Fermín y Silvestre Revueltas, entre otros.
Quizá esas clases de infancia, fueron las que lo llevaron también a convertirse en cónsul general en París en 1939, y aún sin buscarlo, en “el Schindler mexicano”, como se le conoce ya en algunos círculos de estudio, a pesar de que, según los expertos en documentación histórica nacional e internacional, su figura no ha sido estudiada ni difundida con justeza.
Por lo que poco se conocen escenas como la siguiente:
—¡Es increíble! Mira qué llena de comida va esa camioneta
—Sí, sí. Y no sabes lo mejor. Es raro el día en que no pase cargada como hoy. Son víveres para la residencia de los españoles.
—¿Y cómo hacen los españoles para conseguir toda esa mercancía?
—Es sencillo. Como son los protegidos del consulado de México, reciben los víveres gracias a los barcos que les llegan de allá. Así ellos tienen todo lo que quieren.
La furgoneta sólo llevaba aquel día crines de caballo para rellenar colchones, pero las especulaciones del guarda-barreras del paso a nivel próximo al castillo de Reynarde, en Marsella (Francia) y su amiga muestran hasta qué punto la guerra desacostumbra a las despensas repletas y lo excepcional de la abundancia, aunque ésta sea supuesta. Los españoles saciados que imaginaban los vecinos eran republicanos refugiados en Francia tras la derrota de la Segunda República y la victoria de Francisco Franco en 1939, protagonistas de una retirada de más de 500 mil personas a través de los Pirineos, a pie y en invierno, rumbo al inesperado exilio.
En el país vecino se encontrarían con otra guerra, con la desconfianza y la hostilidad hacia el extranjero rojo, el judío y el antifascista, pero también con Gilberto Bosques, maestro mexicano de Chiautla de Tapia (Puebla), convertido en cónsul en Francia por obra y gracia de Lázaro Cárdenas.
Miembro de un equipo liderado en un primer momento por el embajador Narciso Bassols, Bosques vivió tres años entregado a la tarea de dar alojamiento, protección y exilio a los refugiados políticos del totalitarismo, triunfante ya en España y la ruina del resto de Europa a partir de 1939.
Esta batalla a contrarreloj contra el terror es la que analiza el historiador francés Gérard Malgat (Ablis, 1951) en el libro Gilberto Bosques, la diplomacia al servicio de la libertad. París, Marsella (1939-1942), recién editado en México por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Casa Refugio Citlaltépetl, la CDHDF y Vanilla Planifolia. Publicación editada originalmente en francés en la casa marsellesa L’atinoir —especializada en literatura latinoamericana—, que desempolva los archivos diplomáticos y familiares del cónsul en aquellos años negros.
A Gérad Malgat, profesor de historia y especialista en literatura española, le picó la curiosidad de tanto toparse con el nombre de Bosques mientras investigaba para otro de sus libros, Max Aub y Francia o la esperanza traicionada (L’atinoir, 2013). El cónsul intervino hasta varias veces para liberar al escritor de arrestos arbitrarios en Francia, además de gestionar también su viaje a México, país que nunca más abandonó.
En 2011, aconsejado por Laura Bosques, la hija de Bosques, Malgat pasó un mes consultando los archivos diplomáticos Genaro Estrada de México. “Laura, que es una mujer muy dinámica y conserva muy bien la memoria de su padre, me contó que apenas se había escrito sobre Bosques en Francia y que usando archivos todavía sin estudiar se podría escribir algo específico sobre sus años franceses”.
¿CUÁNTAS PERSONAS FUERON RESCATADAS? De acuerdo con Gérard Malgat “es difícil precisarlo”, pero gracias a su investigación en los archivos personales del diplomático: Bosques firmó cerca de 30 mil visas y es posible estimar que cerca de 80 mil personas recibieron el documento migratorio que autorizaba su entrada a México, pero no fueron más de 20 mil las que pudieron efectivamente emigrar.
Biberones, periódicos y sellos
Una de las sorpresas para Malgat en su indagación, fue el registro a detalle de todo lo que implicó el apoyo a miles de refugiados. “Me quedé estupefacto por todas las facturas reunidas, cada pequeño gasto, la compra de sellos, periódicos, un biberón para bebé, todo registrado… La contabilidad es irreprochable y demuestra que lo que se hacía era verdaderamente una ayuda a los refugiados, sanitaria, material, y no activismo político, algo esencial en el contexto de una Francia dividida, con una parte ocupada, y otra parte libre, entre comillas, pero totalmente vigilada”, explica el doctor en Lengua y Literatura Españolas.
El hombre que le daría a Max Aub la libertad llegó con cargo diplomático a París en 1938. Era novato en el oficio y eso que había tenido muchos: maestro de vocación y traductor, también dirigió el diario El Nacional, además de que fundó y escribió en multitud de revistas revolucionarias; de líder estudiantil maderista pasó a encargarse de la reforma educativa en los estados de Campeche, Yucatán y Tlaxcala bajo las órdenes de Venustiano Carranza, y luego a diputado de Puebla y a responsable de Geográfica Económica del Ministerio de Industria ya en los años 30. Ironías de la vida, rechaza el puesto de embajador para no estar atado a obligaciones oficiales y dedicarse al estudio de la antropología y las relaciones internacionales. La guerra le complicó la misión. La de España terminaba pero no así su tragedia.
EN BUSCA DE PROTECCIÓN. Llegada de refugiados a la sede diplomática de México en Francia.
De las armas a los garbanzos
El gobierno de Lázaro Cárdenas ya se había movilizado para entregar armas al ejército republicano durante el conflicto, garbanzos y lentejas al pueblo, base de la alimentación racionada del bando vencido. Cuando en 1939 estalla el conflicto europeo, hay miles de refugiados españoles errantes en Francia a los que la guerra atropella de nuevo. Muchos malvivían al raso o en cabañas de urgencia en campos de internamiento como los de Argelès-sur-Mer, Saint Cyprien, o entre la polvareda de la fábrica de tejas de Les Milles, en Aix, Provence.
Es el 20 de febrero de 1939 cuando Cárdenas abre la puerta a que los exiliados españoles emigren a México. Pocos días antes, había entrado en vigor la ley franquista de responsabilidades políticas, ideada para castigar el compromiso republicano del bando vencido. Así se cruzan los caminos de los refugiados españoles y del cónsul Bosques, no exenta de zonas de sombra y desconfianzas.
“Cárdenas lo nombra cónsul porque tiene una gran confianza en él, pero había entonces diplomáticos preocupados por la llegada de esos republicanos a México. Creían que iban a sembrar el caos o a hacer terrorismo”, afirma Malgat desde la cafetería L’Écritoire, en ese alto lugar del Barrio Latino que es la plaza de la Sorbona, en París, la ciudad en la que Bosques pretendía mejorar sus conocimientos de Relaciones Internacionales, sin saber hasta qué punto la guerra se lo permitiría.
LOS ARCHIVOS DE BOSQUES ESTABLECEN: En 1941, casi 23 mil ayudas para alojamiento; más de 28 mil para transporte; más de 1 millón y medio de comidas distribuidas, y mil 96 personas que encontraron trabajo por intervención del consulado.
El primer paso para ayudar a los refugiados diseminados por los campos de internamiento franceses fue la creación del Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE), por medio del cual se canalizaría ayuda a los españoles tanto en los campos como en el viaje hacia México. El dispositivo nacía bajo la órbita de Juan Negrín, último presidente democrático que tendría España en 40 años.
La relación de Bosques con los comunistas españoles fue intensa y fructífera, lo que le valió también la desconfianza de los suyos. “Cuando llega a París, en el momento de la Retirada, Bosques contacta rápidamente con Juan Negrín, y con sus ministros. Esa relación perdurará cuando Negrín se marcha a Inglaterra. Tiene también mucha actividad con una mujer ligada al partido comunista de España, Pilar Lubián, que sirve de enlace entre los militantes comunistas clandestinos y México. Era muy complicado, porque a la vez, Francia colaboraba con la misión franquista de recuperación de los bienes para recuperar el patrimonio de la República Española. El gobierno de Franco ya había sido reconocido por los franceses”, señala Malgat.
Ante el SERE, el candidato al exilio tenía que justificar su condición de español y de refugiado político. En 1939, al estallar la Segunda Guerra Mundial, unas 230 mil personas en suelo francés estaban en condiciones de alegar esta situación. El problema es que muchas vivían en los campos de internamiento del sur de Francia y el acceso a estos inquilinos incómodos dependía de la buena voluntad de los responsables de policía, aun cuando el estado francés anhelaba desentenderse de un problema que lo sobrepasaba.
RECREACIÓN. Bosques se preocupó por que los niños refugiados tuvieran actividades recreativas, como las clases de gimnasia que les impartían en Montgrand.
En los archivos Genaro Estrada se conserva la lista de los 18 campos de refugiados a los que el cuerpo diplomático mexicano envió inspectores con folletos informativos con las condiciones para emigrar a México. La tarea tenía cierta urgencia y requería mucha prudencia porque los mexicanos no eran los únicos que trataban de que los exiliados abandonasen los campos: los enviados de Franco hacían su trabajo al mismo tiempo, pero argumentando las bondades del retorno, recuerda Malgat: “Mirad cómo estáis aquí, qué trato denigrante, volved a vuestras casas y seréis acogidos”.
El historiador está convencido de que el trabajo de México para contrarrestar las llamadas tramposas de la madre patria fue una de las tareas más sutiles de aquel cuerpo diplomático. “Bosques no podía decirles a los exiliados que no escucharan a los franquistas, pero informando que México estaba dispuesto a ayudarlos y que les facilitaba los trámites les advertía de alguna manera de que no debían regresar a España. Además, a los campos de internamiento llegaba una gran cantidad de cartas con información codificada para pasar la censura”.
Miles de cartas llegaron al consulado, a título individual o desde organizaciones constituidas para ayudar a los refugiados, como el Comité d’accueil aux intellectuels espagnols de Renaud de Jouvenel. Bosques también responde al auxilio de brigadistas internacionales como Guy Masson y Ternán, Samuel Pomeranz y el mexicano Miguel Alatorre, antiguo tanquista del ejército de la República. Entre mayo y septiembre de 1939 parten hacia México los primeros barcos: el Sinaïa, con 1,599 pasajeros a bordo, el Ipanema, con cerca de 1,000 refugiados, y el Mexique, con más de 2,000 En septiembre de 1939 el inicio de la Segunda Guerra Mundial suspende las evacuaciones.
La cuestión de quién emigraba o no, fue objeto de debates y reproches entre los que encontraron una larga lista de espera. Malgat no cree que pueda hablarse de un “exilio intelectual”. “Bosques es partidario de no discriminar entre los refugiados que han tenido responsabilidades políticas, los intelectuales y los republicanos de a pie. En su época en el Ministerio de Industria, Bosques había elaborado un plano de las necesidades de México, grandes dominios de agricultura, materias primeras e industria. Era muy consciente de que el país necesitaba tanto a obreros como a intelectuales. El debate fue más bien una cuestión de peleas entre Juan Negrín, y la Junta de Ayuda a los Republicanos Españoles (JARE)”, creada en julio de 1939 por Indalecio Prieto, como sucesora del SERE para gestionar el patrimonio de la Segunda República, y acusada de elitista por priorizar a quienes habían detentado cargos en el régimen democrático.
¿Los queréis? ¡Lleváoslos!
En verano de 1940, todo se viene abajo. Con los nazis a las puertas de la capital, Gilberto Bosques abandona las oficinas de la Embajada de México en la calle Longchamps de París. Su destino será Marsella, siempre un lugar de tránsito pero nunca como en aquel verano de 1940. Allí se establece el consulado, mientras que la legación mexicana, a cargo del embajador Luis I. Rodríguez, lo hará en Vichy.
Marsella era una ciudad “libre” de la ocupación nazi pero presa de un gobierno colaboracionista, el del mariscal Pétain, y de espías alemanes o de países aliados, como Japón, que se instalaban en los mismos edificios donde los consulados organizaban con la respiración contenida la huida de las previsibles víctimas. El gobierno de Vichy y México firman un acuerdo que permite al consulado retomar la ayuda a los españoles y al gobierno colaboracionista deshacerse de una carga.
“¿Los queréis? ¡Lleváoslos! Es así como se organizó esta convención franco-mexicana”, asegura Malgat. El historiador da cuenta en su libro de los problemas de Bosques para hacer entender a los prefectos que el convenio existe y los compromete a acoger a los exiliados hasta su salida del país.
El cónsul va a intentar aplicarlo de manera laxa, sobre todo a medida que la política contra los judíos se recrudece y refugiados de toda Europa llaman a su puerta pidiendo auxilio. Todo aquel que justificaba su condición de refugiado obtenía inmediatamente una carta que, al menos en teoría, lo protegía de extradiciones o detenciones arbitrarias. “Tengo el placer de informarle de que, de acuerdo a sus deseos, el gobierno de mi país le considera, a partir de hoy, como inmigrante aceptado por México”, anunciaba el documento salvador.
LA SALUD. Otro de los aspectos cuidados por Bosques fue la atención médica necesaria para los refugiados.
Dos mil 500 comidas al día
Pero por si el justificante del consulado mexicano no bastaba, Bosques organizó también un servicio de empleo con empresas interesadas en contratar a los exiliados y hasta instaló un gabinete fotográfico en las oficinas del consulado para ayudarlos a completar los trámites. La idea era proteger a los fugitivos de una ley que preveía la inclusión forzada de extranjeros de entre 25 y 45 en los llamados “grupos de trabajadores extranjeros”, una invención petanista que llenó obras públicas y minas de refugiados políticos, sobre todo españoles, que además servía de control de los extranjeros “en número excesivo en la economía nacional”.
El grueso de la ayuda era cotidiana y de supervivencia: subsidios enviados a los campos de internamiento como Les Milles o Rivesaltes (Perpiñán), habitaciones de alquiler en viviendas particulares o ayudas de emergencia ante situaciones extremas como la que recibió Julia Ruiz de Zugazagoitia, que desde Potiers vio cómo las autoridades francesas extraditaban a su esposo Julián, político y periodista, que acabaría siendo fusilado en 1940.
El consulado mexicano pagaba a diario la comida de 2 mil 500 refugiados en una veintena de restaurantes de Marsella, aunque esta actividad se volvió más y más peligrosa porque obligaba a los beneficiarios a transitar por las calles, contra la consigna de no hacerse ver demasiado. Salir era exponerse a una detención y a la desconfianza de los vecinos de mala fe.
“Los archivos departamentales de Bouche du Rhône de Marsella” —explica Malgat— “son extremadamente ricos sobre este período. Allí se conservan cartas de ciudadanos que denuncian a los refugiados, personas que vivían como podían y que en muchas ocasiones son alojados en habitaciones pagadas por el consulado. Hay miles de denuncias. Había gente solidaria, pero también muchos otros que no querían a los extranjeros allí”.
Aunque muy centrado en las acciones a favor de los españoles, el ensayo de Malgat atestigua que la ayuda de Bosques no se limitó, ni mucho menos, a los republicanos. El cónsul responde también ante refugiados procedentes de Austria, Polonia o Alemania que huyen del antisemitismo. Pero en este caso el gobierno mexicano impondrá límites estrictos: los judíos pueden venir a México pero tendrán que comprometerse por escrito a no quedarse. Bosques, al igual que sus homólogos de Alemania y Portugal, intenta saltarse esta regla concediendo visas mexicanas para que al menos puedan salir de Francia hacia otro lugar. El documental Visa al paraíso de Lillian Liberman ofrece numerosos testimonios de estas familias judías que alcanzaron México con la ayuda de Gilberto Bosques.
EL EQUIPO. Aquí aparece Gilberto Bosques con varios integrantes del cuerpo diplomático radicado en Francia, que colaboraron con él en la ardua labor de apoyo y salvamento de refugiados mayoritariamente de origen español, que llegaron a Francia.
Cuatro vacas alpinas
Con los hostales desbordados, los espías cercando el consulado y una administración fría ante sus propios compromisos, Bosques encuentra una solución provisoria para alojar a los refugiados en peligro: los castillos de La Reynarde y de Montgrand, dos casonas abandonadas de Marsella convertidas en territorio diplomático a finales de 1940. Aquí vivirán durante un año unos mil 500 republicanos españoles. Algunos huían de los campos de internamiento del sur de Francia, se declaraban “agricultores”, aunque no lo fueran, pues sabían que México quería mano de obra para el campo.
Pero los que exageraban sus dotes con el arado tuvieron la oportunidad de aprender a labrar la tierra. Las fincas que rodeaban “La Reynarde” fueron usadas como huertas y el refugio se transformó pronto en un eficiente economato en el que incluso venía a comprar legumbres el comisario de la policía. “Bosques consiguió traer cuatro vacas de las montañas de los Alpes para que los niños pudiesen beber leche, algo que no estaba al alcance de muchos pequeños en Marsella en aquel momento”, remarca el historiador. Una biblioteca, clases para adultos, exposiciones, obras de teatro y conciertos dieron forma a aquel impasse casi feliz de La Reynarde y Montgrand.
Un equilibrio muy delicado lo hizo posible. “En esa Francia ocupada hay redes de vigilancia pero también hombres de la administración francesa que, aunque pertenecen al gobierno de Pétain, conservan cierto republicanismo y apoyan la acción mexicana”, defiende Malgat. “Bosques fue un hábil negociador, un hombre convincente y reflexivo. Solo así pudo lograr los apoyos necesario para hacer lo que hizo”.
Hacia finales de 1941, la aventura acaba. Las dos casonas pierden estatus de zona diplomática, al mismo tiempo que zarpan de Francia los últimos barcos hacia el exilio. El 24 de mayo de 1941, el gobierno de Vichy prohíbe a los republicanos salir de Francia y el consulado mexicano apura sus últimas visas. A partir de ese momento, el camino a la libertad empezará en otros puertos, especialmente de Portugal, Marruecos y Argelia. Se calcula que de 1940 a 1942 salieron hacia América 80 mil republicanos españoles.
En noviembre de 1942, Marsella es ocupada por los alemanes. Las oficinas de la legación mexicana en Vichy son asaltadas por los nazis y el gobierno de Ávila Camacho rompe relaciones con Pétain. Bosques delega en la embajada sueca la ayuda a los refugiados y se convence de que cuerpo diplomático mexicano en Francia podrá regresar pronto a casa, pero el retorno se complica. Tras varios meses en Amélie-les-Bains junto a las legaciones de otros países latinoamericanos, Bosques es llevado a Bad Godosberg, en Alemania, donde experimentará 13 meses de reclusión, Hasta marzo de 1944. Atrás quedaban 20 mil republicanos exiliados en México, 30 mil visados concedidos y más de 120 mil refugiados españoles atendidos en alguna de las modalidades de ayuda del consulado mexicano.
De regreso a México, a Gilberto Bosque lo esperaban nuevas misiones diplomáticas, quizás la más intensa fue la de Cuba en los años de la lucha guerrillera contra Fulgencio Batista y la revolución en la isla. Moriría en 1995, a punto de cumplir 103 años.
“Abandona la actividad diplomática cuando llega a al poder Gustavo Diaz Ordaz, en 1968. Ahí considera que su tiempo ha acabado”, cuenta Malgat de aquel hombre que había dado sus primeros pasos en política en los tiempos de la Revolución Mexicana y que nunca se afilió al Partido Revolucionario Institucional (PRI), pese a representar a sus gobiernos.
“Decía”, recuerda Malgat —divertido—, “el partido no puede institucionalizarse, tiene que seguir siendo revolucionario”.
*DIANA MANDIÁ es periodista. Durante tres años trabajó en la redacción gallega de “El País”. Vive en Marsella y desde allí colabora con distintos medios.
Fuente:domingoeluniversal.mx
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