“Llenar el vacío”: la ínsula de los temerosos de Dios

BÁRBARA AYUSO

La directora ultraortodoxa propone una mirada a este mundo tan hermético a través de la historia de un matrimonio concertado.

Una joven de dieciocho años se casa con el marido de su hermana que acaba de fallecer. La premisa de Llenar el vacío podría tener hechuras de melodrama romántico; relato de un matrimonio inusual, aunque no lo suficiente para no haberlo visto antes. Pero esto sucede donde generalmente no vemos, allí donde no nos está permitido mirar: entre los opacos y herméticos muros de la comunidad ultraortodoxa. Allí donde el tiempo se detuvo hace tres mil años y hasta el último confín de la vida está regido por las estrictas reglas religiosas.

Shira es una temerosa de Dios más. Nunca ha leído nada más allá del Talmud, visto una película y por supuesto tampoco establecido contacto físico de ningún tipo con un hombre. Antes de que su familia y el rabino elijan quién será su marido, su hermana mayor fallece durante la fiesta del Purim, sin llegar a dar a luz a su segundo hijo. Lo que ocurre en adelante es habitual dentro de las comunidades jaredíes, donde muchas mujeres acaban casándose con sus cuñados, llenando el vacío. Cumpliendo con Dios.

Su directora, Rama Burshtein no fue una de ellas, pero sabe de lo que habla. Escogió la ultraortodoxia con 25 años, tras trasladarse desde Nueva York a Israel. “He formado parte de los dos mundos” explica, “por eso sé cómo se ven las cosas de uno y otro lado”, remata, sonriendo plácidamente mientras su mano comprueba que ninguna hebra de cabello ha escapado del tradicional pañuelo que cubre su cabeza. Hasta esta cinta, todas sus películas nacían y morían dentro de los muros de su comunidad. Filmaba historias exclusivas para las mujeres ultraortodoxas, rebosantes de melodrama y sin atisbo de riesgo: contaba de dentro hacia dentro. Con Llenar el vacío Burshtein se ha convertido en la primera directora jaredís en rodar para el público general, narrando del interior hacia el exterior, zambulléndose del abismo que separa ambas concepciones del mundo y sobre todo, de la libertad.

La libertad, y la elección de Shira

Porque por encima de todo, del amor, de la tragedia, de la radiografía del asfixiante mundo ultraortodoxo, la película tiene como eje central ese peligroso concepto que es la libertad de elección. Burshtein se vale de Shira, de las dudas y temores que se escapan de sus ojos, para lanzar al espectador la eterna duda: ¿Hay posibilidad de elección cuando todo a tu alrededor está constreñido por el fundamentalismo religioso? Y a pesar de que su posición es tan férrea como las convicciones que la movieron sumarse a la fe que ahora retrata en pantalla; abraza -y parece alentar- el debate que genera la colisión de ambas miradas.

“Lo bueno es que cada uno saca la interpretación que quiere de la película”, reconoce la directora, que se confiesa sorprendida del éxito de una cinta que nació con la única intención de abrir una ventana a una realidad vacía de tragaluces. Pero no ha sido ni la nominación al Óscar por película no inglesa ni el premio a la mejor actriz en Venecia lo que le ha instalado en el paladar la sensación de éxito. “Después una de las proyecciones, una mujer [ultraortodoxa] me dijo que tras ver la película, no podía parar de llorar”, recuerda. Al principio, no podía explicar a qué se debía el llanto. “Días después, me explicó que lo que ocurría es que la película le había hecho sentirse orgullosa de lo que era”, revela la cineasta.

Y es que, aunque Llenar el vacío no alberga intenciones documentales en el retrato de la ultraortodoxia, sí dibuja un retrato verosímil para nosotros de lo que son ellos en el plano más doméstico. La disgregación por sexos, el fervor religioso, la supeditación de la mujer al hombre en todas las esferas posibles. Y lo hace con un juego delicado del blanco y negro, resultante en una realidad monocroma que si bien no empujará nuestras fronteras de la compresión, sí llega a conmover. Aunque quizás no dónde y cómo Bushtein pretendía.

A pesar de la ternura y la delicadeza -y en ocasiones, el melodrama- que impregna toda la narración de la decisión de Shira, es imposible que la mirada no se desvíe hacia a los márgenes, a los “fallos del sistema”. A esas dos mujeres que, por no conseguir casarse, han quedado como apestadas dentro de su propia comunidad. Al pañuelo que una de ellas se coloca en la cabeza a pesar de permanecer en la soltería en una edad inadecuada. O al pánico en el rostro de otra joven cada vez que alguien anuncia su futuro enlace, recordatorio de que el tiempo apremia y el fracaso se huele cada vez más cercano.

Pero sería un error plantear Llenar el vacío como un juicio a la comunidad jaredí en su conjunto. Porque, el abismo entre nosotros y ellos permanecerá insondable antes y después de la historia de Shira. Burshtein no reviste afanes proseletistas, ni la cinta esconde una bola de demolición de nuestros prejuicios y concepciones sobre el fundamentalismo religioso. Eso seguirá ahí. Ella ofrece una ventana a esa ínsula que habitan los temerosos de Dios, una invitación en el que las conclusiones -de ambos lados- ya están concertadas de antemano.

“¿Qué tipo de hogar esperas construir?” le pregunta a Shira uno de sus pretendientes. Su respuesta quizá encierra también la resolución al dilema que late bajo el delicado film: “Uno verdadero”, contesta. ¿Por qué se casa con su cuñado? Shira podrá sacrificarse por Dios y por su familia, o haber caído perdidamente enamorada del marido de su hermana. Pero eso no depende de la película, sino de la mirada con la que cada uno se aproxime a ella. Y el cine sigue siendo lo que ha sido siempre: un reflejo de lo que somos, y de la forma en la que concebimos la vida. Ellos y nosotros.

Fuente:libertaddigital.com

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