RABINO MARCELO RITTNER
El corazón de la nación se rompe. Un país familiarizado con la tragedia una vez más está de luto por la pérdida de tres de sus hijos. Tres, jóvenes inocentes cuyas cortas vidas estaban llenas de sueños. ¿Quién no puede sentir el dolor y la angustia de los afligidos padres cuyos hijos fueron asesinados? Sus gritos atraviesan los cielos y rasgan nuestros corazones. Los imagino en su casa mirando por la ventana esperando la llegada de su hijo, que no llegará.
¿De dónde vendrá el consuelo para padres y hermanos, amigos y para la nación que llora por haberlos perdido? ¡Cómo han caído los inocentes! Aún no habían probado la dulce vida. Que su morada sea en el Gan Eden.
Desperté esa mañana y recé. Recé en agonía, como lo hacía desde que Gilad, Eyal y Naftalí fueron secuestrados. Recé para que la pesadilla que estaba consumiendo al pueblo judío fuera apenas algo imaginario. Y escuché las noticias. La tristeza, el enojo, la desesperación, cada uno, creció más allá de mi capacidad de describirlo. La venda que cubría mi corazón lastimado ya no alcanzó.
Me levanté esa mañana totalmente consciente que soy judío. Tal vez no sea sorpresa siendo yo un rabino comprometido con Dios, con la Torá, con Israel, con la humanidad. Pero quería despertarme con un deseo hecho realidad. Con un mundo más justo. Y mientras no lo logro, responderé como un judío en un mundo que no lo es.
Les explicaré a mis hijos, a mis nietos, y los abrazaré más fuerte que otras veces, y seguramente no lograré detener mis lágrimas. Y les enseñaré que son parte de una historia y de un pueblo por el que deben sentir orgullo. Les diré que vivan por nuestros valores y tradiciones y agradeceré a Dios por poder abrazarlos y besarlos una vez más.
Y le enseñaré a mi comunidad el valor judío de reconocer la presencia de Dios en cada ser humano. Les enseñaré que debemos proteger a nuestras hermanas y hermanos judías dondequiera que estén. Les enseñaré que lo universal y lo particular van juntos en la tradición judía. Que como judío lamento cada muerte sin sentido en la familia humana, pero que cuando se trata de mis propios hijos… el lamento es acompañado por la aflicción del dolor. Me despertaré mañana y todos los días como un judío orgulloso de su lucha sin descanso por tener su lugar en el mundo. Y me despertaré mañana herido, pero listo para sanar.
Como lo escribiera Daniel Gordis en su blog, “que nadie confunda el dolor con la debilidad, o el tiritar con fragilidad. Israel no tiene ninguna intención de renunciar. No hemos construido un estado para simplemente renunciar a él. Es verdad que somos vulnerables en este pequeño pedazo de tierra, pero no somos tan vulnerables como seríamos sin él.
“Lo que nos ha sacudido es la visión del pasado. Porque estos tres adolescente fueron secuestrados y asesinados por ser judíos. ¿Entienden? No eran soldados. Ellos fueron las víctimas más recientes de una larga historia, de millones que los han precedido, por esa misma razón. Eran judíos. Y cuando lo recordamos lloramos en agonía y frustración. Y al tiempo que evocamos nuestro dolor, afirmamos nuestra esperanza y nuestra fe, la del pueblo judío en Israel y su determinación a vivir en su tierra, en paz”.
Tal vez el momento más dramático y a la vez el que mostró la determinación de Israel de no renunciar a nuestra tierra, el momento que evocó con mayor intensidad nuestro dolor y nuestra esperanza, y la razón por la cual siempre estaremos allí, fue cuando una de las madres despidiéndose de su hijo asesinado: “Descansa en paz mi niño”, ella dijo, “nuevamente aprenderemos a cantar pero sin ti…”
¿Qué les podemos decir a estos padres, a estos hermanos? ¿Cómo acabar con esta enfermedad del terrorismo, del odio? Soy un orgulloso miembro de la tribu judía. Pero cuando asistía por televisión al funeral de Naftali Frankel, de Gilad Shaar, de Eyal Yifrach, de tres adolescentes, se me rompió el corazón. Tiene que haber otra manera de vivir, de convivir, pero todavía no la hemos podido encontrar.
Esta noche abrazaré a mis hijos y a mis nietos con más fuerza. Mañana me despertaré herido y preocupado, pero dispuesto a continuar cambiando las maldiciones en bendiciones. Como en la lectura de la Torá de este Shabat, donde se menciona que somos un pueblo diferente, que habita solo. Ayer como hoy, muchos son los que nos maldicen, y sin embargo, la Torá declara, “he aquí un pueblo que como león se levanta”. Bilam que vino a maldecir, termina dando una bendición a nuestro pueblo: “Ma tovu ohaleja Yaacov, cuan bellas son tus moradas oh Israel”, ese es el pueblo que conquistará la Tierra Prometida.
Las oraciones no pueden cambiar esta horrible tragedia, pero nos hicieron más fuertes y nos unieron. Trajeron consuelo a los padres y amigos de Naftali, Gil-ad y Eyal, recordándoles que no están solos, que su familia en el mundo rezaba con ellos, por ellos… Que estábamos en nuestras ventanas junto a ellos esperando ver a nuestros hijos llegar. En las palabras de Shimón Perez: “Inclinaremos nuestras cabezas, pero nuestro espíritu no se quebrantará”.
Que sea la memoria de Gilad, Eyal y Naftalí una bendición, un compromiso y una afirmación para cada uno de nosotros, para nuestros hermanos y hermanas en Israel y a todo el mundo que “Una vez más aprenderemos a cantar”…”que nuestro espíritu no se quebrantará”.
Shabat shalom
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