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viernes 22 de noviembre de 2024

La invisible frontera del miedo

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Las tropas kurdas controlan ahora las plazas de las que desertó el ejército iraquí

FRANCISCO CARRIÓN

El río Mashru, a 20 kilómetros al oeste de la ciudad de Kirkuk, marca la frontera entre el Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS) y la región del Kurdistán. Una línea invisible plantada en mitad de un paisaje desierto que ni siquiera las tropas kurdas saben a ciencia cierta. “Estamos en territorio del ISIS”, advierte el guerrillero kurdo Abdalá fusil en mano cuando el convoy cruza a toda velocidad el último paso de control y se adentra por error en tierra hostil. Según el soldado, los militantes extremistas -que irrumpieron la semana pasada en Mosul y avanzan como un virus hacia las puertas de Bagdad- están apostados tras el puente que despunta en el horizonte. Antes de instalarse la tensa calma de los últimos dos días, la zona fue testigo de varias refriegas entre las tropas kurdas y los yihadistas. Y, sin intención de tentar a la suerte, la caravana de combatientes kurdos da media vuelta y ejecuta una veloz retirada.

En la vanguardia que resiste la amenaza de los barbudos, el uniformado Ismail reconoce que los “muyahidin” son un enemigo vago y escurridizo en el paisaje salpicado de naves industriales y viviendas vacías ante el que monta guardia. “Visten de negro y tienen distintos rasgos faciales”, relata sin demasiada precisión. “Pero no nos asustan. Los kurdos no conocen el miedo”, agrega haciendo gala del significado en kurdo de su ejército (peshmerga, los que se enfrentan a la muerte). “No sabemos cuántos son ni de donde vienen, si son europeos o árabes. Lo único que sé es que nosotros somos poderosos”, replica el general Sharko Fateh, comandante de la primera brigada de Kirkuk entre sorbos de té y pasteles.

Desde el jueves las tropas kurdas han extendido su dominio sobre el noreste de Irak y han desplegado miles de efectivos en las plazas de las que desertó el ejército iraquí. “Estoy aún sorprendido por el colapso del ejército. Deberían preguntar a Bagdad las razones. Nuestras fuerzas son leales y están comprometidas con lo que hacen. No somos empleados de un ejército a los que solo les preocupa recibir su salario”, murmura Fateh. Disciplinados y curtidos en décadas de feroz conflicto, los peshmerga lograron en horas hacerse con el largamente ansiado control de Kirkuk, un enclave salpicado de campos de petróleo. Su población es un crisol de turcos, árabes y cristianos. Un tejido multiétnico donde los kurdos aún son mayoría pese a los programas de arabización que el régimen de Sadam Husein impulsó desde la década de 1970 hasta su ocaso, precipitado por la invasión estadounidense en 2003.

“Kirkuk siempre ha pertenecido al Kurdistán. Hemos luchado desde 2003 con la ley en la mano para recuperarlo y lo hemos logrado ahora. No retiraremos a nuestras tropas”, confiesa Aso Manand, líder local de la Unión Patriótica del Kurdistán y miembro de su buró político nacional desde el blindado cuartel general de la formación en el centro de Kirkuk. Por sus estancias pulula una barahúnda de cuerpos de seguridad: agentes de la policía federal, guardias de Asaish (un cuerpo de élite kurdo) y cadetes enfundados en uniformes de la armada estadounidense adquiridos en bazares del pueblo. Todos obedecen órdenes del gobernador kurdo de la ciudad.

Las viejas rencillas entre fuerzas de seguridad kurdas e iraquíes han quedado a un lado al sentir el aliento del ISIS. “Es cierto que tenemos sospechas de que algunos agentes iraquíes han proporcionado en los últimos años información a los terroristas para cometer sus atentados pero estamos trabajando juntos para defendernos del ISIS”, indica Manand, quien subraya que es en el sureste de la provincia -habitado por árabes suníes que simpatizan con el ISIS- donde la seguridad es más frágil. El ataque más sangriento del último año tuvo lugar el pasado julio, cuando un coche bomba estalló frente a un café segando 38 vidas.

A unos kilómetros del frente, la población profesa fe ciega en las tropas. El gentío bulle en los comercios y el suministro de agua y electricidad está garantizado. “Le agradecemos a los peshmergas lo que están haciendo. Tenemos la tranquilidad de que alguien nos cuida”, dice Paul Moses, un cristiano de 62 años sentado plácidamente en el salón de su humilde adosado. Los peshmergas, en realidad, no acceden a la ciudad y se dedican a proteger los bordes. Mientras, la seguridad privada guarda las refinerías y los gasoductos que representan la mitad de todas las exportaciones de petróleo del país árabe.

“Nuestro despliegue es un muro de protección contra el ISIS. Si no hubiéramos tomado las posiciones del ejército iraquí, habrían caído en manos de los terroristas y habría resultado desastroso”, explica Fateh en una caseta junto al último puesto de control escoltado por una cohorte de oficiales. Forofo del Barcelona, el general presume de que ninguna fuerza puede penetrar el cordón salvo los desplazados. Cientos de almas a bordo de camionetas atestadas de pertenencias se arrastran por la carretera que cruza el paso fronterizo huyendo de los escaramuzas en Tikrit, capital de la provincia de Salaheddine. “No tenemos intención de ir más allá de lo que ya controlamos pero seguimos órdenes y el gobierno es el que decide”, responde cuando se le interroga por las ambiciones expansionistas de la próspera y cada vez más autónoma región de Kurdistán aprovechando la balcanización del resto de Irak. “En los últimos días nos hemos limitado a repeler varios ataques”, reconoce.

Fuentes de seguridad apuntan a este diario que los kurdos han enviado emisarios a campo enemigo. “Solo llevan un mensaje: solo atacaremos si nos atacan”, cuenta Manand. Para altos cargos como Fateh, con años de batalla a sus espaldas, el peligro que espera al otro lado del río es un viejo conocido. “Son los mismos terroristas de siempre pero con el nombre cambiado. Se llamaron Ansar al Sunna o Baaz (el partido de Sadam). Ahora se apodan ISIS. Agitan viejos argumentos sectarios entre suníes y chiíes. Reclutan a punta de pistola o con la promesa de vivir en el paraíso con 17 mujeres. Están hambrientos. Quieren torturar y matar civiles y bombardear pueblos. No tienen humanidad”, concluye.

Fuente:elmundo.es

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