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jueves 21 de noviembre de 2024

Éxodo: La reconstrucción de los hechos (segunda parte)

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IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México | En notas anteriores revisamos las ideas generales sobre dos grupos de la antigüedad: los Aviru y los Hiksos. Los Aviru fueron grupos irregulares integrados por semitas (arameos y acadios, principalmente) y cananeos (amorreos, principalmente) que se dedicaron al comercio, pero también al pillaje, atacando con frecuencia los centros urbanos. Sumerios, Egipcios, Elamitas, Babilonios y Cananeos se quejaron de ellos por el problema que representaron durante unos ocho siglos. Eran seminómadas y terminaron por asimilarse y desaparecer en el entorno semita-cananeo hacia finales del segundo milenio AEC. Los Hiksos fueron también un grupo semita-cananeo que logró tomar el poder en Egipto hacia el siglo XV AEC, y de allí su nombre, que en egipcio significa “rey extranjero”.

Derrotados por el faraón Ahmosis I, regresaron a Canaán y allí “desaparecieron” (en realidad, al perder su condición de “reyes”, dejaron de ser llamados “Hiksos” y volvieron a ser, simplemente, Semitas y Cananeos). Su estancia en Egipto es bastante más antigua, y sus redes comerciales alcanzaron toda la cuenca del Mediterráneo (se han encontrado vestigios suyos en Andalucía y Creta, por ejemplo).

Para los especialistas no es un secreto que el origen del pueblo de Israel está relacionado de un modo u otro con los Avara y con los Hiksos. De entrada, hay una conexión etimológica: Aviru (plural de Avir) está claramente relacionado con Ivrim (Hebreos), y la capital que los Hiksos construyeron en Egipto recibió el nombre de Avaris.

Luego, están los relatos del Génesis: la primera vez que se menciona a Abraham como un “hebreo”, es en Génesis 14, donde se narra cómo al frente de una tropa integrada con sus aliados amorreos atacó y derrotó a cuatro reyes elamitas que habían tomado a Lot como rehén. Perfectos Aviru, sin lugar a dudas. Luego, en la saga de Yosef, el bisnieto de Abraham, vemos cómo llegó a convertirse en un poderoso ministro en Egipto. La simple idea de que Yosef se integró al aparato del poder en ese país significa que, en términos simples, se convirtió en un Hikso.

Si acaso quedan dudas respecto al posible vínculo entre Aviru e Hiksos, creo que quedan resueltas por un hecho verificado: la memoria histórica del antiguo Israel preservó relatos tanto de Aviru como de Hiksos, tal y como hemos señalado. Por lo tanto, lo más fácil es deducir que Aviru e Hiksos siempre tuvieron una identidad compartida (no olvidemos que Avir e Hikso son etiquetas puestas por los egipcios) que luego, de un modo u otro, confluyó y se preservó en el antiguo Israel.

Entonces, el origen del pueblo de Israel está en esos antiguos Aviru que durante una época se hicieron con el poder en Egipto y fueron llamados Hiksos.

¿Qué tanto sabemos de ellos?

Hagamos un repaso histórico, y para facilitar nuestra comprensión de los vínculos de esta etapa con la del Éxodo, dejemos de lado los apelativos técnicos -Aviru e Hiksos- y usemos el que conocemos mejor: Hebreos.

Si nos limitamos al relato bíblico, pareciera que los Hebreos fueron apenas un clan familiar que, eventualmente, se convirtió en una nación. Sin embargo, la Historia nos pone enfrente un panorama más interesante.

La cultura más antigua en el planeta fue la Sumeria. Sus antecedentes vienen de muy atrás, y se remontan al Neolítico con la cultura Jarmo (6700 a 6500 AEC), y luego al Calcolítico con las culturas Hassuna-Samarra (5500 a 5000 AEC), El Obeid (5000 a 4000 AEC), Uruk (4000 a 3200 AEC) y Yemdet (3200 a 3000 AEC). Vale la pena señalar que fue en el período Uruk cuando se empezó a usar la rueda y la escritura.

Los Sumerios fueron los primeros en desarrollar la idea de una cultura que podríamos definir como “globalizadora” (dentro de los límites propios de su tiempo), en el sentido de que su tendencia siempre se dirigió a unificar políticamente la mayor cantidad de territorio posible. El primero que logró una unificación completa de la zona de la cultura Sumeria fue Sargón, un rey usurpador pero con una gran visión política, que hacia el año 2350 AEC fundó lo que puede considerarse el primer Imperio de la Historia.

Este proyecto unificador (o imperial) Sumerio no tuvo que pelear contra “otro Imperio” u “otra Cultura”. Es obvio: ellos fueron los primeros en cuajar algo semejante, así que en su tiempo no había otra nación o reino equivalente contra el cual guerrear.

Su principal enemigo fue de otra naturaleza: grupos de semitas (Acadios, principalmente) y Cananeos (Amorreos, principalmente) que no parecían dispuestos a asimilarse a una unificación política, y que siempre que pudieron imponerse a los Sumerios, fomentaron las autonomías locales por medio del sistema que suele ser llamado de Ciudades-Estado.

Las épocas de auge y decadencia Sumeria se alternan durante los siglos XXIII al XX AEC. Un siglo después de que Sargón unificase el poder, los Amorreos y los Gutis (semitas) desmantelaron las estructuras políticas y se regresó al sistema de Ciudades-Estado autónomas.

Las crónicas Sumerias de esa época describen a estos grupos Semitas-Cananeos como rapaces y violentos, pero la evidencia arqueológica ha demostrado que también alcanzaron un gran esplendor cultural durante sus épocas de auge. La diferencia con los Sumerios fue, simplemente, que nunca tuvieron un proyecto unificador. Acaso los Gutis lograron cierta reintegración política, pero fueron derrotados y expulsados de Sumeria hacia el año 2100 AEC por el rey Utu-hengal, el primero que además pudo conquistar los territorios acadios (al norte).

Sometidos los Acadios y derrotados los Gutis, fueron los Amorreos los que continuaron asediando a los Sumerios, y en complicidad con otras tropas de origen semita, incluyendo Elamitas (originarios del actual Irán), sitiaron y destruyeron la ciudad de Ur hacia el año 2000 AEC. Ello marcó el fin del esplendor Sumerio y la reorganización política de la zona. Babilonia comenzó su primera etapa ascendente, mientras que en el otro extremo del mapa, Egipto ya se había consolidado como un nuevo Imperio, y los Hititas no tardarían en hacer lo mismo.

El acoso de estos grupos integrados por Amorreos y Semitas no se limitó a Sumeria. Se hicieron presentes desde Elam (actual Irán) hasta Egipto, y de hecho lograron establecer durante bastante tiempo (otros mil años más) el sistema de Ciudades-Estado en Canaán.

Los Sumerios fueron los primeros en definirlos con un título. Nos resulta desconocido porque no se ha logrado reconstruir la fonética del idioma sumerio, pero la palabra cuneiforme está perfectamente identificada. Afortunadamente, al tener exactamente el mismo problema con estos grupos rapaces, los Egipcios también les asignaron un título. Y decimos “título” porque es más adecuado que decir “nombre”: ni los Sumerios ni los Egipcios se refirieron a un grupo homogéneo racial o culturalmente.

Simplemente, eran mezclas de Caneos y Semitas que se caracterizaban más por su modo de vivir seminómada y opuesto a cualquier tipo de unificación política, cuya principal actividad productiva fue el comercio, pero que también se dedicaban al pillaje.

Los Egipcios los llamaron HEBREOS (Aviru, en egipcio).

Este es el entorno histórico en el que se ubica el relato bíblico sobre Abraham. Al referir que originalmente vivía en “Ur de los Kashdim”, nos remonta a las épocas en las que todavía existía esta ciudad.

Kashdim equivale a “Caldeo”, y es un anacronismo del texto bíblico. En realidad, debería decir “Ur de los Sumerios”, pero es evidente que el redactor final del texto, hacia el siglo VI, ya no tenía noticias de esa cultura, que había quedado completamente enterrada y olvidada.

Entonces, ahora tenemos más elementos para imaginar cuál debió ser el perfil de los relatos originales sobre Abraham: debieron tratar sobre ese punto crucial donde los Hebreos -un grupo muy antiguo y más amplio que un simple clan familiar- empezaron a dejar la vida seminómada para optar por el sedentarismo. Más aún: el momento a partir del cual empezaron a abandonar la vida montaraz y violenta para optar por alternativas pacíficas.

Como señalamos en algún artículo anterior, esa es la lectura de las historias de Ismael e Itzjak primero, y Esav y Yaacov después: la tensión entre los miembros del grupo que siguieron viviendo en el modelo seminómada y violento -Ismael y Esav-, y los que buscaban establecerse en un lugar fijo y con conductas razonables -Itzjak y Yaacov-.

¿Por qué ese perfil de la narrativa no se preservó en el texto bíblico, sino apenas a nivel de vestigios que sólo pueden ser entendidos gracias a las aportaciones de la moderna arqueología?

Principalmente, por dos razones. La primera es que los autores de la versión final de estos relatos -la que tenemos en la Torá- no fueron Historiadores profesionales, sino líderes espirituales de una comunidad que tenía retos y problemas muy concretos: el pueblo judío que estaba regresando del exilio en Babilonia en la parte final del siglo VI AEC. Por lo tanto, la elaboración de esta versión definitiva del texto no obedeció a un interés por contar Historia, sino a un interés por darle sentido a la identidad reconstruida del pueblo de Israel.

La segunda razón es que dichos autores -con Ezra a la cabeza- debieron disponer de información fragmentaria e incompleta. Es probable que aún en el caso de que hubieran deseado preservar el perfil original de la saga de los patriarcas del Génesis, no hubieran podido. Los anacronismos en el texto lo demuestran: ya mencionamos el de relacionar a Ur con los Caldeos y no con los Sumerios, y a eso hay que agregar la mención de camellos en la caravana de Ismaelitas que llevaron a Yosef a Egipto. La realidad es que los camellos fueron domesticados como animales de carga mucho después de la época en la que supuestamente vivió Yosef.

Son detalles fáciles de explicar: los autores finales no tenían la información bien detallada, y en gran medida debió ser consecuencia de la destrucción a la que se vio sometida Jerusalén durante la invasión babilónica.

Con esa destrucción, todo el acervo que pudo haber existido sobre el pasado Hebreo e Hikso del antiguo Israel desapareció casi por completo, aunque se preservó lo esencial e importante: la historia de tres patriarcas que fueron el punto de partida para UNA IDENTIDAD HISTÓRICA que en ese momento crítico -siglo VI AEC- estaba en proceso de restauración.

Pero ahora podemos ver el panorama en una perspectiva más amplia: Abraham, Itzjak y Yaacov -entendidos como personajes históricos- habrían sido parte de un grupo muy amplio en el que coexistían como aliados acadios, arameos (como Abraham y su familia), elamitas y amorreos, principalmente, y que tenían una estructura comercial y militar bastante eficiente para su época.

Eran descendientes de una cultura que durante unos tres siglos alternó en el dominio de la zona con los Sumerios, y cuya diferencia principal con éstos últimos fue que no se querían ajustar a un proyecto de unificación política, sino que preferían el modelo de zonas autónomas basadas en las Ciudades-Estado.

Durante el dominio Amorreo y Cadio de la zona mesopotámica, estos antiguos Hebreos lograron un enorme desarrollo cultural, y al ser derrotados por los Sumerios, se marginaron de los centros urbanos y empezaron sus actividades de rapiña. A la larga, pusieron fin al Imperio de Sumer, pero sin fundar uno propio. Para ese entonces -siglos XX y XIX AEC-, ya eran una molestia para Egipcios, Hititas, Cananeos, Elamitas y Babilonios.

El fin de Sumeria dio paso a una nueva época en la que varios reinos entraron en colisión y competencia, tanto militar como comercial. En ese marco, los hebreos aprovecharon que sus antecedentes les habían distribuido en todo el territorio que va desde el actual Irán hasta Egipto. Gracias a ello, se volvieron prósperos comerciantes y con ello desarrollaron una nueva forma de vida, y de eso se trata la saga de Abraham, Itzjak y Yaacov: las transformaciones sociales en el grupo Hebreo en medio del desarrollo de una nueva vocación espiritual.

Entonces, los tres patriarcas del Génesis no sólo fueron el punto de partida de algo nuevo y distinto, sino más bien un punto de transición de un grupo muy amplio, bastante complejo y de gran desarrollo cultural que, en su momento, fue el enemigo mortal de los Sumerios. Grupo que nunca se planteó la idea de unificarse como sí lo hicieron los Egipcios, Babilonios e Hititas, y que por ello quedó condenado a la desaparición o asimilación, que hubiera sido total si no fuera porque la saga de Abraham, Itzjak y Yaacov nos cuenta que por lo menos un clan de este origen halló el modo de preservar los elementos fundamentales de su identidad -principalmente espiritual-, y gracias a ello logró sobrevivir, evolucionar y desarrollarse.

Nótese que ese debió ser el contenido más importante para los que estaban regresando del exilio en Babilonia unos quince siglos después: entenderse como descendientes de un clan que había sobrevivido a la desaparición de los antiguos Hebreos, gracias a que su identidad espiritual les había indicado el camino a seguir.

No es coincidencia: así fue redactado por los líderes espirituales del Judaísmo de la era de la restauración.

Para concluir en esta ocasión, recordemos las aportaciones de William Dever respecto a la memoria histórica de los pueblos: no sólo es importante lo que se preserva, sino también lo que se olvida.

Por muchas razones perfectamente comprensibles (digamos que sucede en absolutamente todas las culturas), muchos de estos elementos de la memoria histórica de los antiguos Hebreos fueron olvidados, y apenas se pueden reconstruir gracias a la lenta y paciente aportación de la arqueología.

Los Hebreos no surgieron de la nada. El término fue el título con el que los Egipcios llamaron a los herederos de un complejo y poderoso grupo que, en su momento, puso en jaque a la cultura Sumeria. Dadas sus características, el grupo no tuvo más alternativa que asimilarse al entorno de las culturas mesopotámicas, o simplemente desaparecer casi por completo.

Pero antes de ello, tuvieron un momento inicial de esplendor al alternar en Sumeria y dejar su huella en la Historia. Luego, tuvieron otro clímax comercial y político en el antiguo Egipto, donde fueron llamados también “reyes extranjeros” o Hiksos.

Finalmente, tras el colapso y fin de esas etapas de gran desarrollo, en el punto crítico de asimilación o desaparición hubo algo que les marcó una ruta para que un grupo minoritario -si se compara con todo lo que habían sido los Hebreos- pero bien establecido pudiera sobrevivir y desarrollar un nuevo sentido de identidad: el del antiguo Israel.

¿En qué se basó esa identidad y esa capacidad de supervivencia? A juzgar por la evidencia, en una vocación espiritual monoteísta cuyo principal líder fue un príncipe egipcio que dirigió un proceso de migración hacia Canaán, cuyo impacto fue tan fuerte que una identidad compleja y originada en muchos lugares y momentos confluyeron alrededor de eso que hoy llamamos Éxodo.

Entonces, para empezar a entender cómo se dio ese proceso de construcción de esa identidad, la próxima semana hablaremos del segundo gran momento de esplendor, cuando los antiguos Hebreos se convirtieron en faraones de Egipto y fueron llamados Hiksos.

Si quedan dudas sobre la posibilidad de un vínculo de esos antiguos grupos semita-cananeos y los posteriores israelitas, sólo considérese la similitud etimológica en estos dos casos: en la primera etapa de esplendor Hebreo, cuando dominaron Sumeria, la dinastía de reyes Gutis tuvo dos monarcas cuyos nombres luego se volverían muy importantes en el antiguo Israel: el rey Shulme gobernó entre los años 2192 y 2186 AEC, y el rey Ibrahum entre los años 2140 y 2139. La similitud con los nombres Shlomo y Abraham no es coincidencia. Simplemente, Israel heredó mucho de estos antiguos grupos que fueron llamados Aviru o Hebreos por los Egipcios.

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