ARNOLDO KRAUS
Los parques son imprescindibles. Una de las formas de medir el desarrollo de un país es a través de los kilómetros de carreteras; economía y comunicación dependen de ellas. Los parques no compiten con las carreteras. Representan otra forma de medir la salud de una nación. Convivencia, paz, juego, respeto e historia son atributos de los parques. Aventuro una hipótesis: existe, en ocasiones, una relación directamente proporcional entre civismo y número de parques, funcionales y limpios. Aunque Estados Unidos no es referente moral, el Central Park ilustra mi sugerencia.
Paseando por el Central Park de Nueva York, atesoro otra idea. En ese parque, la mayoría de las bancas tienen pequeñas placas metálicas con algunas palabras; esas leyendas son una breve radiografía de quienes ahí se sientan y miran lo que sucede en el parque, ya sea contando o escuchando historias con vecinos y familiares. Esos asientos son un observatorio dual: quienes sentados observan aprehenden tiempo y vida. Quienes miran a las personas ahí sentadas y se acercan para platicar pueden valorar de otra forma algunos pasajes de la vida. George Pérec, novelista francés, lo explica bien.
En su libro póstumo, Lo infraordinario, tras explayarse sobre algunas obviedades, como son las calles o los cafés de París, sugiere que otra forma de valorar es apreciar “…lo que carece de significado: lo que no notamos, lo que no nos llama la atención, lo que tiene poca importancia”, y, se pregunta, “…qué sucede cuando nada sucede, qué pasa cuando nada pasa, excepto el tiempo, las personas, los automóviles, las nubes”.
En el Central Park, la mayoría de las bancas tienen unas pequeñas placas metálicas con una inscripción. En ellas pueden sentarse cinco o seis personas; el número de grabados es similar. Las placas miden, aproximadamente, ocho centímetros de longitud y cuatro de altura. Sus mensajes, escuetos, palpables, retratan vidas, contagian afecto y amor. Transcribo algunos.
“Como homenaje por sus 70 años. Aquí pasó muchas horas felices con su hija. Con amor, sus amigos”. “Gracias por las memorias. Con amor. Mamá”. “Para celebrar los 60 años de ambos. Amigos de todos los niños. Con amor, sus nietos”. “Para nuestro padre, cuya compasión y optimismo serán siempre fuente de inspiración”. “Para nuestro hijo. Un chico amoroso quien fue un hilo dorado en la tapicería de la vida”. “Mi lugar especial. Aquí soy feliz. Una pequeña rebanada del cielo”. “Recoge tus velas y goza el parque”. “Una banca deliciosa, con paz, maravillosa, adoptada por un argentino que ama NY”. “En memoria de nuestra Nana. De sus nietos y sus familias. Vivió con gusto. Nosotros gozamos de su alegría”. “Para los perros rescatistas del 9/11. Lealtad y deber más allá de nuestra comprensión”. “La amistad es un árbol que protege”. “Amante del atún, del metrocard, de los alimentos sin grasa, de la joyería barata, del microondas, del Central Park. Todo lo que ella deseaba era su banca. Siéntese”.
Las bancas y sus habitantes son testigos del tiempo bello, del tiempo sencillo, del que perdura en quien mira la vida desde su banca y de quienes observan lo que él o ella ve. Ignoro si exista un recuento oficial del número de placas. Deben ser cientos. Las inscripciones son bellos testimonios; destilan amor, admiración, amistad y alegría. Resumen una de las facetas más caras del parque.
Al lado de las bancas fluyen otras caras, corre la vida. Niños con pelotas o manoplas, resbaladillas, columpios, jóvenes corriendo alrededor del lago o cortejándose —mejor, también sano—, adultos con guitarras o caminando con sus perros, pájaros que engullen lombrices, madres con carriolas, dibujantes de caras, de cielos, del parque, padres con niños sobre sus hombros, familias sobre el césped…
Los parques retratan la salud de la ciudad. En ellos se juega, se camina, se pasea, se cohabita, se crece, se vive; en ese micro mundo todo y nada sucede.
*Médico
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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