Stutthof, la primera barbarie nazi en Polonia

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Si en Gdańsk, la entonces ciudad libre de Danzig, comenzó la Segunda Guerra Mundial, suyos fueron los primeros prisioneros. Y, para ellos se construyó el primer campo de concentración nazi fuera de Alemania: Stutthof. El primer día muchos empleados de Correos y de Aduanas –mayoría de ellos polacos– fueron asesinados o detenidos. El segundo, 150 prisioneros recorrieron los poco menos de 40 kilómetros que separaban su ciudad de Sztutowo, la que vio nacer en sus campos semejante muestra de barbarie humana.

No por ser menos conocido resulta menos aterrador, inquietante, incómodo… –no sabría explicar con una palabra todas las sensaciones que uno tiene al estar allí–. Hay campos más famosos, como Auschwitz-Birkenau o Mauthausen-Gusen… pero Stutthof tiene el dudoso “honor” de ser, no sólo el primero construido –se puso en marcha el segundo día de guerra–, sino también el último en ser liberado. Este campo funcionó desde el 2 de septiembre de 1939 hasta el 9 de mayo de 1945. Es impresionante comprobar que la maldad humana existe, y llega a límites insospechados.

Un lugar que podría albergar sin problemas una tranquila urbanización con niños jugando en sus bosques y corriendo por su césped es, sin embargo, un recuerdo del horror con sus barracones, sus torres de vigilancia, su puerta de entrada… y sobre todo su alambre de espino, su cámara de gas y sus hornos crematorios.

Nunca había estado en un lugar semejante. Pensaba que me sentiría enfermo, que una tristeza inmensa se apoderaría de mí y que no podría dejar de ver, en mi imaginación, las caras de aquellos que pasaron por allí. ¿Seré más insensible de lo que pensaba? ¿Me había preparado “demasiado”? La experiencia fue menos traumática aunque igual de molesta. Una extraña mezcla entre el sonido de pasar las uñas por una pizarra, un viento frío en la nuca y sentir que te están observando sin ver a nadie alrededor.

Caminar, porque aquí no se pasea, de un barracón a otro, viendo la enfermería –por fortuna aquí no hubo experimentos con los prisioneros, aunque sí se fabricó jabón con su grasa–, el comedor, las literas… no deja de impresionar. No es posible estar en ese lugar sin recordar a las más de 110.000 personas que pasaron por allí. 110.000 personas, se dice pronto, pero no son muchas las ciudades que llegan a tener ese número de habitantes. Tampoco es normal que tengan habitantes de tantas nacionalidades. En uno de los barracones puede verse un mapa en el que se resaltan los países desde los que llegaron -o de los que procedían- los prisioneros. España e Italia están en ese listado, pero también Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Noruega, Suecia, FinlandiaURSS… y, por supuesto, Polonia.

Si la cifra de prisioneros pone la piel de gallina, cuando se conoce el número de los que murieron se hiela la sangre. Fueron unas 65.000 personas las que perdieron la vida aquí y otras muchas las que murieron durante las marchas de la muerte. En el momento en que las tropas soviéticas rodearon el campo de concentración, los nazis decidieron abandonarlo pero llevándose a los prisioneros. Obviamente, “llevándose” dista mucho de ser verdad, las marchas eran a pie, a finales de abril, en una zona en la que las temperaturas no se pueden considerar ni templadas a esa altura de año… Muchas de esas columnas acababan en el mar Báltico, con los prisioneros caminando en sus gélidas aguas mientras eran ametrallados.

Sólo hubo dos jefes del campo en sus casi quince años de funcionamiento y, mientras que uno de ellos fue condenado a la horca tras la victoria aliada, el otro, el segundo, el que tenía bajo su poder a mayor número de seres humanos, saldó su deuda con nueve años de prisión… Es complicado juzgar con justicia cuando los hechos son los que son, pero también es complicado no dejarse llevar por el ansia de venganza. Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla… pero un pueblo que se regodea en su historia tampoco es capaz de superarla.

Después de pasar por Stutthof, es todavía más impresionante el hecho de que los polacos tengan ese carácter amable y abierto. Un pueblo así merece ser conocido y reconocido.

Fuente: saltaconmigo.com

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