ARNOLDO KRAUS
La depresión es una enfermedad frecuente. Por afectar la vitalidad, la libido, y, para muchos, el alma, el problema concierne a la medicina y a la filosofía. Prueba de ello es el libro Plato, Not Prozac (traducido al español, Más Platón y menos Prozac), publicado en 1999 por el filósofo Lou Marinoff. El autor ofrece “herramientas filosóficas” para afrontar los problemas cotidianos de la vida.
Años atrás se hablaba poco de depresión. Hoy se habla más. Algunos la consideran una enfermedad de moda; para médicos y salubristas impone incontables retos. No es para menos: Cada año se suicida un millón de personas, muchas de las cuales sufren depresión. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) hay en el mundo 350 millones de personas deprimidas (desconfío de los datos, pero, sin remedio, los comparto).
La depresión se caracteriza por “la presencia de tristeza o pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa o falta de autoestima, trastornos del sueño o apetito, sensación de cansancio y falta de concentración”. Al concepto previo agrego que la depresión puede ser endógena —cuando se origina dentro del organismo debido a alteraciones bioquímicas—, o exógena, cuando existen enfermedades físicas predisponentes como artritis reumatoide o hemiplejia, o por causas externas, i.e., problemas económicos, desamor(es).
Según la OMS, cuatro de cada cinco personas, en los países con ingresos medios y bajos, que requieren atención por trastornos mentales, neurológicos o por uso de sustancias tóxicas no reciben tratamiento. Hasta aquí los datos duros. Concateno los datos previos con dos reflexiones.
Primera. Hace poco leí unas ideas (muy) interesantes. Las he releído y comentado con varias personas. La propuesta seduce; la hago mía, aunque, no del todo. Es fundamental repensarla. Byung-Chul Han, filósofo alemán, de origen coreano, contemporáneo, ha ahondado en dos libros —La sociedad del cansancio y La sociedad de la transparencia— sobre la depresión: “… es una enfermedad narcisista. El narcicismo te hace perder la distancia hacia el otro y ese narcisismo lleva a la depresión… Dejamos de percibir la mirada del otro”.
Al olvidar al otro, sostiene Han, el eros, es decir, la fuerza del amor y el impulso creativo disminuyen. Al despreciar a otras personas, al no pensar en el ambiente, al no comprometerse y generar conocimiento, el individuo fija su atención en él mismo. Se desdibuja. Cuando no se piensa en el otro y en la importancia del entorno, la pulsión de vida decrece; la persona se centra en sus problemas, en su ego. Han: “…la depresión es la consecuencia insana de rechazar la existencia del otro, de no asumir que el otro es la raíz de todas nuestras esperanzas”.
Segunda. Motivado por Michel Onfray, releí a Epicuro, filósofo griego (siglo III antes de Cristo). En Epícuro, un remedio para la crisis (El País, 26 de abril de 2014), Onfray sostiene, “Epicuro puede constituir un poderoso remedio contra la fiebre decadentista contemporánea. Acabar con la apatía que invade el mundo no es tarea de ningún salvador exterior, de ninguna ideología capaz de resolver todos los problemas de un solo golpe, sino de cada uno de nosotros. Ante cualquier cosa que quiera someternos, el único salvador al que podemos recurrir está en nuestro propio interior”.
Para Epicuro, calidad de vida y felicidad dependen de la sabiduría, de los actos personales, de la austeridad; alejarse de la perversidad de valores falsos y alcanzar la felicidad transformando la sobriedad en virtud es fundamental.
Han y Epicuro abordan la depresión a partir de la filosofía. Su visión contrasta con la mirada clásica de la medicina contemporánea —enfermedad individual— y con la cruda realidad del mundo, ¿qué pueden hacer los pobres? El espacio se agotó. La próxima semana continuaré tejiendo sobre el tema.
Médico
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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