La depresión es un problema frecuente. En la consulta médica es uno de los diagnósticos más comunes, ya sea independiente o secundaria a otra enfermedad. En la comunidad es realidad cotidiana e in crescendo. Pobreza, guerras, narcotráfico, migraciones forzadas, imposibilidad de vislumbrar un futuro seguro, (per)vivir bajo la égida de regímenes corruptos, impunes e inseguros como el que padecemos en México, son motivos suficientes para comprender el incremento de esa patología. Aventuro dos ideas sobre la depresión, una social, otra individual, ambas pesimistas.
Aunque la depresión no es contagiosa, cuando se trata de comunidades, ese paradigma me parece equivocado. Son vectores nocivos, contagiosos y difícilmente superables la miseria, conflictos armados, y la falta de oportunidades. Dos escenarios: ¿Cuál es el futuro y la idea de vida de los niños víctimas del genocidio de Darfur?; la autoestima de un niño indígena mexicano, mal alimentado, testigo de maltratos y de los coitos de los padres, ¿puede ser satisfactoria? La OMS estima que hay 350 millones de personas deprimidas en el orbe. Si en el mundo hay 900 millones sin agua, así como 46 millones de refugiados, y 2,800 millones de personas (casi la mitad de la población) que perviven con menos de dos dólares al día, es necesario dudar de datos de la OMS.
Cuando en la esfera psicológica familiar campean tristeza, ansiedad y baja autoestima sus miembros se contagian. No hay familias depresivas pero sí proclividad. Cuando hay además problemas económicos o sociales, y magros principios éticos —insolidaridad, desprecio por la justicia y por el otro—, esos brotes, al sumarse, se convierten en tierra fértil para la depresión. Byung-Chul Han, filósofo contemporáneo, radicado en Alemania, de origen coreano, aborda el tema desde otra perspectiva y siembra diatribas: “La depresión”, explica Han, “es una enfermedad narcisista. El narcisismo te hace perder la distancia hacia el otro y ese narcisismo lleva a la depresión”.
Mezclar factores sociales —vivir sin agua potable, ser víctima de políticos mexicanos—, con individuales —familias rotas—, y aunarlos con las propuestas de Han —“a diferencia de lo que ocurría en tiempos pasados, cuando el mal procedía del exterior, ahora el mal está dentro del propio hombre”— deviene un escenario poco esperanzador. Todo está trenzado. El tejido comparte hilos: ¿Dónde empieza el problema?, ¿en el individuo o en la sociedad?, ¿quién contagia a quién: la sociedad insana a la persona enferma, o viceversa?
El reto es enorme. Deshilachar el telar de la depresión exige trabajar al unísono a nivel individual y social. 3 cambios son fundamentales: mejorar dinámicas personales y familiares, modificar agravios sociales como falta de oportunidades o desnutrición, y dotar al ser humano de ética, donde “el otro” adquiera el valor que merece. Combatir la depresión exige trabajar en los 3 ámbitos. Tarea (casi) imposible, pero, tarea obligada.
Trabajar con el individuo es posible. Dialogar con políticos y esperar que sanen o sean menos ladrones y menos corruptos es kafkiano y/o camusiano, y, en México, kafkianao y camusiano. Mi esperanza radica en el individuo: infundir ética, de preferencia laica, a partir del útero y en la vida escolar es un buen punto de partida. Ética laica, no religiosa. En On Toleration, Michel Walzer dice, “La tolerancia hace posible la diferencia. La diferencia hace necesaria la tolerancia”.
La ética laica es amiga de la tolerancia, permite la diferencia y milita en contra del narcisismo del cual habla Han. Urge dotar a los jóvenes de ética. Los modelos contemporáneos han fracasado y seguirán fracasando. Políticos, banqueros y religiosos han arruinado al mundo y sembrado depresión. La depresión le conviene al Poder. Antídoto pequeño, pero antídoto contra el Poder, es la ética laica.
Médico
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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