Odio

ARNOLDO KRAUS

El odio no es genético. No hay “genes del odio”. El odio se aprende y se vive en casa, en las calles, en la escuela, en las reuniones con amigos. Quien lo mama crece con él. Es frecuente odiar cuando la vida circundante siembra rencor. Pocos consiguen abjurar de él. El mundo se ha poblado por personas que odian. El mundo está despoblado de seres resilientes.

Las caras de los tres jóvenes israelíes asesinados son idénticas a las del joven palestino masacrado. Los nombres difieren: Gilad, Neftalí, Eyal, Mohamed. Las edades no. Las vidas truncadas de cuatro jóvenes inocentes y el dolor infinito de los padres, es semejante. La sinrazón de los asesinatos es idéntica: odio.

A los israelíes los mataron por lo “de siempre”: el conflicto por las tierras, por las casas paternas. Desaparecer a Israel del mapa es vieja consigna y leitmotiv de los islamistas de Hamas. Dialogar con ellos es imposible. Cobijados por los últimos gobernantes de Israel, los colonos judíos, dotados de la incurable y creciente enfermedad del fanatismo, maltratan y despojan a los palestinos. En los últimos años la sociedad israelí se ha polarizado; judíos religiosos y judíos seculares son distintos. El mundo de los ultras, los asesinos de Mohamed, colonizadores sin derecho de las tierras palestinas, clama por el Gran Israel. Los ultras son idénticos: no hay lugar para el diálogo.

Vivir humillado degrada, mata un poco. Los palestinos nacen y viven en pésimas condiciones. Para resarcir esos pesares, la venganza, sinónimo no escrito de justicia, se ejerce. “Ojo por ojo y diente por diente”, es vieja consigna. Muerto por muerto es la versión fanática, contemporánea, de la Ley del Talión. La justicia retributiva, esto es, la Ley del Talión, aplicada por fanáticos y personas humilladas siembra odio; no hay como escapar. El fanatismo se reproduce, no tiene cura. La humillación, mientras no desaparezcan sus causas, tampoco tiene cura. Esa es la brutal realidad que azoga y mata a los Gilad, Mohamed, Neftalí, Eyal. Ejercer venganza atempera el rencor. En esas circunstancias, y sin justicia, sanar el odio es imposible.

Los ultras judíos, afincados en tierras que no les pertenecen, humillan a los palestinos, y los islamistas, cuando tienen oportunidad, asesinan. El maridaje entre los fanáticos de ambos bandos reproduce la inquina; la aversión de los unos contra los otros se alimenta precisamente de la filosofía que mantiene la relación: odio. Todas las formas de intolerancia sufren de la misma sordera.

En una entrevista reciente, David Grossman, escritor israelí, padre de un soldado muerto, incansable luchador por la paz, dijo: “Israel fue pensado para ser un refugio porque el mundo ha fallado en proteger a los judíos, y eso es un hecho”. Renglones adelante acotó: “¿Qué se necesita para que haya paz entre nosotros y los palestinos? Creo que los palestinos deben tener su propio país libre, independiente y soberano. Tienen que tener privilegios, no ya como palestinos, sino como seres humanos”.

Sin tierra propia la vida es imposible. Sin casa, ni dignidad ni libertad son plausibles. Israel es parcialmente responsable de la situación de los palestinos. No menos culpables son ellos mismos. Sus corruptos gobernantes, cuyos pleitos los dividió hasta hace poco en dos entidades, Hamas y Autoridad Nacional Palestina, apostaron su futuro y unión pregonando y enseñando el odio contra Israel. No sembraron.

“Un asesinato es un asesinato; no tiene perdón ni justificación”, comentó el padre de Neftalí tras enterarse del crimen contra Mohamed. Mientras impere el fanatismo, la urgente necesidad, quisiera equivocarme, de reconocer al otro como un ser semejante, es, y será imposible entre israelíes y palestinos. Todas las circunstancias atizan el fuego, nada las apaga. Quizás, si la frase del padre de Neftalí se convirtiese en biblia, “algo” podría lograrse.

*Médico

Fuente:eluniversalmas.com.mx

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