AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Las críticas a la actriz Leila Hatamí por besar al director de Cannes, la detención de seis jóvenes por bailar el “Happy” de Farrell Williams y las protestas que exigen imponer un hiyab más estricto muestran el creciente choque entre los radicales iraníes y el gobierno de Hasán Rohaní en el ámbito cultural.
El enfrentamiento y las llamadas de atención al Ejecutivo por parte de los grupos más conservadores en el campo nuclear han dado paso en las últimas semanas a duros reproches en el terreno de lo que en Irán se define como “cultural”, un espacio que parece incluirlo casi todo, especialmente la moral, y donde caben también el comportamiento de los iraníes en su esfera privada.
La corriente crítica al presidente saca cada vez más la cabeza con denuncias de supuestas violaciones de la decencia exigida y reproches al presidente por su supuesta laxitud moral.
Hatamí, una de las más famosas actrices del país y protagonista de “La separación”, la única película iraní ganadora de un Óscar, sufrió un rapapolvo esta semana por parte nada menos que del ministro y viceministro de Cultura después de que medios y diputados conservadores instaran a las autoridades a tomar parte en el asunto.
Su pecado: saludar con dos besos a su llegada a la alfombra roja al director del festival de Cannes (donde la actriz formaba parte del jurado), Guilles Jacob, de 84 años.
A este escándalo siguió la detención el martes de seis jóvenes que se habían grabado bailando el tema “Happy” de William Farrel y la advertencia de la Policía de que sigue de cerca lo que los iraníes cuelgan en YouTube o redes sociales prohibidas en el país, como Twitter o Facebook.
Desde la cuenta de Twitter @HasanRouhani, no verificada pero que se cree gestionada por los asesores del presidente, se difundió el siguiente mensaje: “#Felicidad es el derecho de nuestro pueblo. No deberíamos ser demasiado duros contra comportamientos causados por la alegría”, una evidencia más de la diferencia de posiciones.
En Teherán los extremistas ya han salido a la calle en dos ocasiones para exigir a las autoridades que hagan cumplir un código de vestimenta islámico severo para las mujeres y que detengan a las que visten de forma “indecente”.
Los manifestantes consideran “inmoral” atuendos con mangas que no llegan a las muñecas, camisolas que no cubran los muslos, tejidos con transparencias o pañuelos que dejen al aire buena parte del cabello.
Y las protestas van a continuar. Para el próximo sábado, clérigos y estudiantes de los seminarios islámicos de la ciudad santa de Qom, al sur de Teherán, han convocado una nueva protesta contra las “irregularidades culturales” que a su entender se están dando bajo la supuesta inacción del Ejecutivo de Rohaní.
En una misiva, critican que el Gobierno haya ignorado “las numerosas advertencias (…) y las expresiones de preocupación del Líder Supremo (ayatolá Alí Jameneí)” y de los principales ayatolás y estudiosos de la jerarquía chií.
Según ellos, el Ejecutivo no solo no ha tomado medidas para reconducir la situación sino que, además, “hay signos de que está allanando el camino a la contracultura y a que elementos destructivos jueguen un mayor papel en la sociedad”.
Estos sucesos son el resultado, cada vez más enconado, del pulso creciente entre los que apoyan la llegada de la mayor apertura social y libertad prometidas por Rohaní y los que desean que las autoridades sigan manteniendo un férreo control de la esfera pública y privada.
También reflejan la confrontación entre la Presidencia y el Gobierno que controla Rohaní, de perfil más moderado, y otras poderosas instituciones dominadas por sectores más tradicionalistas, como el Parlamento, la Justicia o los distintos cuerpos de Seguridad e Inteligencia.
La orden presidencial de cancelar la prohibición de la aplicación “Whatsapp” por parte del organismo que controla internet o los distintos cierres de periódicos reformistas y radicales por unas y otras autoridades son otros de los ejemplos de la tensión que se vive en Irán por suavizar o mantener una interpretación de la “cultura” que solo acepta la versión más rigurosa de lo islámico.
Fuente: La Vanguardia
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