MIKLE AYESTARAN / KALAK (IRAK)
Los civiles huyen a la región kurda, último lugar seguro de Irak. Entre críticas al Gobierno, alaban el papel de los yihadistas al frente de la revolución suní contra un poder central en manos de Irán, la potencia chií.
Colas y más colas. Primero lo intentan en coche, después a pie, pero el que no tiene una persona de contacto en la Región Autónoma del Kurdistán (KRG, por sus siglas en inglés) no puede pasar. «No nos podemos arriesgar a que se infiltren elementos del Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL)», es la justificación de los Peshmerga (fuerzas de seguridad kurdas), en estado de alerta desde la caída de la vecina Mosul, situada a menos de diez minutos en coche de este punto. El puesto de control de Kalak marca la frontera entre Irak y la KRG, la línea que separa un Irak en plena guerra sectaria entre la minoría suní y la mayoría chií, que representan al sesenta por ciento de la población y ha ostentado el poder desde la caída de Sadam Husein, de un Kurdistán seguro y cada vez más autónomo.
Los civiles esperan su turno bajo una lona de la agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), pero saben que no tienen nada que hacer si nadie viene desde el otro lado a buscarles. «Les quedan tres opciones, entrar al Kurdistán si tienen los contactos necesarios, establecerse en el campo de tránsito de Kalak o volver a su lugar de origen», apunta Zhyar Azad, responsable del campo temporal para desplazados que se ha levantado a toda prisa y que ya alberga a 288 familias. Las obras se aceleran en medio de una zona desértica donde el termómetro ya supera los cuarenta grados al comienzo del verano y donde las autoridades kurdas esperan alojar hasta 500 familias en los próximos días porque «la llegada no se frena, va en aumento».
Familias enteras viven en tiendas de campaña en las que apenas hay bultos porque «salimos con lo puesto. Empezaron los combates en plena calle y tuvimos que darnos prisa, cogí a los niños y me puse camino Erbil, pero no me dejaron entrar y aquí estoy desde hace más de una semana», lamenta Abu Essam, que se muestra «harto de un país que no sale de la guerra» y por eso le gustaría irse al extranjero. Sus vecinos de tienda han llegado a primera hora de la mañana desde Tal Afar, ciudad en disputa desde hace cuatro días y que está 60 kilómetros al oeste de Mosul, y no piensan volver «porque no hay electricidad, ni agua corriente y escasea la comida. Además todos estamos a la espera de que empiecen los bombardeos».
Bastión baazista
Entre los desplazados el mensaje crítico al Gobierno de Nuri Maliki es unánime y acusan al dirigente chií de discriminar a la población suní. «Bagdad miente cuando dice que esto es puro yihadismo. El EIIL pudo tener alguna presencia en la liberación de Mosul, pero los que tienen el control ahora son los baazistas, gente de Mosul vinculada al antiguo régimen de Sadam que ha acabado con la tiranía chií», confiesa Abu Aziz, mecánico que insiste en que «ahora todo está seguro, pero huimos por miedo a los bombardeos, ayer atacaron el barrio del 17 de Julio». Abu Aziz viene cada día hasta el puesto de control a probar suerte, pero a media tarde regresa a Mosul porque no le dejan pasar. Durante la época de Sadam más de 30.000 altos oficiales eran naturales de esta ciudad, según un funcionario del antiguo régimen consultado.
Los vecinos de Mosul y Tal Afar se arremolinan ante los Peshmerga que una y otra vez piden referencias como requisito indispensable para levantar la barrera. En toda la mañana apenas pasan diez personas. «Vivimos algo similar en la guerra sectaria de 2006, empezó igual con las tribus y el Baaz unidos entonces a Al Qaida en contra Bagdad y EE.UU., la diferencia es que ahora la respuesta del Gobierno va a ser mucho más dura y tiene el apoyo firme de Irán», apunta Abu Riad, funcionario de ministerio de Industria que quiere aclarar al mundo que «el EIIL mata, pero las milicias suníes formadas por las tribus y los baazistas no, son la propia gente de los pueblos, por eso esto se puede considerar una revolución de nuestra gente contra el imperio chií de Maliki, tememos más a Irán que al EIIL».
La traición de Maliki
Como en 2006 el enemigo común ha llevado a las tribus a unirse con el extremismo, entonces fue con Al Qaeda, hoy con la versión aún más peligrosa del yihadismo que encarna el grupo dirigido por Abu Baker Al Bagdadi que combate en Irak y Siria. Esa alianza terminó con las propias tribus combatiendo a su ex socio tras la creación del ‘sahwa’, el considerado ‘despertar suní’ por el que las milicias de esta secta pasaron a colaborar con estadounidenses y Gobierno central contra los extremistas. El experimento funcionó hasta que EEUU salió de Irak y la administración central tuvo que hacerse cargo de unos hombres a los que apenas hizo espacio en las fuerzas armadas y después cortó los sueldos. Esta traición de Maliki al ‘sahwa’ provoca que ahora el primer ministro no pueda volver a apelar al apoyo de las tribus, un factor clave en el control de las regiones con mayoría suní.
El Ejército se esfumó de las calles de Mosul «en apenas dos horas, fue una sorpresa hasta para nosotros», confiesa Ghanim Alaabed, coordinador de las protestas semanales contra Maliki que se celebraban en la segunda ciudad más poblada del país, como en el resto de ciudades suníes, desde finales de 2012 como respuesta al intento de las autoridades de procesar al ex ministro de Economía Rafi Al Issawi, uno de los líderes de la comunidad suní, bajo la acusación de «colaborar con grupos terroristas». La única solución posible es «la dimisión de Maliki, hasta que no se vaya no van a terminar los problemas, no queremos romper Irak, solo echar a Maliki», asegura Alaabed, para quien «la mayor parte de información sobre el papel del EIIL, incluidas las fotos de la matanza de soldados de Tikrit, son pura propaganda del Gobierno para crear odio sectario. Esta es una revolución del Irak suní en toda regla». La población suní no kurda es una minoría que apenas representa el 20 por ciento del total de Irak.
El Ejército iraquí se fue dejando su armamento y parque móvil en los cuarteles de toda la provincia de Nínive. Por Kalak pasan cada día vehículos blindados cargados de munición con la bandera nacional, casi imposible de ver en esta parte del país, confiscados por los Peshmerga que los llevan a sus bases. Desde la fila de los que esperan a entrar en la región autónoma los soldados se mezclan con los civiles. «Nos despertamos una mañana y nuestros mandos se habían ido, no tenemos la culpa de nada. ¿Qué podíamos hacer? Ahora solo queremos llegar a Erbil para volar a Bagdad y esperar órdenes», confiesa desesperado Amer, soldado raso que habla en voz baja entre unos vecinos de cola que les acusan de ser un Ejército sectario a las órdenes del vecino Irán.
Fuente:abc.es
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