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miércoles 18 de diciembre de 2024

El mito de los apellidos sefaraditas

 

IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Este es un tema escabroso, especialmente porque en los últimos meses han aparecido una gran cantidad de listas de “apellidos sefaraditas”, justo en relación al proyecto de ley con el que el gobierno español quiere corregir una injusticia histórica, devolviéndole la nacionalidad española a los descendientes de los judíos expulsados en 1492.

Se han dado situaciones extrañas. Por ejemplo, una persona de apellido Ramírez busca en la lista, y encuentra que su apellido aparece allí. ¿Eso lo hace judío? ¿Eso lo hace sefaradita? ¿Eso lo hace descendiente de aquellos judíos expulsados en 1492 y, por lo tanto, beneficiario de la nueva ley española?

Vamos desde el principio.

El apellido es un invento relativamente moderno. Durante siglos y siglos, la forma generalizada en la que una persona se identificaba -además de su nombre- era con el nombre de su padre: fulano hijo de fulano. Fue una práctica casi universal. De ese modo, entre los antiguos hebreos se desarrolló la costumbre de usar nombres como Yehoshúa ben Nun (por mencionar un personaje bíblico), que en español se traduce como Josué hijo de Nun. En árabe la variante es mínima: en vez de “ben” se usa “bin” o “ibn”, como en Osama bin Laden (Osama, hijo de Laden).

En lenguas germánicas se usa la sílaba “son” o “sohn”, como en Jackson (hijo de Jack), Johnson (hijo de John), etc. En español se acostumbró el uso de la sílaba final “ez”, y en portugués “es”. Por ejemplo, Rodríguez o Rodrigues como “hijo de Rodrigo”.

A partir de la Edad Media, cuando se empiezan a establecer los primeros gremios organizados, comenzó a ser frecuente que algunas personas empezaran a identificarse por su oficio, y que dicha identificación pasara de generación en generación, porque un hábito muy común en los gremios fue el oficio hereditario. De ese modo, empezaron a aparecer apodos -que más tarde se convertirían en apellidos- como Pescador, Herrero, Zapatero, etc. Que, naturalmente, aparecieron en diversos idiomas. Por ejemplo, en estos casos el equivalente en germánico sería Fischer o Fisher, Schmidt o Smith, o Schumacher.

No sólo los oficios pasaron a ser apodos que luego se convirtieron en apellidos. También las características físicas y los toponímicos (nombres derivados del lugar de origen). De ese modo, Chaparro o Klein, Bermejo o Ross, Moreno o Schwartz también empezaron a usarse como distintivos.

En el caso de los toponímicos, puede citarse como ejemplo el caso de San Franciso de Asís. “De Asís” no es su apellido, sino simplemente la ciudad de origen de su familia. Dado que él nació en Francia durante un viaje de negocios de sus padres, fue conocido como “el francés de Asís”, que en italiano es Francesco D’Asis.

Por simple lógica, en esta etapa en la que más que apellidos se usaban apodos -basados en lo que sea-, no existía el concepto de un NOMBRE FAMILIAR. Es decir: si la persona era identificada por su oficio -digamos, Herrero- pero su hijo no se dedicaba a eso, entonces el hijo no sería identificado como Herrero.

La costumbre de poner nombres familiares inalterables generación tras generación es relativamente moderna.

Ya se venía dando en los círculos aristocráticos por razones obvias, vinculadas con la legitimidad de la sucesión, pero más que apellidos eran toponímicos que señalaban el territorio sobre el cual se tenía el título nobiliario.

El hábito de usar un nombre familiar, heredable generación tras generación SIN IMPORTAR el oficio, el nombre del padre, el lugar de origen, o ningún otro condicionante, es relativamente reciente. Apenas hacia el siglo XVI fue que empezó a imponerse en algunos países de Europa, y sólo hasta el siglo XVIII se volvió una norma generalizada. En el resto del mundo, los “apellidos” siguen siendo elaborados conforme a los modos tradicionales ya descritos.

Entendidas estas ideas básicas ¿se puede hablar de “apellidos judíos”?

Depende de la perspectiva. Si nos atenemos al uso tradicional de usar como “apellido” el nombre del padre, no. En estricto, eso no es un apellido, ya que no se hereda de generación en generación. Pero ciertamente tenemos que mencionar que hubo familias judías que, desde muy antiguo, tomaron nombres familiares.

De hecho, se sospecha que el primer apellido como tal -no sólo judío, sino en general- fue Katz, debido a que la palabra “gato” en latín es CATUS, y las consonantes de ésta (recuérdese que el hebreo se escribe sin vocales) son CTS, que funcionan como un acróstico para decir KOHEN TZEDEK o KOHEN TZADIK.

Entonces, las primeras familias en hacer uso de un apellido en forma habrían sido algunas de la Casta Sacerdotal (Kohanim) judía, usando al gato como emblema.

Pero, aún en ese caso, estamos hablando de un grupo reducido de familias. La realidad es que la abrumadora mayoría de las familias judías no empezaron a usar apellidos sino hasta después de la Edad Media.

En estricto, apellidos específicamente judíos serían los que muchos inmigrantes tomaron a partir de 1948 tras la fundación del Estado de Israel. El hábito fue hebraizar sus apellidos anteriores. Así, por ejemplo, un ilustre humorista dejó de apellidarse Kauffman para luego ser llamado Kishón.

Así que una costumbre masiva de usar apellidos judíos apenas se puede identificar en Israel desde 1948.

Pero entonces ¿apellidos como Slomiansky, Tartakovsky, Rusalsky o Mofshovitz no son apellidos judíos? No. Estrictamente hablando, son apellidos rusos o polacos. ¿Y qué pasa con Rosenberg, Blumenthal, Goldstein o Meyer? Son apellidos alemanes. Lo que sucede es que fueron apellidos -rusos, polacos o alemanes- frecuentemente usados por familias judías.

Acaso en el contexto sefardita se definieron apellidos inmersos en el contexto arábigo, y por ello son apellidos claramente semíticos, aunque muchos pueden ser usados también por árabes.

Todo lo anterior nos sirve para ir comprendiendo lo difícil que es hablar de “apellidos judíos” en general. Vamos con el contexto hispanoamericano en particular, que es el que nos interesa.

Por ejemplo: en las listas de “apellidos sefarditas” aparecen algunos como López, Ramírez, Rodríguez, Martínez o Sánchez. Incluso, alguno que otro charlatán ha publicado en internet que “el uso de la EZ al final es característicamente judío…”.

Errores y mentiras.

En primera, el uso de la EZ es perfectamente normal en España (en Portugal es ES). No tiene absolutamente nada de judío. Es la forma típicamente hispánica para construir apellidos patronímicos (derivados de un nombre).

La única posibilidad para que un apellido semejante pudiera considerarse realmente judío, sería que se derivara de un nombre que sólo fue usado por judíos. Por ejemplo, Maimónides, que es la forma española de Ben Maimón (Hijo de Maimón). Pero aparte de esos casos extraños y poco numerosos, el resto de los apellidos que terminan en EZ son hispanos. Punto.

Pero ¿entonces por qué aparecen en las listas de “apellidos sefarditas” algunos de estos? O más aún: en los registros inquisitoriales -entre otras fuentes documentales- aparecen muchas personas con estos apellidos, procesadas por practicar el Judaísmo en secreto.

Sí, es correcto: hubo familias judías que, en el entorno hispano, tomaron esos apellidos. Pero aquí lo importante es diferenciar que UNA COSA ES UN APELLIDO JUDÍO y otra cosa es UN APELLIDO USADO POR JUDÍOS.

Rodríguez significa “hijo de Rodrigo”. Hubo familias Rodríguez o Rodrigues de origen judío, pero también las que no tenían que ver absolutamente nada con el pueblo de Israel. De hecho, por simple lógica demográfica, LA MAYORÍA de las personas que se puedan apellidar López, González, Rodríguez, Hernández, Sánchez, etcétera, no tienen vínculos familiares con ningún judío por vía de ese apellido (tal vez por otros sí).

¿Existen apellidos hispanos de indiscutible origen judío? Seguro que sí. Algunos nombres pasaron directo del hebreo al español o portugués, pero -nuevamente- son casos excepcionales.

Por ejemplo, no hay demasiadas dudas de que la mayoría de las familias de apellido Abreu sean de origen judío. Abreu es la simple catalanización de Hebreo. Sucede lo mismo con un apellido como Sábato, evidentemente derivado de Shabat. O Tinoco, clara castellanización del hebreo Tinok.

Más ejemplos: se sabe que los judíos tuvieron un gusto particular por tomar nombres de árboles. Eso hace muy probable -aunque no seguro- que familias con apellidos como Olivera, Carballo, Robledo o Pineda hay sido, hace siglos, familias judías.

Más relativo es todavía el asunto de apellidos derivados de un lugar (toponímicos), como Madrid, Sevilla, Toledo o Portugal.

Siempre, invariablemente, nos vamos a topar con familias tanto judías como no judías que usaron esos apellidos.

A todo lo anterior hay que agregar un detalle: los apellidos se pueden cambiar por diferentes razones. Si se trata de ir a un evento relevante para los mexicanos, basta con remontarnos a la Revolución (1910-1917). Fue una época con tanta inestabilidad social y tantos riesgos, que mucha gente cambió de residencia y al establecerse en su nuevo hogar se presentó con otro nombre para poder rehacer su vida sin problemas.

En consecuencia, llevar un apellido actualmente no significa que la familia lo haya llevado hace cien años.

O, si se trata de casos que se dieron entre familias judías, podría mencionar el caso de la mía: los Gatell fueron, originariamente, una familia judeo-catalana. En 1492 se exiliaron a Portugal -donde ya estaba asentada la misma familia, aunque usaban el apellido en lusitano: Gateño-, y por ello en 1497 fueron obligados a bautizarse junto con todos los judíos portugueses. En ese momento, los Gatel (en los registros portugueses están registrados con esa ortografía) tomaron el apellido Henriques. Con ese nombre se trasladaron a Holanda, donde retomaron el Judaísmo junto con todas las familias que fundaron la comunidad sefardita de Amsterdam. Pero no todos retomaron su apellido original; la mayoría se quedó como Henriques. De cualquier modo, un grupo se trasladó a Alemania, y en Hamburgo y Berlín retomaron el nombre antiguo, aunque con ortografía alemana: Gattel, que luego se transformó también en Kittel o en Gotheil. Al salir de Alemania, las ortografías volvieron a variar: en Italia se siguió usando Gattel, pero en Francia pasó a ser Gatel, y en Estados Unidos la variante Kittel devino en la nueva variante Keitel. En México, quiso la buena fortuna que por un error de ortografía de un funcionario de registro civil, los nietos y bisnietos de Ygnaz Gattel pasaran a apellidarse Gatell -como originalmente era hace más de cinco siglos-. Personalmente, estoy seguro de que la mayoría de los judíos del mundo pueden contar historias similares respecto a sus apellidos.

Siguiendo con el caso de las familias judías, el asunto de los apellidos puede ser muy subjetivo por otras razones. Por ejemplo: la identidad judía se hereda por vía materna. Por lo tanto, un verdadero judío puede llevar cualquier tipo de apellido: japonés, irlandés, nigeriano, aborigen, sioux, lo que gusten. Si la mamá es judía, la persona es judía. Imaginen a un irlandés que optó por la conversión al Judaísmo, y luego se casó y tuvo familia. Por ello, habría una comunidad cien por ciento judía donde una familia cien por ciento judía tendría un apellido irlandés. Pongámosles O’Shaugnessy. Dentro de cien años, cualquier investigador genealógico encontraría que hay registros de nacimiento, bodas o funerarios JUDÍOS de una familia O’Shaugnessy. ¿Eso significa que los O’Shaugnessy son judíos? No. Sólo significa que una familia judía -por la razón que gusten- usó ese apellido. Pero O’Shaugnessy es y seguirá siendo un apellido irlandés.

Esta situación se dio muy frecuentemente con las familias Cripto-Judías en América Latina. En muchas ocasiones, buscaron que las hijas se casaran con cristianos sin ningún vínculo con judíos, para que el apellido a heredar fuese un apellido no registrado por la Inquisición. Los hijos, naturalmente, eran educados en secreto como judíos, si bien sólo se les revelaba su origen después de cumplir los 13 años de edad. De ese modo, muchos apellidos hispanos que no tenían ningún origen judío, pasaron a ser usados por familias judías.

Y sucedió lo contrario: personas nacidas en familias Cripto-Judías y que llevaban apellidos que, aunque no necesariamente son judíos, pero que fueron traídos a México por familias judías -como Fonseca, Silveira, Coronel, Aguilera, Treviño o Cardozo-, en algún momento pudieron decidir abandonar el asunto del Judaísmo y formar una familia cristiana normal. Al casarse con una mujer que no tuviera ningún vínculo con el Judaísmo, la siguiente generación dejó de ser judía, y probablemente los nietos ni siquiera se llegaron a enterar del origen de la familia.

De todo lo dicho, son dos las ideas que quiero que queden claras:

1.Es muy difícil hablar de apellidos verdaderamente judíos. Casi imposible. Las variables pueden ser tantas, que al final tenemos que llegar a una conclusión por demás lógica: lo judío está en el individuo, no en el apellido.
2.Para el estudio de las familias Cripto-Judías en América Latina y su identidad, los apellidos no son el mejor lugar para comenzar o fundamentar nuestras conclusiones.

En realidad, este es un fenómeno más complejo que una mera cuestión de apellidos, y vamos -poco a poco- a ir explicando por dónde se agarra el tema.

Entonces, si usted está interesado en el tema y se encuentra su apellido en una de las tantas listas de “apellidos sefarditas” no se emocione. Del mismo modo, si no lo encuentra, no se espante.

Le puedo asegurar que cualquier conclusión rápida que se saque de esas listas es, seguramente, falaz.

A partir de la siguiente nota, empecemos a desglosar quiénes son estos, los judeo-conversos o Benei Anusim o Cripto-Judíos o Marranos o Cristianos Nuevos.

Porque parece que son lo mismo, pero la realidad histórica es que no.

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