El autor
Ese periodista es Serge Bilé, natural de Costa de Marfil, nacionalizado francés, afincado actualmente en Martinica. Bilé, ese escritor de libros que casi siempre generan polémica, cuenta cosas de la negritud, de cómo es ser negro en Francia, de cuando los negros tenían esclavos blancos, de los rumores sobre el sexo de los hombres negros, de cuando los negros estuvieron en los campos nazis, del racismo en el Vaticano. “Negros en los campos nazis”, originalmente escrito en francés, es un libro que recoge los testimonios de supervivientes, familiares y compañeros de africanos, antillanos, afroalemanes y estadounidenses, que fueron recluidos en los campos del nazismo por participar en la guerra, mostrar resistencia al régimen del “Führer” o, simplemente, por la pigmentación de su piel. La investigación de Bilé ofrece un dato, para algunos, revelador: los campos de concentración tuvieron un precedente que se remonta a la época de la Alemania dominada por la histeria hitleriana. Fue antes, fue mucho antes, en un lugar del Sudoeste Africano, actual Namibia, donde se sentaron los primeros cimientos del nazismo.
La colonia de Namibia
Fue antes del mitin celebrado en Núremberg (1935) donde se dieron a conocer las leyes que institucionalizaron la ideología antisemita. Antes de que Ana Frank contara a su querida Kitty, su diario, cómo vivió su familia la llegada de una citación de la SS dirigida a su hermana Margot. Antes de que en otoño, también de 1935, las leyes de Núremberg se extendieran a negros y gitanos. Antes de que abriera sus puertas Dachau, el primer campo de concentración construido en el Sur de Alemania, y mucho antes de que las imágenes del horror nazi consternaran al mundo.
Cuando desembarcaron en la costa de Namibia (1870), los colonos alemanes no tardaron en olisquear las riquezas del suelo. Para garantizar la sumisión de los Ovambo, los Kavango, los Nama y los Herero tribus que poblaban el país africano, Heinrich Goering fue nombrado gobernador civil de la nueva colonia alemana. La mano de Goering dirigió, con mano férrea, la dinámica impuesta a partir de ese momento: esclavitud, ejecuciones, confiscación de tierras, desplazamientos. Los herero, con Samuel Maharero a la cabeza, se rebelaron contra la barbarie. Extendieron su misiva a otras tribus: “Mejor morir todos juntos en lugar de morir por malos tratos”. Un año después, el pueblo de pastores seguía esperando respuesta por parte de los demás clanes. El 11 de enero de 1904 los herero resolvieron enfrentar un destino borroso: atacar un cuartel alemán. Se estima que alrededor de un centenar de colonos perdieron la vida en los enfrentamientos. La indignación se apoderó del escuadrón germano y, en vista de que las tropas alemanas empezaban a perder poderío, los refuerzos no tardaron en llegar. Humillados, multiplicados en número, henchidos de rabia, con un nuevo comandante en jefe y una orden de exterminio, los alemanes atacaron.
El traductor
Cuando empezó a leer el libro, Oumar quiso saber si, aparte de la francesa, había una edición en español. El libro no había sido traducido.
Pensé que traducirlo era una manera de contribuir a que otras personas tuvieran acceso a esta historia. Cuando me vino la idea estábamos en plena crisis económica. Lo intentamos con una plataforma de “crowdfunding” financiación colectiva pero no dio resultado. Pensé que la única opción era utilizar recursos propios. Entonces me puse en contacto con la editorial que tenía los derechos del libro y también con el autor, y empezamos a desarrollar el proyecto a través de Wanafrica.
A finales de 2005, Oumar empezó esbozar la imagen de una publicación gratuita. Sometió el plan al juicio de sus actuales cómplices. En febrero de 2006 salió el primer número de Wanafrica, una revista que, hasta el 2009, se imprimió en papel. La bajada de los ingresos publicitarios apresuró la suspensión de la edición impresa. En la actualidad, Wanafrica es una publicación digital que tiene la voluntad de aportar otras visiones de África, otras caras, caras distintas de las que se muestran habitualmente. Oumar las conoce bien.
No quiero desconectar de la realidad de mi país. Procuro viajar cada año a Senegal, porque una cosa es leer lo que te cuentan las noticias, otra cosa es ir, ver, tocar. Es totalmente diferente.
El apartheid nazi
La mezcla entre blancos y negros estaba prohibida en las colonias de dominio alemán pero las fuerzas de la naturaleza activaron sus resortes: algunos colonos formaron uniones mixtas con mujeres africanas y procrearon hijos que, por imposición de la ley, no debían llevar el apellido del padre. Antes de la Primera Guerra Mundial, había en Berlín más de mil quinientos afro-alemanes.
Tras ser derrotada en la Primera Guerra Mundial, Alemania es despojada de sus colonias en África. Los alemanes vuelven a sentirse degradados, vencidos por una armada francesa integrada por una notable cantidad de hombres negros. Empezaron a proliferar carteles y películas alertando sobre el peligro que atentaba contra la pureza de la raza germana. Imágenes en las que, de repente, aparecían negros que engullían niños alemanes, negros apetentes de sexo, capaces de atacar con desenfreno a las mujeres “arias”, negros que amenazaban por cualquier esquina, negros diseminados por todas partes, como una plaga indeseable, negros que ya no eran bienvenidos. Irrumpió en el escenario político un hombre que amaba los animales casi tanto como detestaba a negros y judíos: Adolf Hitler. En un discurso pronunciado en Breslau (1932), la advertencia de Hitler fue clara y directa: “Los africanos y los judíos a los campos de concentración si no abandonan inmediatamente Alemania”.
Un testimonio
Valaida Snow nació en Chattanooga, Tennesse, posiblemente el 2 de Junio de 1904. Murió el 30 de mayo de 1956. Una joven precoz: con quince años recorría Estados Unidos como la flamante vocalista, y trompetista, de la Small Bands. Valaida cantaba y bailaba. Tocaba el saxofón y el clarinete, el violín y la mandolina, el arpa, el bajo y la trompeta, y puede que otro, u otros, instrumentos. Hija de músicos, negra, hermosa, de grandes ojos y carnosos labios, la “Little Louis” (pequeña Louis), así la llamaban. Dicen que, al verla actuar, un sorprendido Louis Armstrong la proclamó segunda mejor trompetista del mundo, después de él. Valaida tenía una trompeta de oro, regalo de Guillermina-Elena-Paulina-María de Orange-Nassau, reina de los Países Bajos. Transcurría la primavera de 1940, Valaida se encontraba de gira por Europa cuando fue arrestada por los nazis, en Dinamarca, acusada de tráfico y consumo de drogas. Le quitaron todo: sus joyas, siete mil dólares en cheques de viaje, sus vestidos y el obsequio de la reina holandesa. Dicen, eso dicen, que Valaida brilló como ninguna, que se paseaba en limosina, con un macaco vestido de etiqueta, al que hizo teñir el pelo de color rosa. Atrás quedaron los tiempos de los clubes de París, de la camaradería con Josephine Baker, de Londres, Estocolmo, Ámsterdam, Copenhague antes de ser alcanzada por los nazis.
Valaida regresó a Nueva York herida, por fuera y por dentro, como un animalito inerme que sobrevive al insistente ultraje de una bestia que lo escupe de puro hastío. Ella, que había recorrido mundo, que alternaba con reyes y grandes estrellas, era distinta, una versión abatida de la otra Valaida, la que no regresó. “He vuelto de la muerte” sentenció, después de ser liberada de la prisión danesa de Wester-Faengle. A su regreso, buscó de nuevo el reconfortante abrazo del jazz, la música que la salvó.
También lo narra el libro de Bilé. Ocurrió dos años antes de la detención de Valaida Snow, en mayo de 1938. Se celebró en el palacio de la Cultura de Dusseldorf Alemania una muestra sobre “la música degenerada”. El cartel que anunciaba el tema del evento, organizado por los nazis, mostraba la caricatura de un hombre negro, vestido con frac, sombrero de copa alta y guantes. En la caricatura, el hombre tocaba el saxofón. Una estrella amarilla prendía de la solapa de su chaqueta.
Fuente:listin diario
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