ARNOLDO KRAUS
Enlace Judío México | Cito con frecuencia la frase de Ludwig Wittgenstein, “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. La idea es precisa: hablo de acuerdo a lo que sé y observo. O bien, observo y pienso. Personajes públicos, con responsabilidades enormes, como Rosario Robles, secretaria de Desarrollo Social (Sedesol), deberían pensar antes de hablar, hablar después de mirar y cavilar antes de espetar comentarios. Las palabras no son neutras.
Cuando el ahora presidente Enrique Peña Nieto no fue capaz de enumerar tres libros en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, en diciembre de 2011, su insabiduría me preocupó menos que las torpezas de sus asesores. Su equipo, a sabiendas que Peña Nieto no acudía a una feria de modas sino a un festival de literatura, no tuvieron ni la precaución ni la visión de aleccionar al candidato en el vuelo entre el Distrito Federal y la capital jaliSciense sobre el sitio al cual acudía. Sus allegados tenían la obligación de conocer la geografía cultural de Peña Nieto e instruirlo, Fox dixit, Fox sic, acerca del Nobel colombiano Vargas Llosa o del escritor argentino Jorge Luis Borgues, o bien, con los nombres de algunas obras de William Shakespeare o de José Emilio Pacheco.
Rosario padece mermas similares: su equipo no sabe que Rosario no sabe. Sus asesores ignoran —no es el primer suceso— los alcances de las palabras mal empleadas y los límites de su jefa. La suma de las afirmaciones previas invalida las disculpas de Robles: Si uno vive, si uno es, si uno conoce, si uno sabe las inmensas responsabilidades inherentes a la Sedesol, espetar que “el programa Oportunidades no apoyará a las familias indígenas que tengan más de tres hijos, ya que la procreación se está viendo (sic) como una forma para ingresar más dinero al hogar”, preocupa, alarma y molesta. Y escuece de otra forma porque la formación y el alma, supongo, de la exjefa del Gobierno del DF, provienen de la izquierda, de una formación ideológica (PRD) que se dice cercana a los pobres.
Después de sus desafortunadas declaraciones la experredista, mutada en priísta (¡caray!, en política, todo es posible: reparafraseo a Wittgenstein, “los límites de mi ideología política son los límites de mis ambiciones”), se disculpó: “En el discurso no soy precisa, en medio del discurso no puedes tener esa precisión (…) Oportunidades beneficia a todas las familias que están por debajo de la línea del bienestar”…, y agregó, “las mujeres pueden tener los hijos que quieran”, y reiteró que el párrafo en el que expresó que Oportunidades ya no va a beneficiar a las que tengan muchos hijos “es confuso y evidentemente se presta a una tergiversación, se presta a decir que estoy diciendo (sic) que no se va apoyar a ninguna mujer con más hijos”. Las disculpas siempre son bienvenidas. Las disculpas no siempre exoneran.
Rosario Robles debería conocer “un poco mejor” los significados de la miseria y sus repercusiones. Enlisto algunas: La mitad de las adolescentes mexicanas se embarazan al iniciar la vida sexual; en México, el 54% de los niños son pobres; existe una relación inversamente proporcional entre niveles de fecundidad y escolaridad, es decir, las personas con pocos recursos procrean más; los estados más pobres de la República, como Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Puebla presentan los mayores niveles de fecundidad; México, explica la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, ocupa el primer lugar de embarazos en adolescentes; una de cada diez muertes maternas en México sucede en mujeres entre 10 y 18 años, y… etcétera: el etcétera lo dejó para Robles y asociados.
Si Robles contase y entendiese alguno de los datos previos no hubiese espetado tamaña insensatez. Debería acercarse a Wittgenstein y mirar antes de hablar. A su vez, quizás Enrique Peña Nieto podría preguntarle a Rosario cuáles son los libros que la ilustran.
*Médico
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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