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El cerebro de las madres cambia cuando nacen sus hijos, para adaptarse a las necesidades y demandas de estos, pero, ¿qué pasa con el cerebro de los padres? Según un estudio realizado en Israel, este también puede transformarse con el mismo fin e incluso en la misma medida. Pero, para ello, el padre debe “entrenar”.
Aunque durante mucho tiempo se pensó que las redes de conexiones neuronales del cerebro humano adulto permanecían fijas y no podían modificarse, estudios recientes han demostrado que nuestro cerebro sigue siendo un órgano dinámico, incluso cuando ya somos mayores.
Esos cambios se producen, principalmente, como respuesta a las transformaciones de nuestro entorno o a las experiencias que vamos viviendo.
Una de las experiencias que resulta clave para que se produzcan cambios en el cerebro de las mujeres adultas es la de tener y criar un bebé. Ya desde el embarazo, las hormonas reproductivas comienzan a preparar al cerebro de las mujeres para la demanda que supone la maternidad, para ayudarlas a manejar el estrés de esta situación y para empatizar más con las necesidades de su hijo.
En lo que respecta a los padres, en las últimas décadas, los cambios socioculturales han propiciado un aumento drástico de su participación en la crianza de los hijos, pero hasta ahora se había analizado poco el efecto de esta implicación en el cerebro del hombre adulto.
Importantes transformaciones
Una investigación reciente, realizada por científicos del Functional Brain Center, del Wohl Institute of Advanced Imaging y del Tel-Aviv Sourasky Center, todos ellos en Israel, se ha centrado en este punto, y ha revelado que los cerebros de los hombres que se implican en la crianza de sus bebés también sufren importantes transformaciones.
Para llegar a esta conclusión, los científicos midieron la respuesta del cerebro de participantes adultos (hombres y mujeres) a estímulos relacionados con los niños, mediante imágenes de resonancia magnética funcional (IRMf) –que permiten ver las regiones cerebrales que ejecutan una tarea determinada-; a través de la oxitocina (la hormona que se segrega en y para la creación de vínculos afectivos); y a través del comportamiento de diversos progenitores.
Antes de estos análisis, los participantes fueron divididos en tres grupos: 20 madres heterosexuales que eran cuidadoras primarias de sus bebés; 21 padres heterosexuales que eran cuidadores secundarios; y 48 padres homosexuales y cuidadores primarios de sus hijos; que criaban a estos sin la participación de una madre.
Cuidadores, cuidadoras y cerebros
Los resultados, publicados en PNAS, revelaron lo siguiente: la crianza de un hijo pone en marcha una red neuronal de “atención paterna” constante también en los padres; y no solo en las madres.
Tanto en hombres como en mujeres, esta red neuronal integraría el funcionamiento de dos sistemas: una red de procesamiento emocional (que incluye estructuras subcorticales y paralímbicas del cerebro relacionadas con la atención o la vigilancia, la relevancia, la recompensa y la motivación); y una segunda red de circuitos de la corteza prefrontal y frontopolar y de circuitos temporo-parietales, que posibilitarían la comprensión social y la empatía cognitiva. Ambas redes trabajan concertadas para propiciar un cuidado afectuoso del bebé, adecuado a su momento.
Más específicamente, por grupos, los resultados fueron los siguientes. Por un lado, las madres del primer grupo (cuidadoras primarias) mostraron una mayor activación en estructuras cerebrales de procesamiento de las emociones, correlacionadas con la oxitocina y la sincronía madre-hijo. Los cerebros de los padres cuidadores secundarios, por su parte, mostraron una mayor activación en circuitos corticales, relacionados también con la oxitocina y la crianza.
Por último, los padres que ejercían de cuidadores primarios mostraron una alta activación en la amígdala (cuyo papel principal es el procesamiento y almacenamiento de reacciones emocionales), parecido a la de las madres cuidadoras primarias.
Además, estos hombres presentaron una alta activación del surco temporal superior (STS) –que permite interpretar las emociones ajenas- comparable a la de los padres del segundo grupo; así como una conectividad funcional entre la amígdala y dicho surco.
Según los investigadores, estos hallazgos señalan la existencia de una base neuronal común a la atención materna y paterna, y especifican los mecanismos de plasticidad cerebral derivados de la experiencia del cuidado de los hijos.
Entrenar al cerebro para cuidar
En la revista What to Expect, una de las coautoras del trabajo, Ruth Feldman, explica que estos resultados sugieren que si los padres se implican en un rol de cuidado, sus cerebros responderán a las necesidades y emociones de los niños del mismo modo que los cerebros de las madres.
Hasta ahora se había asumido que, por el flujo de hormonas que supone el embarazo y que desencadena el parto, solo las madres estaban biológicamente preparadas para la atención primaria de los bebés; y que solo estas podían detectar las señales y las claves sutiles de los recién nacidos.
Sin embargo, señala Feldman, si el padre toma un papel principal en el cuidado de sus hijos, podrá “enseñar” a su cerebro a desarrollar una relación más profunda con ellos. Para conseguirlo, debe pasar más tiempo a solas con el bebé, alimentarlo y cambiarle los pañales, y aumentar gradualmente actividades comunes como leer a los pequeños, cantarles o hablarles.
Fuente:tendencias21.net
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